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Esperanza Aguirre, presa de una huida hacia delante para zafarse de la sombra de la corrupción y defender un legado

Ignacio González y Esperanza Aguirre, en la Asamblea de Madrid en octubre de 2013.

Andrés Gil

Ella se mira en Margaret Thatcher. Y en Winston Churchill. Y en Ronald Reagan. Esperanza Aguirre presume de haber entrado en el Partido Popular a través de la Unión Liberal, más un club de debate en la Transición que una organización política. Esperanza Aguirre se siente el último exponente liberal en un panorama político dominado por la “socialdemocracia”, como le gusta decir a ella.

Aguirre se siente parte de ese hilo azul que conecta con las sociedades de amigos del país de la Ilustración y los liberales del siglo XIX, portadora de esas esencias liberales en una España en la que la arquitectura institucional y política de 1978 se tambalea. Y quiere trascender, aparecer en los libros de historia el día de mañana, y aparecer bien parada.

Así se ve la expresidenta madrileña: como quien modernizó la comunidad autónoma, quien introdujo el bilingüismo en el sistema educativo; bajó los impuestos como nadie –al calor de la burbuja inmobiliaria–; construyó más kilómetros de Metro que todos sus predecesores juntos; golpeó como nadie a los sindicatos y cambió por completo el sistema sanitario público a través de las privatizaciones.

“Allí donde he estado he aplicado las ideas liberales”, argumentaba en una entrevista en eldiario.es: “Libertad de elegir colegio, a todos los padres que quisieran. Libertad de elegir médico y hospital. Libertad de apertura a los comercios, cuando han querido. He liberalizado todo lo que he podido. Fíjate tú que cuando fui ministra, el primer real decreto que tuve que llevar primero al Consejo de Estado para que opinara, se llamaba Decreto por el que se regula la libertad de elegir colegio. ¡La libre elección! Y, entonces, la contestación del Consejo de Estado fue que eso yo no lo podía regular. ¡Agárrate que hay curvas!”.

E insistía: “No tiene pase que haya un diputado que proponga lo que todo el mundo quiere: ”que se bajen los impuestos a los asalariados“. ¡Es alucinante! ¡Pero es que no hay ni uno que lo diga! Pero es que es increíble que no lo digan ni siquiera los de Ciudadanos, que se dicen liberales. Es que las empresas están pagando el impuesto de sociedades por adelantado. ¡Ganen o pierdan! ¡Es una cosa alucinante!”

“Yo quiero saber qué recortes se han hecho aquí en España”, afirmaba: “Yo he escrito un libro y digo que sí, se consiguió transmitir el mensaje de que se habían hecho muchos recortes, y yo los llamo recortitos”.

Así se ve ella, así quiere ver su legado y así quiere pasar a la historia, como también se encargó de relatar en su comparecencia el jueves ante la Audiencia Nacional.

Aguirre dejó la presidencia autonómica en 2012, pero luego quiso volver: como salvadora del partido –tenía la etiqueta de imbatible–; como salvadora de Madrid y como salvadora de España –llamada a derrotar a Podemos–. Pero las elecciones de mayo de 2015 han supuesto un punto de inflexión: no sólo no ganó la alcaldía, sino que la ciudad la gobierna la candidatura municipalista de Ahora Madrid –con Podemos, IU, Equo y activistas sociales–.

“Llegó el otoño de 2014”, explicaba a eldiario.es, “las cosas horrorosas que ocurrieron. Te lo recuerdo: tarjetas black, filtración de lo que habían hecho con sus dineros, la Púnica, Granados, etc. etc. Y las encuestas que decían que Podemos era el primero, no solo en intención de voto, sino en voto decidido. Cinco encuestas publicó El País a finales del 14 que a mí me hicieron pensar que, a pesar de que estaba en la empresa privada, disfrutando de una vida muy agradable, era mi obligación ofrecerme. Me ofrecí y me cogieron. Pero he fracasado en mi intento de que no gobernara en el ayuntamiento”.

