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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

¿No te tragues el mito del amor romántico?

Cristina Hernández e Irina Martínez

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Que la violencia contra las mujeres sea hoy un asunto político es un importante logro feminista. Sabemos que el orden patriarcal hegemónico prefiere tratarlo como un asunto privado para que cada quien lo resuelva como pueda y para que, al final, siga sin cambiarse nada.

Las feministas hemos puesto sobre la mesa, sin embargo, que lo que sucede en nuestras casas no es un asunto privado, sino político. La sociedad en la que vivimos no solo establece la forma en que se organizan las empresas o las instituciones, sino que la familia, como una forma de organización social más, es un asunto de orden político sobre el que las mujeres tenemos mucho que decir.

Hace unos meses protagonizamos, un año más, una jornada de lucha, el 25N, para denunciar la violencia que sufrimos las mujeres. Y en este contexto han sido numerosas las voces de compañeras que están señalando al amor romántico como uno de los problemas principales en el sostenimiento de la violencia, ya que somos las mujeres las que idealizamos a los hombres en esta construcción del amor, y es este amor y todos sus mitos, lo que nos lleva a sostener relaciones desiguales, injustas y hasta violentas.

Frente a esto, y como solución, se nos propone que seamos capaces de vivir vidas más autónomas, menos dependientes del amor de pareja. En este sentido, Coral Herrera escribía un artículo en el que evidenciaba que las mujeres solteras viven más años y nos animaba a vivir sin la carga que supone la vida en pareja en la que no existe cuidado mutuo.  

Parece que la idea subyacente es “chicas, mejor estar solas”. Pero, ¿se puede estar sola? ¿Realmente sola? A nosotras esta idea nos resuena a la del hombre, blanco, burgués y soltero que se siente autosuficiente.

Desde los feminismos llevamos mucho tiempo denunciando que, detrás de esa supuesta autosuficiencia, se esconden numerosos cuidados invisibles realizados por mujeres en desigualdad de condiciones. Detrás de la falsa idea de autosuficiencia parece que se esconden relaciones de interdependencia. No solo somos interdependientes en el mundo productivo, es decir, que todas necesitamos del trabajo del resto para satisfacer nuestras necesidades, sino que somos interdependientes en el ámbito privado y afectivo.

La idea de que, para que nosotras podamos vivir bien, nos tenemos que parecer un poco al hombre BBVA (Blanco, Burgués, Varón, Autónomo) no solo nos parece poco deseable, sino también imposible. Nosotras no disponemos de esa red de cuidados de mujeres dispuestas a sostenernos sin obtener nada a cambio. Y es por eso que a nosotras la soledad se nos convierte en desolación, como diría la antropóloga Marcela Lagarde

Sin los cuidados que recibimos de nuestro grupo primario de relación no podríamos sobrevivir en la infancia, en la vejez, ni en períodos de enfermedad. Pero bien sabemos que no solo cuando la vulnerabilidad se vuelve extrema necesitamos del resto. Todas necesitamos (y queremos) compañía, afecto, reconocimiento, seguridad, pertenencia, respeto y cuidados a lo largo de la vida.

Las relaciones con las demás cubren estas necesidades humanas y sabemos que, si no están cubiertas, enfermamos. Somos seres profundamente sociales y sin las demás no podemos ni queremos vivir. Nos necesitamos unos a otras, eso está claro.

La solución no pasa, por lo tanto, por que realicemos más ejercicios de yoga, más espiritualidades o más lecturas de autoayuda para poder vivir una soledad que no es humana. La cuestión parece más centrada en cómo transformamos esas relaciones interdependientes en relaciones justas, en las que los cuidados estén repartidos, en las que exista respeto, ayuda mutua, compañía, buen sexo, buena intimidad, amor de forma justa, equitativa, libre y feliz.

