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A vueltas con el modelo educativo
Comienza un nuevo curso y como cada año regresa con no pocas controversias. Entre otras, destaca esta vez el debate sobre nuestro modelo educativo, que, en realidad, es un debate metodológico. Se han dedicado en las últimas semanas diferentes artículos y espacios en distintos medios en los que se adjetiva a nuestro modelo educativo de repetitivo, memorístico u obsoleto, presentando a los alumnos como sujetos pasivos que no participan en su propia educación. Bien, este modelo educativo no se corresponde con la realidad en el aula.
Uno de los grandes problemas en el debate educativo es que, habitualmente, quienes participan no son personas directamente involucradas en el sistema educativo. Llevo 15 años impartiendo clase en diferentes centros públicos de educación secundaria en la Comunidad de Madrid y, desde mi experiencia, puedo asegurar que la práctica docente está lejos de ser repetitiva, memorística u obsoleta. Visto desde fuera cabe creer, si se hace un análisis muy superficial, que con una metodología tradicional nuestros alumnos son sujetos pasivos cuando escuchan la explicación de los profesores. Por eso, quienes opinan a la ligera entienden que los alumnos deberían estar “haciendo algo” para evitar el “aburrimiento”. Las asignaturas de Historia (la que yo imparto) y Filosofía suelen aparecer como ejemplos de ese modelo educativo obsoleto. Se entiende, de forma errónea, que estas asignaturas consisten en aprenderse nombres, fechas, axiomas, que más tarde se repiten mecánicamente, pero esto, evidentemente, no es así. Imaginémonos viendo una película, leyendo un libro, asistiendo a una función de teatro, escuchando las noticias en televisión… nosotros, como espectadores, no participamos activamente de esas acciones, no nos subimos al escenario en mitad de la obra, sin embargo, estamos constantemente recibiendo información, entendiendo conceptos, relacionándolos con nuestros conocimientos previos, formulando hipótesis, previendo consecuencias… pues bien, eso es exactamente lo que hacen nuestros alumnos en clase cuando escuchan a su profesor, quien además, en todo momento, invita a sus alumnos a relacionar, a opinar, a cuestionar-se.
Quienes critican, sin conocerlo, nuestro modelo educativo proponen que, por ejemplo, para estudiar la II Guerra Mundial nuestros alumnos realicen un video en el que expliquen ese acontecimiento. En estos casos lo habitual es que los alumnos aprendan a editar un video pero no aprendan sobre la II Guerra Mundial. El uso vacuo de las nuevas tecnologías tiene un resultado más efectista que eficaz. Sin embargo, incluso desde el mundo de la política nos alientan a que usemos las nuevas tecnologías en este sentido efectista. De nuevo, lo que se pretende es que, visto desde fuera, dé la impresión de que los alumnos han “hecho algo”, que haya un resultado palpable, algo que mostrar, no basta, parece ser, con la adquisición de conocimientos para construir un discurso.
No quiero olvidar el adjetivo memorístico que casi siempre es utilizado en un tono peyorativo. Parece que la memoria está muy mal vista en la actualidad. Hay quienes, incluso, alardean de tener mala memoria. Sin embargo, memorizar conceptos es el punto de partida para que se produzca aprendizaje y a partir de ahí podamos reflexionar, proponer, debatir. Sería absurdo que en cualquier intercambio de opiniones hubiera que consultar constantemente nuestros dispositivos para buscar la información que necesitamos, porque no somos capaces de construir un discurso a partir de nuestros propios conocimientos. Por eso, los profesores insistimos en memorizar conceptos clave, porque a partir de ellos podemos pedir a nuestros alumnos que construyan sus propias opiniones.
Finalmente, cabe destacar que en el debate sobre nuestro modelo educativo hay una ausencia muy significativa, se plantea el cómo pero nunca el para qué. Y esa, desde mi punto de vista, es la principal cuestión. ¿Cuál es nuestro objetivo como docentes? Desde casi todas las instancias se apuesta por un educación utilitarista, de ahí la insistencia en un modelo práctico, en el que podamos “vender” a las familias que en nuestros centros se aprenden cosas útiles para, por ejemplo, encontrar un empleo. Si este es el modelo, se genera una relación empresarial entre el centro y el profesor con las familias y alumnos. Somos vendedores y nuestros alumnos clientes. Y por tanto, se generan situaciones más propias de una empresa que de un centro educativo (reclamaciones o quejas de alumnos y familias como usuarios, relaciones jefe-empleado entre equipos directivos y profesores, publicidad y competencia entre centros como si fueran empresas que compiten entre sí por obtener mejores ventas…)
Sin embargo, si apostamos por una educación cuya finalidad sea contribuir a la formación de ciudadanos responsables, de personas críticas capaces de valorar la diversidad, de identificar situaciones de desigualdad y proponer respuestas, de comprender la necesidad de proteger el medioambiente, de advertir los peligros de la exclusión social… entonces, estaremos apostando por una educación que sea un instrumento para construir un futuro mejor.
El debate sobre el sistema educativo no debe centrarse en la metodología si no en qué queremos construir a través de la educación.
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