Aguirre se marchó en 2012, justo después de que el Gobierno de Mariano Rajoy aprobara “el ajuste más duro de la democracia”; un ajuste que ya no ejecutó ella, sino su heredero, Ignacio González. Se fue, y afirma que estaba “feliz”, pero volvió. Volvió por su legado: para pasar a la historia como quien puso pie en pared a Podemos.

Pero fracasó, y ofreció la alcaldía al PSOE, y a Ciudadanos, todo lo que hiciera falta para que Podemos no tocara gobierno. Y no le salió. Y decidió quedarse toda la legislatura en la oposición en esa huida hacia adelante por mantener viva la llama “del liberalismo” ante el “socialdemócrata” Cristóbal Montoro y los “bolivarianos y bolcheviques” de Ahora Madrid.

Y en esa huida hacia delante para mantener vivo el legado de cuatro décadas en la institución empezó a verse acorralada por escándalos sucedidos durante su gestión al frente de la Comunidad y el partido. El último, el de Ignacio González, quien durante muchos años fue mucho más que una mano derecha para Aguirre.

Aguirre intenta huir de las sombras de corrupción que cada vez le envuelven más, porque ella se ve como Margaret Thatcher, como Winston Churchill, como Ronald Reagan. Aguirre quiere que se le recuerde como quien mantuvo el hilo azul del liberalismo hasta el final, aunque sus años al frente de la Comunidad de Madrid, a la que llegó tamayazo mediante, se distinguieran por la manipulación informativa de Telemadrid; los contratos millonarios con empresas de la Gürtel y la Púnica; la financiación irregular del partido; el saqueo de empresas públicas como el Canal de Isabel II; el espionaje a rivales políticos; el modelo privatizado de la sanidad a través de constructoras; el mangoneo de Caja Madrid y Bankia; el juego sucio contra la marea verde y hasta un campo de golf tumbado por la justicia.

Así resumía en octubre de 2009 –antes de que estallaran la mayoría de los escándalos que hoy acechan a Aguirre– Manuel Cobo, entonces vicealcalde de Madrid, en El País, la gestión de Esperanza Aguirre y su equipo, encabezado por Ignacio González: “Vinieron a por Pío [García Escudero, expresidente del PP de Madrid], y yo no hablé porque no era de Pío; vinieron a por la tele [Telemadrid] y yo no hablé porque no era de la tele; vinieron a por la Cámara [de Comercio] y yo no hablé porque no era de la Cámara; vinieron a por Ifema y yo no hablé porque no era de Ifema; vinieron a por la Caja [de Madrid] y yo no hablé porque no era de la Caja; vinieron a por Rajoy y yo no hablé porque no era de Rajoy; vinieron a por el PP y yo no hablé porque no era del PP... Vinieron a por España”.

Aguirre está sinceramente derrumbada en lo personal por el encarcelamiento de Ignacio González y cómo afecta a su legado; se encuentra objetivamente tocada políticamente –por mucho que se esfuerce en señalar que ella no estaba en la Comunidad en los años investigados a González–; y las palabras de aliento le llegan de pocos lugares, y casi todos son sus más estrechos colaboradores, amigos y familiares.

¿Qué le retiene, a sus 65 años y después de haber sido ministra, presidenta del Senado y presidenta de la Comunidad de Madrid, en un sillón como jefa de la oposición del Ayuntamiento de Madrid, cuando se encuentra con menos apoyos que nunca en lo interno y cada vez más señalada desde fuera por el encarcelamiento de quien fue mucho más que su mano derecha?

El legado. La idea de trascender. La ambición de pasar a la historia. Huir hacia delante con la esperanza de que la sombra de la corrupción se disipe y se le recuerde como ella se ve y no como le retratan los titulares. Pero esa huida parece no tener fin porque la sombra no deja de crecer. Y eso sopesa Aguirre, cómo hará menos daño a su legado, si perseverando en la huida hacia delante o abandonando la carrera.

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