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El origen de nuestra diversidad

Hace algunas semanas el INE puso a disposición del público los microdatos del nuevo Censo de Población. En él, por primera vez, se dispone de información sobre el lugar de nacimiento de cada uno de nosotros pero también del lugar en que nacieron nuestra madre y nuestro padre. Esto nos permite reconstruir el origen de la diversidad presente en la población de España atendiendo no solo a la condición de extranjero (el que carece de la nacionalidad española) o inmigrante (el que nació fuera de España), sino también identificar y medir el tamaño de la denominada segunda generación (hijos nacidos en España de dos inmigrantes), o conocer cuántos de nosotros nacimos fuera de España durante la emigración de nuestros padres aunque, por diversos motivos, hayamos regresado a vivir aquí.

Se trata de una gran novedad. Para que se hagan una idea, en la anterior ronda de Censos, la de 2001, apenas una quinta parte de los países que hoy componen la UE recogían información de este tipo. En otros países la decisión de incluir el lugar de nacimiento de los padres en estadísticas oficiales habría generado un acalorado debate. Para muchos un estado que rastrea tus orígenes más allá del nacimiento es un estado que te obliga en cierto modo a seguir siendo ‘de fuera’ aun siendo de aquí. Esta interpretación tiene, sin duda, algún sentido en países que conceden la nacionalidad a cualquier que nace en ellos, con independencia de dónde hubiesen nacido sus padres. Sin embargo, como ya comentamos aquí, ese no es el caso de España.

En cualquier caso, este debate, quizá por fortuna, ha vuelto a pasar desapercibido en España y, gracias a ello, hoy podemos escribir este post. Como indica la Tabla 1, el 16 por ciento de las personas que residen en España, unos ocho millones de personas, tienen algún vínculo por nacimiento o por ascendencia con un país diferente a España. Es decir, o nació en el extranjero, o tiene algún progenitor que lo hizo, o ambas cosas a la vez. De ellos, casi cinco millones nacieron fuera de dos progenitores también nacidos fuera; 3,8 millones vinieron siendo adultos pero el resto, más de un millón, vino con menos de 16 años y ha pasado parte de su infancia y prácticamente toda su adolescencia en España. Esto les une a quienes la sociología de la inmigración llama, sin ánimo de ofender, segunda generación, es decir, personas que han nacido en España sin que ninguno de sus progenitores lo hicieran. Este grupo no llega a las 800.000 personas pero crecerá sin duda en los próximos años. Y junto a ellos tenemos a 1,2 millones habitantes que nacieron en España pero de padre o madre nacido fuera, es decir, hijos de parejas mixtas.

Tabla 1. Población residente en España según lugar de nacimiento propio y de los progenitores

Fuente: INE, Microdatos Censo 2011. Ponderaciones aplicadas.

Por tanto, podemos decir que algo más de tres millones de personas en España son, en mayor o menor grado, hijos de la inmigración (generación intermedia, segunda generación e hijos de parejas mixtas). El resto hasta completar esos ocho millones, unos 750.000 habitantes, son hijos de nuestra emigración: personas que nacieron fuera de España pero cuyos padres, uno o ambos, nacieron aquí. Aunque obviamente todos ellos cuentan como habitantes de España no todos son españoles, con lo que ello implica en cuanto a la titularidad o no de derechos plenos de ciudadanía.

Entre los que nacieron fuera con padres también nacidos fuera – los inmigrantes - sólo el 8 por ciento posee la nacionalidad española: 7 por ciento entre los que vinieron siendo adultos (tercera barra en el Gráfico 1) y 12 por ciento entre los que eran menores de 16 años al llegar a España (cuarta barra); eso a pesar de que la mitad de ellos lleva viviendo en España una década o más. De todos modos, más sorprendente resulta que dentro de la denominada segunda generación (quinta barra), ni siquiera la mitad tengan la nacionalidad española, a pesar de haber nacido en España. La cosa cambia bastante para los hijos de parejas mixtas nacidos aquí, pues prácticamente todos tienen la nacionalidad española (el 98 por ciento), un porcentaje de nacionales muy por encima al que encontramos entre los hijos de españoles nacidos en el extranjero, incluso de ambos progenitores españoles (79 por ciento, primera y segunda barra).

Gráfico 1. Porcentaje de personas con nacionalidad española según lugar de nacimiento propio y de los progenitores.

Fuente: INE, Microdatos Censo 2011. Ponderaciones aplicadas.

Estas cifras ratifican algo que ya explicamos hace algunas semanas aquí, que el sistema español de adquisición de la nacionalidad otorga preferencia a la ascendencia (ius sanguinis) sobre el lugar de nacimiento (ius solis). Pero además nos permite ponerle números a esa preferencia, que podría ser más relevante de lo que habitualmente pensamos.

Hace algunas semanas el INE puso a disposición del público los microdatos del nuevo Censo de Población. En él, por primera vez, se dispone de información sobre el lugar de nacimiento de cada uno de nosotros pero también del lugar en que nacieron nuestra madre y nuestro padre. Esto nos permite reconstruir el origen de la diversidad presente en la población de España atendiendo no solo a la condición de extranjero (el que carece de la nacionalidad española) o inmigrante (el que nació fuera de España), sino también identificar y medir el tamaño de la denominada segunda generación (hijos nacidos en España de dos inmigrantes), o conocer cuántos de nosotros nacimos fuera de España durante la emigración de nuestros padres aunque, por diversos motivos, hayamos regresado a vivir aquí.

Se trata de una gran novedad. Para que se hagan una idea, en la anterior ronda de Censos, la de 2001, apenas una quinta parte de los países que hoy componen la UE recogían información de este tipo. En otros países la decisión de incluir el lugar de nacimiento de los padres en estadísticas oficiales habría generado un acalorado debate. Para muchos un estado que rastrea tus orígenes más allá del nacimiento es un estado que te obliga en cierto modo a seguir siendo ‘de fuera’ aun siendo de aquí. Esta interpretación tiene, sin duda, algún sentido en países que conceden la nacionalidad a cualquier que nace en ellos, con independencia de dónde hubiesen nacido sus padres. Sin embargo, como ya comentamos aquí, ese no es el caso de España.