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We the people

Pedro Sánchez (izquierda) y Abel Caballero (derecha) ríen durante una rueda de prensa

Carlos Estévez Ruiz

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En los últimos meses se viene produciendo un proceso muy peligroso: el acriticismo de los representantes del pueblo.

Ante una gestión del gobierno manifiestamente mejorable y que nos aboca a un otoño muy difícil, personal y colectivamente, posiblemente el más difícil de nuestra existencia, excepto para una ínfima minoría, las posiciones políticas que representan al pueblo o los voceros mediáticos que se erigen en sus portavoces, callan, quizás por una lealtad mal entendida, probablemente no quieran añadir leña a la pira que alimentan cada día las derechas con más y más combustible.

Pero ese acriticismo, cuando el pueblo sufre la cobardía y la ineptitud e ineficacia, indudables, del gobierno, está dejando todo el campo de la crítica, desde el sentido común y los valores de pueblo a la vociferante derecha que no va a despreciar el campo entregado.

Tras seis meses de pandemia, nuestro sistema de salud sigue haciendo agua por las mismas amuras; nuestros niños, tras un trimestre sin escuela, se enfrentan a un caos organizativo del que nada bueno puedo salir; nuestro mayores, tras ser arrasados por el virus, observan con horror cómo ataca de nuevo sin ninguna nueva defensa que utilizar; los trabajadores autónomos contemplan atemorizados que las ayudas no llegan y son insuficientes, que los negocios no se reabren y quizás no vuelvan a abrir nunca. Y todos observamos con estupor, no exento de indignación, que, siendo todo lo anterior verdad, no existe ningún plan ni proyecto para salir hacia adelante ni para reconstruir y regenerar este país. Solo palabrería, mercadotecnia, tacticismos, IMVs que no llegan… Parece como si todo fuera oscuridad, o la dura negra realidad o las fuerzas de las tinieblas de las élites corruptas y retrógradas. No hay luz, ni siquiera tenue, para caminar hacia ella.

Y miramos a nuestro alrededor y nuestros referentes como pueblo callan, unos porque están en el gobierno acogotados por sus propios problemas y su pánico a lo que viene, los otros porque muy probablemente no sepan que decir o tengan miedo de que se les tache de hacer el juego a la derecha, y algunos porque están abducidos por su ensoñación independentista, la conclusión de la inacción es que el pueblo sufre, que cada día el sufrimiento crece, que las dudas del mañana se convierten en terror y que la esperanza se torna en depresión.

En ese clima, las condiciones son perfectas para que, a falta de una alternativa de pueblo, las derechas fachosas nucleadas en torno a un populismo nacionalista con soluciones sencillas y falsas a problemas complejos se alcen con la bandera del descontento creciente y justificado ante una gestión nefasta de un gobierno supuestamente progresista.

El futuro posible se escribe con dinero, con mucho dinero, probablemente más de 100.000 millones de euros al año durante el próximo quinquenio, sin un muy potente bazucazo público e instrumentos para su gestión es imposible vencer a la pandemia y sus consecuencias y poner en marcha el cambio estructural y la regeneración de nuestras instituciones. Eso lo sabemos todos, los muy liberales de la FED y del BCE al frente, pero este gobierno rehúye la evidencia y sólo pretende minimizar el coste, la estafa a los ayuntamientos es una buena prueba.

La alternativa necesaria debe decir cuánto dinero hace falta, de donde se saca y en que se gasta, todo ello de forma concreta y creíble. Esa alternativa debe de construirse desde el sentido común, con la participación de cuantos deseen aportar en el campo de su especialidad y otorgando seguridad y confiabilidad al pueblo y sobre todo una luz brillante al final del horrible túnel que hoy percibimos.

Este gobierno decepcionante ya sabemos de lo que es capaz, o hay alternativa de pueblo, desde el pueblo y para el pueblo o habrá nacional populismo desde y para las élites más retrógradas a costa, una vez más, del sufrimiento del pueblo, nuevamente abandonado y traicionado por un liderazgo incapaz.

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