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Vindicación de la socialdemocracia

Ángel Esparcia

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Tras el final de la II Guerra Mundial la alternativa «socialdemócrata» cobró plena vigencia porque, derrotados los fascismos, se impuso la idea de que en las democracias el Estado no sólo debía garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos sino que también debía proveer los medios necesarios para que tuvieran un trabajo y una vida digna, dejando atrás la miseria, el hambre y el paro provocados por la Gran Depresión de los años 1930. La senda la abrió el gobierno laborista formado en julio de 1945 tras ganar las elecciones en Gran Bretaña por mayoría absoluta. Puso en marcha un programa político «socialista» basado en la intervención del Estado en la economía siguiendo el modelo que los propios laboristas ya habían aplicado durante la guerra desde los ministerios que ostentaban en el gobierno de unidad nacional. Se inspiraba en el ‘’Informe Beveridge“ de 1942, que a su vez había tomado como referencia el «New Deal» de Roosevelt, y en las propuestas del economista John M. Keynes. Así, se nacionalizaron los sectores económicos esenciales o se mantuvieron bajo el control del Estado (el banco de Inglaterra, las minas de carbón, las compañías de agua, gas y electricidad, los ferrocarriles), se creó el Servicio Nacional de Salud ―que hoy en día se sigue considerando la «joya de la corona»― y un sistema de protección social que incluía seguro de desempleo, pensiones públicas, prestaciones sociales a las familias, además de subvenciones para el transporte y la vivienda. Para financiar este «Estado del Bienestar» se estableció un sistema fiscal progresivo cuyos tipos impositivos iban aumentando conforme se incrementaban los ingresos. El Estado pasó a controlar cerca del 40% del PIB.

Políticas parecidas fueron aplicadas en los países de la Europa Occidental (a excepción de España y Portugal, sometidos a sus respectivas dictaduras) por los gobiernos de coalición de posguerra, en los que no solo estaban presentes los partidos socialistas o socialdemócratas sino también la democracia cristiana y hasta 1947 los comunistas. Los países de la mitad oriental de Europa liberada de los nazis por el Ejército Rojo no tuvieron la oportunidad de aplicarlas porque sobre uno tras otro se fueron imponiendo dictaduras comunistas dirigidas desde Moscú, que se disfrazaron bajo el eufemismo de «democracias populares».

El Partido Laborista británico no era marxista, y siempre había defendido la «vía reformista» ―sus raíces se encontraban en la Sociedad Fabiana creada en Londres en 1884―. No sucedía lo mismo con los partidos socialistas y socialdemócratas del continente, todos ellos autodefinidos como marxistas, aunque en su mayoría habían abandonado la «vía revolucionaria» ―rechazando de plano el leninismo― y en la práctica estaban aplicando la tesis defendida por el marxista «revisionista» alemán Eduard Bernstein de que se podía alcanzar el socialismo mediante «reformas» sucesivas llevadas a cabo desde el gobierno, al que se llegaría por medios democráticos. En 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) dio un paso decisivo cuando en su Congreso de Bad Godesberg acordó abandonar el marxismo y aceptar la «economía social de mercado»―era el término acuñado en la República Federal de Alemania para referirse al sistema económico forjado en la posguerra que combinaba la libre empresa con la protección social y la regulación de la economía por el Estado―. Buena parte del resto de partidos socialistas europeos (no digamos los comunistas) consideraron que el SPD había dejado de ser «socialista» ―el término «socialdemócrata» fue utilizado entonces en muchas ocasiones con un sentido peyorativo―, a pesar de que todos ellos eran en su práctica política «reformistas». Los más coherentes acabaron haciendo lo mismo que el SPD: abandonar el marxismo. El PSOE lo hizo veinte años después, en 1979. En la ‘’Declaración de Principios de la Internacional Socialista“ de 1989 se decía que el marco y a la vez el fin último del socialismo era «una democracia más avanzada en todas las esferas de la vida: la política, la social y la económica».

En 2009, en plena crisis económica, el historiador francés Michel Winock constataba que la socialdemocracia estaba en crisis en Europa y se preguntaba si no sería porque era víctima de su propio éxito: «la realización de la protección social, el Estado providencia, la liberalización de las costumbres,…», reformas profundas que habían transformado las sociedades europeas.

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