La solución parece ir más allá de pedirnos que no nos traguemos historias de amor romántico y señalemos la brutal desigualdad que vivimos las mujeres en el terreno amoroso, y exigir a las masculinidades hegemónicas un ejercicio de amor responsable, comprometido y cuidador. Los mensajes de si no quieres sufrir “no te tragues el mito del amor romántico” es volvernos a culpabilizar del asunto. Puede parecer culpa nuestra que, por habernos tragado el cuento, nos encontremos inmersas en relaciones injustas e incluso violentas. 

No, señoras, lo injusto es que para cubrir nuestras necesidades afectivas tengamos que vivir desigualdades y violencias.

Puede resultar hasta contraproducente, por culpabilizador, lanzar esos mensajes sin conocer los recursos sociales, económicos y afectivos de los que dispone cada una. Para poder salir de relaciones violentas hace falta tener apoyo económico, pero también red social, afecto, acompañamiento o escucha. Para salir de relaciones violentas necesitamos algo de tribu.

Denunciar de esa forma el amor puede encerrar, además y aunque sea sin querer, actitudes misóginas. Porque, de alguna forma, se desprecian los anhelos femeninos de amor y el papel central que ejercemos las mujeres en el mantenimiento de las redes afectivas y comunitarias sin las que no se puede vivir. El afecto, el acompañamiento, la escucha, el apoyo y el amor son elementos sin los que no podemos vivir y que, además, cuando los perdemos, no nos merece la pena vivir.

Hay que reivindicarlos, hacerlos visibles y luchar para que todas tengamos derecho a amar y a ser amadas de manera responsable, respetuosa y en igualdad. Aunque es verdad que no todos los afectos, las intimidades y los cuidados pasan por el amor romántico.

Dándole vueltas a esto del amor, planteamos dos tareas sobre las que seguir pensando, avanzando y construyendo:

Queremos reivindicar otro tipo de amor. Un amor compañero y respetuoso con unas relaciones amorosas en la que los afectos y los cuidados estén repartidos de forma más justa y equitativa.

Queremos también ser capaces de construir relaciones más allá de la pareja que satisfagan también esas necesidades. Queremos construir tribu.

La solución para ser más autónomas e independientes pasaría fundamentalmente por ser capaces de construir relaciones sólidas más allá de las amorosas en pareja.

Esto no es tan fácil y no depende solamente de nuestra experiencia y capacidad personal. Establecer vínculos afectivos sólidos de cuidados más allá de la propia familia nuclear supone impulsar un cambio social que lo permita.

Crear relaciones comunitarias lo suficientemente profundas como para satisfacer nuestras necesidades afectivas no es fácil en un mundo cada vez más urbanita y atomizado, pero supone una tarea central si queremos una sociedad con justicia afectiva y amorosa para todas, y no solo para las afortunadas que cuentan con una familia funcional.

Somos muchas las mujeres divorciadas, viudas o sin pareja que, en una sociedad atravesada organizativamente por la pareja normativa y por la familia nuclear, nos vemos abocadas a situaciones de soledad impuesta que afectan directamente sobre nuestra salud. 

Tenemos claro, por lo tanto, que no solo necesitamos unas relaciones amorosas con otras reglas de juego, sino que queremos otras relaciones afectivas más allá de la pareja.

La idea de superar la familia nuclear ampliándola y ensanchándola para que todas las personas podamos tener relaciones familiares y afectivas puede ser más transformadora para el logro de la vida digna para las mujeres. Más que apostar por la destrucción del amor que puede atomizarnos todavía más.

La falsa autonomía individualista para superar el amor romántico está enmarcada dentro del sistema capitalista y reproduce las injustas relaciones de poder y de reparto del cuidado que precisamente denunciamos.

La tarea más importante que tenemos por delante es construir tribu para resolver nuestras necesidades materiales y afectivas. Para amar y ser amadas equitativamente, para que ninguna seamos pobres ni estemos solas. Manada, necesitamos más manada, no solo para el pan, sino también para las rosas.

 

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