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Sé inteligente, cuida tu salud y no hagas un Ortega Smith

Imagen de un vídeo de Vox con Ortega Smith junto a Santiago Abascal en el mitin de Vistalegre.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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La estupidez perjudica gravemente la salud. Por lo general, no respetar los consejos de un médico no es una demostración de inteligencia. No seguir las recomendaciones del Gobierno en una crisis sanitaria, cuando están avaladas por responsables científicos o la OMS, es también una reacción estúpida. Cuando las autoridades locales se encogen de hombros y no asumen su responsabilidad esperando a que lleguen las órdenes de arriba, hacen un servicio penoso a sus ciudadanos.

Los políticos españoles pensaban que la amenaza del coronavirus no contaba para ellos. Será por la inmunidad parlamentaria. La Mesa del Congreso tenía la intención de que se celebraran esta semana las comisiones y el pleno correspondientes al calendario con total normalidad, a pesar de los numerosos casos de contagios a políticos ocurridos en Italia, EEUU, Francia e Irán (el último caso ha sido hace unas horas el de la viceministra británica de Sanidad, Nadine Dorries).

Pista: no hay un metro de distancia entre las butacas de los diputados. Y eso que el Ministerio de Sanidad había anunciado el lunes que la situación era grave. No para ellos, aparentemente.

Hasta que se supo que Javier Ortega Smith, diputado y secretario general de Vox, había dado positivo por coronavirus dos días después de prodigarse en abrazos y apretones de manos en el mitin que su partido celebró en Vistalegre con una asistencia de 9.000 personas. Un tuitero publicó una foto de Ortega el 15 de febrero que lo situaba en Milán, pero aún no se sabe cómo se contagió. Fue una mala decisión celebrar ese acto público en un recinto cerrado y por eso el partido pidió perdón, pero culpando al Gobierno por no haberles prohibido celebrarlo. Imagina lo que hubieran dicho en ese caso.

“Ni coronavirus ni leches, la España viva es imparable”, tuiteó el día del mitin un militante de Vox muy activo en redes con un vídeo en el que Ortega Smith y otros dirigentes saludaban eufóricos a todos. Menuda leche les dio el pequeño pero imparable coronavirus. El partido decidió que sus 52 diputados se quedaran en casa, lo que obligó al Congreso a suspender toda su actividad durante una semana.

El karma no existe, pero el concepto siempre perverso de justicia poética termina explicando muchas cosas.

Vox insistió en que les tenían que haber hecho caso cuando exigieron el cierre de las fronteras y siguió pidiéndolo. El caso de Italia nos demuestra que el coronavirus puede estar presente en un país mucho antes de que las cifras sean alarmantes. La OMS recomienda no tomar ese tipo de medidas en una crisis global, porque la colaboración entre gobiernos es fundamental y la confianza entre ellos no se refuerza si la primera respuesta es cerrar las puertas y sostener que el problema es sólo de los extranjeros.

Pero la extrema derecha, como demuestra con el cambio climático, no se siente concernida por las evidencias científicas y prefiere regirse por las supersticiones. Afortunadamente, Vox ha contado que Ortega Smith va a respetar los consejos de los médicos –así podrá volver al escaño que le concedieron los ciudadanos– y no se encomendará simplemente a Pelayo, el Cid o la “España viva”. Si pasas de la ciencia, puedes ser muy español, pero lo mismo terminas encontrándote fuera del mundo de los vivos.

La conspiración de los diabólicos guantes morados

El Partido Popular también se ha visto atropellado por el coronavirus, pero de otra manera. Se preparaba para poner fin a varias semanas de discreción en relación a esta crisis para atacar al Gobierno desde varios frentes. El económico era el más factible, de ahí que Pablo Casado propusiera el lunes una rebaja fiscal, precisamente ahora que varios gobiernos europeos, incluidos el alemán y el británico, están calculando que van a tener que aumentar el gasto público para no caer en una recesión continental. El PP se conforma con la servilleta sobre la que se dibujó la curva de Laffer.

El ataque al flanco económico no es suficiente para el PP, decidido a hacer pagar al PSOE agravios guardados desde anteriores crisis sanitarias. No quedó muy contento con el parón del Congreso. Su portavoz parlamentaria jugó el rol de Juana de Arco de la Constitución con su particular interpretación de la realidad: “El Congreso no se cierra ni en guerra”, dijo Cayetana Álvarez de Toledo, haciendo una no muy buena imitación de Churchill. Hubo otra frase relamida para la historia del parlamentarismo: “La democracia no está en cuarentena”. Que se lo pregunte a Ortega Smith.

Hacer oposición sin la tribuna parlamentaria resulta complicado, no imposible. Los partidos tienen múltiples ventanas de comunicación, algunas de las cuales no pasan por los periodistas. Es legítimo que el PP critique las medidas del Gobierno que no le convenzan o que proponga otras. Estos días algunos dirigentes del PP han preferido centrarse en acusar al Gobierno de no haber prohibido la manifestación del 8M por el riesgo sanitario. No lo pidieron la semana pasada y se les ha ocurrido hacerlo ahora.

El director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, ya dijo que es conveniente aprobar medidas que sean realmente aplicables o que “evitar un evento de masas sin cerrar los metros tiene poco sentido”. El Ministerio de Sanidad sí recomendó que no fueran personas con tos o problemas respiratorios. Una manifestación es más difícil de controlar que el acceso a un recinto cerrado. La orden del Gobierno no habría impedido que miles de mujeres salieran a la calle bajo su responsabilidad. Es de suponer que los que se quejan ahora no querrían que la policía hubiera disuelto a porrazos esa marcha. Sería curioso que emplearan a los antidisturbios como medida profiláctica.

El ministro de Sanidad afirmó el martes que fue en la noche del domingo, después de la manifestación, cuando quedó claro que había tomar decisiones más drásticas a causa del aumento de infecciones en Madrid.

Como aportación personal, la diputada del PP Ana Vázquez Blanco, portavoz de Interior del partido, había lanzado la conspiración de los guantes morados. Vio que dos ministras llevaban guantes de látex de color violeta como símbolo feminista. En realidad, una de ellas sólo tenía un guante. “¿Qué sabían ellas el domingo que no supiéramos el resto?”, dijo la diputada. Así que las ministras eran las únicas personas en España que sabían de la existencia del coronavirus y de los riesgos de contagio.

Pues ni eso. Los guantes sólo son un símbolo que ya llevaban algunas personas en la manifestación de 2019. Habría que tener poca cabeza para pensar que los guantes te iban a proteger de un contagio si estabas rodeado de miles de personas.

Respetar ciertas reglas de base científica es una forma de cuidar tu salud y la de tus familiares, sobre todo los de avanzada edad, y de impedir que el sistema sanitario se vea desbordado. Siempre habrá tiempo de criticar a los gobiernos implicados en la crisis en el Congreso y fuera de él si es necesario. Y no confundas unos guantes con una diabólica conspiración.

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