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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Qué fue de Francisco Camps

Francisco Camps, expresidente de la generalitat valenciana

Gonzalo Cortizo

“Camps es el único político sometido a arresto domiciliario”. En estos términos se pronuncia un diputado valenciano que señala que el expresidente ha desaparecido de la vida política y hasta de las calles de Valencia. “Se trata de un arresto autoimpuesto”, aclara esta fuente para concluir que a pesar de la declaración de “no culpable”, Camps se ha hundido con la luz de gas con la que le ha pagado su partido tras la sentencia absolutoria.

Ahora que la fiscalía pide para Camps una nueva imputación (Caso Nóos), el expresidente vuelve a estar señalado por el ostracismo que su propio partido le ha dedicado de manera anticipada. La factura que Génova 13 ha pagado por Francisco Camps no se abona, según fuentes del PP, con la exculpación en el caso de los trajes. Todos en el partido de Rajoy saben que, a pesar de salvar el trámite judicial, Camps ha quedado desahuciado para la política y que las conversaciones telefónicas con Álvaro Pérez (El Bigotes) han grabado uno de los capítulos más vergonzosos de la historia del Partido Popular. Además, la reciente petición de imputación para él por el caso Nóos también se daba por segura en el partido de Rajoy. Según fuentes de Génova, “Paco Camps ya no visita la sede y no hay constancia de que nadie de la dirección mantenga relación con él”.

Llama la atención que esta soledad venga precedida de grandes frases de apoyo como la que le dedicó Rajoy en su 2009: “Siempre estaré detrás de ti, o delante o a un lado”. Rajoy sabía bien que no llegaría a presidente del Gobierno sin el apoyo del presidente de la comunidad valenciana, el tradicional granero de votos de los populares. El expresidente valenciano frenó las intenciones de Esperanza Aguirre de desbancarle de la presidencia del PP en el Congreso de Valencia que sucedió a la segunda derrota electoral ante Zapatero. Gracias a Camps, Rajoy siguió al frente del PP y eso acabó por llevarle a La Moncloa. Tras apoyarle hasta la extenuación cuando le convenía, finalmente el presidente del Gobierno como tantos en el PP dejó a Camps varado y olvidado en su piso de una céntrica calle valenciana. La historia se repetiría años después con Bárcenas, pero con la prisión de Soto del Real como escenario del abandono.

El tiempo ha pasado y ahora Camps pasa los días encerrado en su vivienda de la que apenas sale, según fuentes de Parlamento valenciano. Sus paseos son en coche oficial, al que tiene derecho en función de su cargo en el Consell Jurídic Consultiu de la Comunitat Valenciana. Camps utiliza ese vehículo para acudir a su despacho en el Consejo Consultivo al que acceden por ley todos los expresidentes de la Comunidad Valenciana. Esta especie de retiro garantizado le supone coche, despacho y sueldo vitalicio. En numerosas ocasiones la oposición ha solicitado que esos privilegios sea eliminados en caso de imputación judicial. La petición nunca prosperó.

Fiel a su costumbre de asistir a misa diaria en la parroquia del Patriarca, Camps es un hombre que madruga y no es infrecuente su asistencia a los oficios religiosos de primera hora de la mañana. En ese momento del día reduce al máximo la posibilidad de encontrarse con gente por las calles.

La dificultad de los políticos valencianos para circular por la calle y relacionarse con normalidad es cada vez más evidente. El propio Camps lo comprobó en el verano de 2012. Por aquel entonces todavía intentaba seguir con una vida normal para una persona como él. La sorpresa y el rechazo social le sorprendieron de manera escatológica en el elitista Club de Tenis Valencia. Corría el 3 de agosto de aquel año y el expresidente valenciano, tras jugar un rato al tenis, visitó la ducha y descubrió que alguien había despositado en su taquilla heces humanas. La centenaria institución anunció entonces una investigación para aclarar quién, de entre su exclusiva clientela, había querido comunicarse con Francisco Camps de manera tan poco ortodoxa.

La lista de políticos del PP valenciano con problemas similares es larga. González Pons tuvo que abandonar un restaurante en el comía con su familia tras ser increpado por unos clientes. Además, denunció haber sufrido acoso tras un escrache que ha acabado por llevar a Pons a los tribunales acusado por la PAH de haber mentido y exagerado el relato de lo sucedido. Según publicó el diario Levante, a Rafael Blasco le ocurrió algo parecido tras volver de un viaje procedente de Lisboa. Y hasta el expresidente de Bancaja José Luis Olivas sufrió la ira de un empresario que le increpó en el Canyar, restaurante de lujo del centro de Valencia.

En esa coyuntura, es prácticamente imposible ver a Camps cara a cara. El domicilio del expresidente se ubica en la calle Poeta Querol. La vivienda tiene vistas a una de las más exclusivas zonas de Valencia, donde se sitúan las tiendas a las que acudía Álvaro Pérez (El Bigotes) para comprar los exclusivos regalos con los que obsequió a la flor y nata de la clase política valenciana en los tiempos de vacas gordas de la Gürtel. El día a día en los exteriores de las boutiques de Hermés, Louis Vuitton o Mont Blanc es lo que Camps puede contemplar desde su ventana en su encierro voluntario.

El expresidente no ha renunciado a su acta de diputado pero es también prácticamente imposible cruzarse con él en Les Corts. Según fuentes parlamentarias, Camps apenas visita el Parlamento valenciano y sólo lo hace cuando el PP considera que una votación se presenta ajustada y se aconseja no asumir riesgos aritméticos. En esas ocasiones Camps entra en el hemiciclo solo en los momentos de las votaciones y se evapora tan pronto estas finalizan. Los compañeros de escaño más próximos a Camps tambien tienen problemas con la justicia: Rita Barberá (alcaldesa de Valencia) y Sonia Castedo (alcaldesa de Alicante). Ninguno de los tres visita el Parlamento asiduamente y la oposición califica jocosamente a esos tres escaños perennemente vacíos como “el triángulo de las Bermudas”.

Ahora que Rajoy defiende su mayoría absoluta a Camps le ha pasado lo mismo que a Jaume Matas: Un ataque de invisibilidad repentino para quienes hasta hace nada se apoyaban en él y calificaban su gestión como el norte de la brújula que habría de guiar los designios de un grupo político llamado partido popular.

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