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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Ángel Gabilondo, el ministro que no levantaba la voz

Ángel Gabilondo.

Diego Barcala

Cada noche, antes de acostarse, apunta en un papel de su mesilla de noche las reflexiones, los pensamientos o las frases brillantes que le pasan por la cabeza. Lo hace porque no confía en los que creen que las buenas ideas siempre vuelven. Una noche de 2013 apuntó: “Los días aburridos no son días tranquilos”. Lo publicó en Por si acaso (Espasa), un libro a mitad de camino de los aforismos y los tuits en los que el pensamiento de Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949) aparece como un libro de instrucciones para entenderle. Quizá lo escribió por si acaso algún día se volvían a acabar los días aburridos.

Un año después de escribir esas palabras, el nombre de este metafísico que se licenció con 31 años reaparece ante la posibilidad de una segunda aventura política, esta vez en forma de candidatura del PSOE, del que no es militante, a las elecciones autonómicas en Madrid.

No fueron pocas las experiencias anteriores: futbolista, fraile, filósofo, profesor, rector, ministro y ahora (posible) candidato a presidente de Madrid. En el pasado, no ha tenido inconveniente en decir “no” a ofertas políticas: rechazó ser número dos por Valencia en las pasadas elecciones generales y dicen que rechazó la Secretaría de Estado de Universidades meses antes de ser nombrado ministro de Educación.

Resulta llamativo que en una España actual donde en la política abundan los que gritan en los platós televisivos, un hombre de 66 años de carácter discreto y mesurado sea considerado atractivo electoralmente. “Desconfío de todos los fundamentalismos, tanto los que son en contra como los que son a favor”, es una de sus frases más repetidas. Y actúa en consecuencia. Es un entrevistado capaz de decir al periodista: “Quizá tengas razón”.

Como ministro, dedicó todos sus esfuerzos como ministro a pactar con el PP un futuro educativo. Incluso renunció para el acuerdo a principios básicos de la izquierda, como la laicidad en la escuela. Pudo convencer a un hueso duro –María Dolores de Cospedal llegó a sellar su apoyo en privado–, pero los que estaban pensando en José Ignacio Wert como el hombre idóneo para la educación de los españoles impidieron el acuerdo.

Gabilondo no muestra rencor: “No hay espinas clavadas. Uno siempre prefiere ir más lejos y no pierde la esperanza de lograrlo pero en estos sitios hay que saber que uno está de paso, no para pasar a la historia. Recibir un legado y dejarlo en mejores condiciones, sin generar decepciones ni resentimientos”.

“No ando por ahí queriendo ser cosas”

Asegura que nunca ha hecho nada para que le llamen para un cargo. “Cuando me hicieron rector no es que yo desde niño quisiera ser rector, fue porque los otros lo pensaron, o cuando me llamaron para ser ministro. La llamada te viene de los demás. Esos que sienten llamadas desde dentro me producen mucha inquietud. Puedo decir que cuando me llaman escucho lo que me dicen, pero no llamo yo. No ando por ahí queriendo ser cosas”, ha explicado.

Sus críticos no están tan de acuerdo y aseguran que sí guarda en su interior la llamada del poder. Ocupó el rectorado de la Universidad Autónoma de Madrid en 2002, y desde entonces, sólo cuando dejó el Ministerio para volver a dar clases, no ha dejado de estar en un despacho de jefe.

Los colaboradores de Tomás Gómez se reían en la rueda de prensa cuando el destituido candidato era preguntado por la supuesta maleabilidad de Gabilondo con los líderes. “Lo que sí sé es que yo soy insobornable”, respondió Gómez. Aplauso atronador de la tarima.

“Ser independiente no significa ser indiferente. Todo el mundo sabe que no soy indiferente, que no atendería igual unas llamadas que otras. Si no estás en un partido político, no estás en las opciones de intervenir en los espacios políticos porque está todo muy intervenido y mediatizado por los partidos. Hay mil opciones de cosas que hacer, pero si no eres de los partidos es muy difícil”, opinaba Gabilondo hace un año ante las primarias socialistas que le situaban como candidato a la alcaldía.

“Tengo mis banderas pero no voy todo el rato agitándolas”, responde el exministro cuando se le pregunta por sus principios. Su estilo lo aprendió de Alberto Ormaetxea, el entrenador campeón con la Real Sociedad en los 80 del que hizo suyo todo un estilo de liderazgo: “Hacía en una temporada menos gestos que un entrenador de ahora en cinco minutos”, explicaba en la Revista Líbero con cierto tono de crítica a Mourinho.

“Pero si él se salió de cura”

En esa entrevista junto a su hermano Iñaki aparece otro concepto básico: “Sentir los colores de la camiseta me parece importante en todos los ámbitos de la vida. A veces sueño que juego al fútbol. Esa idea de ganar juntos, me parece enormemente atractiva. Creo que toda la vida he estado marcado por esta idea de jugar en equipo, sentir los colores, querer ganar y saber perder. Esta didáctica pedagógica sirve para reivindicar el deporte en edad escolar. Nosotros no necesitábamos eso porque éramos una familia de nueve. Éramos 16 con entrenador, masajista...”.

Por esos partidos de pasillo familiar aparecía su primo, el médico forense, Francisco Etxeberria Gabilondo, que ocupa estos días buscando los restos de Cervantes. Se admiran mutuamente. “Hace cosas muy raras, que yo nunca haría”, dice sobre la afición de su primo por la espeleología. “¿Raro yo? Pero si él se salió de cura”, responde el primo médico. Seguro que Gabilondo siente curiosidad por la vida del maestro de las palabras de Alcalá de Henares. Su primer mensaje a la oposición como ministro fue el siguiente: “Que no nos roben las palabras”. Se refería al afán del PP por utilizar la palabra libertad y confundir la libertad individual con el individualismo.

Tolerante, conciliador y antiMourinho. ¿Hay algún político o política con intención de presentarse a las elecciones en Madrid que pueda ser su antítesis?

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