La izquierda que regaña a la izquierda que critica
Todo arrancó con una queja de tres padres de un alumno. “Es adoctrinamiento woke [progresista]”, dijeron, al conocer que una profesora del colegio de la localidad de Tallahassee (Florida, EEUU) había compartido con la clase una imagen del David de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564). Estos padres ultracatólicos forzaron para que la junta directiva del centro presionara a Hope Carrasquilla, directora del colegio, que acabó dimitiendo. ¿El motivo? Mostrar una escultura de cuerpo desnudo era “inapropiado”, era “pornografía” y debía haberles avisado de que iba a mostrar un desnudo a sus hijos.
La ausencia de libertad educativa es una de las consecuencias de las leyes ejecutadas en los últimos meses por Ron DeSantis. El líder de los republicanos ha creado en Florida un modelo adorado por la presidenta de la Comunidad Autónoma Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Las políticas del gobernador de Florida han prohibido el 41% de los textos escolares de matemáticas, alegando que promueven “ideología de género”. También ha retirado de las bibliotecas libros como El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. Este caldo de cultivo ha permitido un modelo en las aulas basado en el “retroceso cultural” y en “puntos de vista fundamentalistas”, como ha explicado el historiador y decano de la Universidad para extranjeros de Siena (Italia), Tomaso Montanari.
La cancelación conservadora también avanza en nuestro país, con la alianza del PP y Vox, en casos como la censura del dramaturgo Paco Bezerra, en los Teatros del Canal. A pesar de que la mancha del recorte de las libertades sigue avanzando en las comunidades donde gobiernan en coalición los neoliberales y los ultracatólicos, la crítica de los conservadores contra la izquierda que se resiste a una sociedad cancelada ha calado en una parte de la izquierda. “Gruñona”, “ceniza”, “moralista” o “regañona” han sido algunos de los epítetos con los que la izquierda conservadora ha calificado estos días a la izquierda crítica.
La mirada acrítica
“La socialización es la que te educa a mirar de una manera. Si eres Enrique Ossorio [consejero de Educación en la Comunidad de Madrid] sales a la calle y no ves pobres. Nos educan en una mirada acrítica y quien decide ampliar su mirada se convierte en una gruñona. Una mirada crítica está perseguida, porque pretende transformar la sociedad. La otra forma de mirar sólo aspira a conservarla”, explica Almudena Hernando, autora del ensayo La corriente de la Historia (publicado en Traficantes de Sueños), en el que se pregunta por las razones del auge de la violencia, la misoginia y la explotación en este mundo libre.
Ese es el campo donde sucede esta batalla, en el de la definición de libertad. Antonio Orihuela tiene un poema muy ilustrativo, publicado en el libro Salirse de la fila (Amargord): “Mientras sigamos entendiendo la libertad/ como un espacio acotado/ donde dar rienda suelta a nuestros goces privados,/ la libertad será un coto,/ pero de caza.// Los libres que tengan dinero serán cazadores.// Los libres que no tengan dinero// serán// serán// serán”. La libertad es un asunto que sucede en comunidad y luego está el capricho, que consuma el individuo.
En el último ensayo de Jorge Riechmann, Bailar encadenados (Icaria), ofrece “una pequeña filosofía de la libertad” y analiza los conflictos en tiempos de restricciones ecológicas. Avisa de cómo se insta a que la sociedad se deshaga de lo que serían los escrúpulos morales de poco peso -feminismo, ecologismo, anticolonialismo- para volvernos eficaces en otros. Sobre esta atmósfera cínica que hace un año acusaba a la izquierda de “buenista” y, ahora, de “gruñona”, dice Riechmann: “Los potentes ácidos de la codicia y la corrupción corroen los vínculos sociales, y vuelven patética la imprescindible idea de bien común”. La acusación de regañones en este caso se debe al negacionismo, a la defensa de la creencia que la crisis ecológica-social no es para tanto, que aún disponemos de bastante tiempo para reaccionar.
Criticar el mejor de los tiempos
En 2014, Antonio Muñoz Molina publicó Todo lo que era sólido (Seix Barral), un mea culpa por no haber abierto los ojos a tiempo y atendido a esos gruñones que advertían que el país iba a pique. Se había dedicado a revisar la hemeroteca para tratar de encontrar algún rastro que avisara del momento en que desapareció el mecanismo del control del dinero público. Volvió para atrás, por los periódicos que había pasado, en los que había participado y los encontró. Él los llamó “aguafiestas”, para reconocerles la labor crítica contra una sociedad asolada por un superávit de euforia y estupidez, que impedía ver el lodazal de la corrupción. La primera de sus conclusiones: “Es muy difícil llevar la contraria en España”. Ese lugar intocable e inmejorable sólo era una cortina de humo que escondía “la ruina en la que nos ahogamos”.
Para la mirada conservadora, siempre hay tiempo para cambiar. Y siempre vivimos la mejor época de la historia universal. La idea de culminación civilizatoria la ofrecía en el año 2015 el filósofo Javier Gomá, que aseguraba que ninguna otra época mejor para ser pobres que la nuestra. No hay motivos para escandalizarse por las desigualdades, las injusticias o los privilegios. De ahí que movilizaciones históricas, como las sucedidas en diciembre de 2018 contra la sentencia de la Audiencia de Navarra por el caso de la manada, fueran tachadas de “histéricas” por la reacción conservadora.
