Jornada “solemne” en el Congreso y otro día de cabreo en el PP
Diputados y senadores se presentan a la apertura de la legislatura presidida por el rey sin la intención de disfrutar de un momento apasionante. Es la apertura “solemne”, lo que quiere decir que los discursos suelen ser aburridos. Institucionales. Insípidos. No es día para armar jaleo ni para regalar grandes piezas de oratoria. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, decidió alejarse de ese camino y optó por darle un contenido claramente político sabiendo que la oposición no podía responderle.
No podía hacerlo durante la sesión, pero sí después. En el hemiciclo, las palabras fueron recibidas con murmullos crecientes y un grito aislado desde los escaños de Vox. La derecha y la extrema derecha descubrieron que Armengol se la había jugado. Estaba elogiando leyes que en su mayoría habían sido aprobadas con los votos de la izquierda y contado con el rechazo del PP y Vox. La única respuesta que les quedó fue no aplaudir el discurso de la presidenta.
Armengol comenzó con esa mezcla de realidad y fantasía que tanto gusta a los políticos españoles cuando hablan de historia. Habló de 1188 cuando el rey Alfonso IX puso en marcha las Cortes de León, que “fueron el primer lugar donde debatir opiniones en libertad”. Afirmó que “cuestionaron por primera vez lo arbitrario del poder”. Todos los reyes posteriores, convencidos de que Dios los había puesto en el trono por sus numerosos méritos personales, tenían ideas diferentes al respecto y poder suficiente como para imponerlas.
Como uno de los embriones del parlamentarismo, puede valer, aunque no tiene mucho en común con lo que hoy entendemos por democracia o parlamento. Al menos, es anterior a la Carta Magna de 1215 en Inglaterra –otro símbolo del reconocimiento monárquico de las libertades individuales que los británicos han vendido con discutible pasión–, y eso es lo que llevamos ganado.
La importancia del reino de León en la formación posterior del reino de España se ha citado en muchos discursos, pero parece que no fue suficiente como para que León formara su propia comunidad autónoma en el siglo XX. Es posible que los leoneses hubieran preferido menos historia y más autogobierno.
Armengol no estaba dando un discurso para aumentar nuestros conocimientos de historia, sino para defender al actual Gobierno de los ataques que recibe. Se refirió a su formación: “La decisión de esta mayoría parlamentaria (en el debate de investidura) es legítima y emana de la voluntad de los ciudadanos ejercida el 23 de julio”. Eso es bastante obvio, ya que de lo contrario se estaría vulnerando la Constitución, pero el PP prefiere hablar de pactos vergonzantes con prófugos, “pactos encapuchados” y amenazas a la democracia.
Pasó a referirse en términos críticos a “la crispación, la polarización y el ruido”, y ahí los murmullos procedentes de los escaños de la oposición empezaron a ser claramente audibles. Se sentían señalados.
Luego, Armengol dobló la apuesta y elogió leyes aprobadas por el Parlamento, como las del aborto, eutanasia y matrimonio igualitario, que sufrieron el rechazo del PP. Sus diputados no esperaban estas menciones claramente políticas en un discurso en el que Felipe VI estaba presente.
Si esperaban que podían interpretar el discurso del rey de forma favorable para sus intereses, tampoco salieron muy satisfechos. Felipe VI utilizó ocho veces la palabra 'Constitución', pero eso es habitual en sus intervenciones públicas. Los elogios a la Transición se dan por descontados: “Aquel momento histórico es una constante fuente de motivación porque representa el espíritu más noble en el ejercicio de la política”.
En momentos de gran polarización y cuchillo entre los dientes, el rey hizo el acostumbrado canto en favor de la unidad y de los acuerdos que cada partido podrá emplear en favor de sus prioridades. Cuando habló de “la certeza de que sólo superando las divisiones tienen una base segura las libertades y los derechos”, ofreció un bienintencionado argumentario que cada uno utilizará según le convenga.
Llama la atención que no hiciera referencias muy específicas a la justicia y el papel de los tribunales en la democracia. Así no podrían acusarle de tomar partido en la guerra judicial que se ha montado con la futura ley de amnistía.
Los diputados del PP que ya salen de casa con la escopeta cargada entraron en acción sin que Armengol hubiera terminado su discurso. “Nunca un presidente del Congreso había hecho un uso tan sectario y espurio de su cargo como en estos momentos Armengol”, escribió Cayetana Álvarez de Toledo. Alfonso Serrano lo llamó “mitin socialista”.
Feijóo habló después de la sesión para decir que Armengol no se merecía el aplauso de los diputados del PP: “El peor discurso de un presidente del Congreso que he escuchado en mi vida”.
La presidenta se refería a leyes aprobadas por el Parlamento que cuentan con la legitimidad necesaria y que han permitido dotar de derechos sociales a la democracia. Hacer propaganda de estos avances no es irrespetuoso con la institución. El PP responderá que se debe evitar todo lo que sea partidista en un acto “institucional” con el rey de cuerpo presente.
Estas cosas te pasan cuando pierdes las elecciones.
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