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La importancia de las preguntas

Teodoro García Egea y Javier Ortega Smith durante la firma del acuerdo entre PP y Vox.

José Luis Sastre

Dicen de los años que se han vuelto impredecibles e inciertos, carne de teleserie, y tras asistir al éxito de una moción de censura e incluso a unas primarias en el PP no hay quien se atreva a aventurar las respuestas de este 2019. Normal, porque a veces salen del revés hasta las preguntas. Al final del curso pasado, la duda era cómo afectaría la situación política española al voto de los andaluces y, al principio del nuevo año, se ha demostrado que la pregunta era a la inversa: cuánto iba a afectar el voto de los andaluces a la situación política general. 

Ese cuánto empieza a tener cifras y efectos reales. Vox crece según el CIS (45 escaños llegaba a darle el sondeo que publicó El Mundo) y Pablo Casado, que llama “violencia doméstica” a los crímenes machistas, está dispuesto a hablar con Santiago Abascal sobre “la indefensión de los hombres”. Efectos reales, nada de proyecciones. 

Lo más relevante de la semana ha estado en la capacidad que ha tenido –y le han dado– al partido que obtuvo menos escaños para definir la agenda nacional y condicionar las negociaciones. Vox habla de España y el PP se pone a repartir banderas por miles. Vox clama contra los inmigrantes y Casado regresa a Melilla. Y a Ceuta. Vox reclama que se acaben las ayudas contra la violencia de género y el PP se dispone a escuchar sus propuestas. Mientras Jair Bolsonaro (“Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos”) asumía la presidencia y prometía combatir “la ideología de género”, Abascal iba tuiteando sus condiciones. Efectos reales. 

Eso era Vox, en fin, como sabían sus votantes y saben sus socios. Será determinante la posición que adopte Ciudadanos, del que ahora se entiende mejor que considere caduca la tradicional distinción entre izquierdas y derechas: si el encuadre es ese –y vuelve a serlo– ellos solos se han ubicado en la derecha, donde se incluye también a la extrema derecha. En Ciudadanos, cuyos colegas europeos renuncian a los ultras, andan mirando encuestas (lo que tampoco es novedad). 

Cuanto más foco acapara Vox, más comparaciones se escriben con Podemos por la manera en que ambas fuerzas irrumpieron. Las diferencias son claras, más allá de las evidentes: Podemos nació al calor del 15M y trató de canalizar una sensación más o menos transversal de orfandad ciudadana con sus representantes. Vox sube, por el contrario, desafiando el movimiento social más poderoso que se reveló el año pasado en la sociedad, que fue el feminismo.

Si pretende esa estrategia contra la realidad de la discriminación de la mujer, ¿cuál es la pregunta que se hace Vox para crecer por este camino? Quizá haya encontrado en su respuesta una inquietante pulsión social que no sólo les vote por castigo a los demás, sino por simpatía. 2019 nace con mucho trabajo pendiente. Y con todas las incertidumbres.

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