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Vacunas y libertad
Circula por las redes sociales una carta anónima, en torno a la vacuna, que no me resisto a comentar. El texto comienza así: “Estimado vacunado: Los no vacunados no te han privado de libertad. Ha sido el gobierno”. De este primer párrafo se deduce, que estar vacunado equivale a perder la libertad y, en sentido contrario, solo los no vacunados son libres, imputando al gobierno que las personas vacunadas pierdan su libertad. Es decir, que en plena pandemia de la Covid-19, quienes siguiendo la recomendación de los gobiernos nos vacunamos (porque compartimos el criterio de la comunidad científica y de los epidemiólogos), estamos dejando que nos quiten nuestra libertad.
En el párrafo siguiente, el autor anónimo pone en el mismo plano a los no vacunados y al gobierno, cuando afirma: “Los no vacunados no piden nada a cambio de tu libertad, el gobierno lo hace”. Que se atribuya los no vacunados algún poder sobre nuestra libertad es un sinsentido. Los no vacunados no tienen competencia para decidir sobre nuestra libertad, ni tampoco la menor autoridad para adoptar decisiones que afecten a la salud de la ciudadanía. Afortunadamente, de los no vacunados no depende la libertad ni la protección de la salud.
A modo de reflexión final, añade el anónimo autor de la carta lo siguiente: “Si los no vacunados son un peligro para ti significa que la vacuna no funciona. Si funcionase estarías libre”. Este párrafo en contra de la vacuna contiene disparates y perversiones. En primer lugar, porque justifica la no vacunación en tiempos de epidemia, dando como cosa probada la ineficacia de la vacuna. Pero además es perverso, porque oculta intencionadamente que, en una epidemia, como la del SARS-CoV-2, si muchas personas no se vacunan, se favorece que la vacuna no funcione y propague la enfermedad. De forma que los no vacunados, con su conducta, reducen el efecto de inmunidad de grupo y suponen un riesgo para la salud pública.
No obstante, su mayor disparate consiste en decir de la vacuna: “si funcionase estarías libre”. Resulta una fantasía delirante afirmar que la vacuna da libertad. Las vacunas no dan ni quitan libertad. El efecto de inocular una vacuna es que proporciona una mayor resistencia contra una determinada enfermedad. Pero como todo el mundo sabe, las vacunas protegen a las personas produciendo anticuerpos, no libertad.
Da la impresión de que con la retorcida argumentación de “si los no vacunados son un peligro para ti, significa que la vacuna no funciona”, no solo se quiere impedir que se considere a los no vacunados como un riesgo, sino que además trata de eludir el papel de los no vacunados en la eventual mutación del virus, haciéndoles aparecer como víctimas. El argumento no tiene en cuenta que cuanto más tiempo siga el SARS-CoV-2 circulando masivamente, mayor es la probabilidad de que, entre la infinidad de mutaciones que se producen al azar, surjan variantes que escapen a la inmunidad generada tras la vacunación.
La carta anónima, en fin, es un ejemplo de discurso falaz que mezcla salud pública y libertad individual. Es absurdo su planteamiento de la libertad como valor individual y absoluto, prescindiendo de todo lo demás. Sin duda, la libertad es un valor fundamental, pero no es ilimitado, ni puede aislarse. No podemos vivir sin libertad, pero tampoco vivir de la libertad. Como venimos comprobando durante la pandemia, para vivir hacen falta muchas otras cosas (desde luego la salud) y la libertad tiene que coexistir con ellas.
Por todo lo cual, ante un problema de salud ocasionado por la pandemia de la Covid-19, los gobernantes pueden recomendar conductas (uso de mascarillas) y medidas (vacunas), cuya eficacia exige que sacrifiquemos una parte de nuestra libertad, para una mejor protección de la salud pública.
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