Buenistas, histéricas, gruñonas... La libertad es una cuestión de cañas y de vinos antes de conducir. “¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?”, se preguntaba indignado en 2007 José María Aznar. El expresidente se enojaba cada vez que se cruzaba en una autopista con un cartel de la DGT: “No podemos conducir por ti”. Le advertían de los peligros de beber antes de viajar. Pero él reclamaba que le “dejaran beber tranquilo” y no que le regañaran. Quería ser libre. A esta causa se han ido sumando otros personajes públicos como Joaquín Sabina o Javier Cercas. Esto no tiene que sorprender. Lo explica Patricia González Gutiérrez, historiadora y autora de Soror. Mujeres en Roma (Despertaferro Ediciones): “Es muy posible una mirada no crítica y discriminatoria en la izquierda, porque hay gente muy de izquierdas para lo suyo”.
Con el final de la “derechita acomplejada” ha emergido una derecha sin límites, sin impedimentos y sin caretas. Es la que más límites ha puesto a los avances sociales, como las leyes del aborto, el matrimonio igualitario y la eutanasia. La consecuencia es evidente: a más derecha sin complejos, más resistencia a la construcción de ese mundo aparentemente libre similar a Florida. “El individualismo reacciona contra cualquiera que se pregunte y cuestione las relaciones de poder. Están muy molestos porque la mirada colectiva está más fuerte que nunca”, explica Almudena Hernando.
Una mirada sesgada
La filósofa Elisenda Julibert acaba de publicar un magnífico análisis a la complicidad de la producción cultural con el devastador deseo masculino, titulado Hombres fatales (Acantilado). La última frase del libro es una reclamación: “Ojalá bastara este modesto cambio de perspectiva para que empiece a agrietarse la funesta representación del deseo difundida a través de la pintura, la literatura y el cine”. Ese “cambio de perspectiva” es el que ahora se señala como “cenizo” o “regañón” porque descubre con audacia hasta qué punto “el mundo es una pesadilla para la mitad de la población”.
“Hombres y mujeres hemos interiorizado tanto esa perspectiva tan sesgada, la masculina, que es muy difícil sustraerse porque se trata de hacer el esfuerzo de mirar la propia mirada. Es como si tuviéramos que sacarnos los ojos para poder ver, usando la metáfora del mito de Edipo”, cuenta la filósofa, autora y editora por teléfono. Explica que todos necesitamos un marco de comprensión más o menos elaborado, que nos lo ofrecen instituciones como la educación. Ahí se construye la representación del mundo. Es decir, “domesticar”.
“En la vida en sociedad podemos quedar cautivos de los mitos, las creencias recibidas acríticamente. La voluntad de esos mitos es asegurar que nada cambie y perpetuar un orden establecido. Puesto que forman parte de nuestra comprensión del mundo, cuesta muchísimo identificarlos y renunciar a ellos”, dice Julibert. “Para conseguir identificar cuál es ese lastre que arrastramos, tenemos que cuestionar muchas de las creencias que han orientado nuestras vidas y decidir de qué queremos deshacernos y qué queremos conservar”.
Nada nuevo en la crítica
No cree Julibert que la izquierda se haya vuelto gruñona. La mirada alternativa al orden establecido, al canon, siempre ha sido incómoda. No en vano, obliga a desmontar y, en algunos casos, a perder privilegios. Recuerda que esta mirada crítica la practicaba Walter Benjamin (1892-1940) hace más de ocho décadas o Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019) continuamente. En un artículo publicado en El País, en 1988, titulado Esas Yndias equivocadas y malditas, explica qué instrumentos de dominación usó la religión católica en la invasión de América. Lo hizo en otra fiesta de la euforia, la del quinto centenario o como dice Ferlosio “la Disneylandia sevillana del 92”. “Como una efeméride que tuviese algo que ver con lo que desearíamos que se considerase humano”, escribió.
Las revisiones críticas son, también, reacciones ante representaciones que no hacen justicia con la realidad actual. Julibert considera legítimo evitar perjuicios y reparar. Advierte, además, que los que cancelan no son los movimientos populares que se levantan contra estatuas esclavistas, sino los que tienen el poder económico. “Los demás, debatimos”, dice.
Isabel Mellén es historiadora del arte, filósofa, investigadora y divulgadora especializada en el arte románico alavés y en el papel que desempeñaron las mujeres en la Edad Media. Recuerda cuando le afearon que defendiera que en el medievo había mujeres subidas a los andamios de la construcción. “No quiero molestar a nadie, pero me tomo la molestia de revisar. Lo que hacemos es señalar las pruebas que había en las mismas fuentes que se habían leído 300 veces antes. Y que ellos no vieron a ninguna mujer. Yo sí, no me invento nada. Molesta la perspectiva de género en la historia porque rompes relatos que forman parte de un sistema de creencias asentado. Y se lo desmontas todo. Los que se sienten heridos y ofendidos es porque se quedan sin relato, se quedan sin nada. No quieren ver las pruebas y recurren al menosprecio. ¿Gruñona? Hay motivos para gruñir”, explica Mellén, autora de Tierra de damas. Las mujeres que construyeron el románico en el País Vasco (Sans Soleil Ediciones).
No se trata de moralismo, sino de una batalla por la hegemonía moral. “La moral cristiana, conservadora y capitalista, que esconde un sistema misógino, clasista y capitalista, se enfrenta a una moral alternativa, construida desde las minorías, como mujeres racializadas o las clases bajas. Las críticas y los insultos son reacciones a nuestras denuncias, porque tratamos de abolir las diferencias y la censura”, añade Mellén. La supervivencia del Renacimiento de Miguel Ángel depende de los gruñones.
10