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OrcaCity, la “aldea gala” del sur de un Madrid teñido de azul

Los vecinos del poblado de Orcasitas se manifiestan ante el edificio del antiguo Ministerio de Vivienda, en espera de que el titular de Obras Públicas y Urbanismo les reciba en octubre de 1977

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En las elecciones municipales y autonómicas de 2019 y 2021, respectivamente, las derechas ganaron Madrid. Contra todo pronóstico: en el ayuntamiento, tras el notable desempeño de Manuela Carmena, se esperaba que renovase el mandato y en la comunidad, tras los escandalosos gobiernos de Esperanza Aguirre, Cifuentes y González, nada anunciaba que se hiciera con la presidencia una periodista que había sido la 'voz' del perro Pecas de Aguirre en las redes sociales: “Es rubia, castiza, guapa, guapa, guapa. ¡GUAU!”, escribía.

La culpa la tuvieron Ciudadanos y Vox, que auparon a los candidatos del PP: a José Luis Martínez-Almeida, a la alcaldía y a Isabel Díaz Ayuso, a la comunidad. Ayudados por la fragmentación de las izquierdas y el hundimiento del PSOE, que desde las municipales de 1987, con la victoria de Juan Barranco, veía cómo el mapa de Madrid se desteñía de rojo para tintarse de añil. Sólo un puñado de barrios del sur de la capital aguantaron el tsunami vestido de azul y votaron a las izquierdas: entre ellos, Orcasitas, “aldea gala” por excelencia desde la invasión “romana” del franquismo.

En los círculos ilustrados del barrio –las barras de los bares– llamamos 'OrcaCity' u Orka, a los dos barrios en uno, Orcasitas y Orcasur, del distrito sureño de Usera, construidos sobre sendas vaguadas y, en la meseta entre ambas, el barrio llamado, apropiadamente, La Meseta de Orcasitas, sin reconocimiento oficial, pero donde nació todo. Del barro. El barro es el primer recuerdo del millar y medio de familias mayormente castellano-manchegas y andaluzas que habitaban las precarias chabolas que habían ido construyendo desde los años 40. Donde, sin urbanización, servicios, pavimentos, cualquier actividad, trabajo, compra, médico u oficio religioso, suponía navegar en el lodazal en que se convertía el, a pesar de todo, barrio en los entonces numerosos días de lluvia.

Y del barro nació una empecinada lucha ciudadana, desde los estertores del franquismo hasta el asentamiento de la democracia, en la calle y en los tribunales, que hizo de Orcasitas el primer barrio participativo, que decidió asambleariamente desde las zonas verdes y la distribución del espacio en las viviendas hasta el color de los ladrillos de revestimientos y de azulejos de los baños. Además, cambió el futuro del urbanismo español: si hasta entonces las memorias de los planes urbanísticos eran poco más que literatura para vestir al muñeco, la victoria jurídica de la Asociación de Vecinos de Orcasitas, reconoció su carácter jurídico y vinculante; de ahí, su obligado cumplimiento y que se devolviera el barrio a sus habitantes y no a los especuladores que pretendían apropiárselo. Y de ahí el nombre de uno de los espacios urbanos principales del barrio: la plaza de la Memoria Vinculante. El callejero de La Meseta recuerda constantemente la larga y fructífera lucha: plazas del Movimiento Ciudadano, Asambleas, Promesas, Solidaridad...; calles de Retrasos, Participación, Plan Parcial, Censo, Expropiación, Tiburón..., los vecinos los eligieron en asamblea y el añorado alcalde Enrique Tierno Galván los aprobó e incluso bendijo.

Una historia de hambre, barro y lucha

El hambre de postguerra empujó a los primeros inmigrantes a asentarse en terrenos del sur de Madrid, propiedad en su mayoría de la familia Orcasitas, de origen vasco (Horcasitas), y se multiplicarían a la llamada del desarrollo industrial de los años 50 y el Plan de Estabilización que relanzaría la economía española deprimida por la Guerra Civil. Las factorías de Barreiros, Standard Eléctrica o Arcenor estaban establecidas en la colindante Villaverde y empleaban a numerosos habitantes de Orcasitas, donde el analfabetismo superaba el 50%, sólo un 11% de las chabolas tenía agua corriente y pozos negros y cada persona disponía de una media de seis metros cuadrados de vivienda.

Para paliar el crecimiento anárquico de tales hábitats inhabitables, el Instituto Nacional de la Vivienda y el Ayuntamiento de Madrid construyeron lo que llamaron Poblados Mínimos y Poblados Agrícolas y, en 1955, los Poblados de Absorción, de carácter provisional y alquiler barato, y los Poblados Dirigidos, en régimen de compra, construidos por los futuros propietarios, dirigidos por técnicos del INV y urbanizados por la administración.

Soluciones provisionales que no resolvían el problema, incrementado por nuevas oleadas de chabolistas. Se acercaba el final de la dictadura y el futuro incierto –no imaginaban que seguiría siendo 'cierto'– movió a los propietarios del terreno y al último alcalde de Madrid de la dictadura, Miguel Ángel García-Lomas, a planear en 1971 una macrooperación especulativa: un Plan Parcial de Orcasitas que suponía demoler poblados y chabolas para urbanizar el terreno y erigir edificios dignos.

Los especuladores se las prometían muy felices, pero cometieron un error: para convencer a los remisos vecinos de ser realojados provisionalmente, incluyeron en la memoria del plan la promesa de que volverían al nuevo barrio como propietarios. Un adorno 'literario' que no pensaban cumplir.

Pero los orcasitenses eran, son, gente dura de pelar: “El hombre ha llegado a la Luna y en Orcasitas cagamos en una lata”. La frase es de Félix López-Rey, quien, en 1956, con ocho años, ayudó a sus padres a construir su chabola y que, con 22, en 1970, militante del PCE, fundó en ella la ilegal Asociación de Vecinos de Orcasitas, en plena radicalización represora de la agonizante dictadura franquista. López-Rey, actual concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento de la capital, tras haberlo sido de Izquierda Unida, lideró la batalla, librada jurídicamente por el catedrático de Derecho Administrativo Eduardo García de Enterría, hasta que el Tribunal Supremo ratificó en 1977 la sentencia de la Audiencia Nacional, que establecía que las memorias de los planes urbanísticos no eran cuentos sino documentos vinculantes con efectos jurídicos. La primera fase del plan se inauguró en 1981 y los antiguos chabolistas entraban en posesión de sus viviendas.

Como dice el geógrafo y urbanista Antonio Giraldo: “Muchos no sabían leer ni escribir, pero sabían que su dignidad merecía la misma justicia que cualquier otra. Lucharon por ella y ganaron”.

Las excavadoras tiraron paredes de chamizos con grafitis como 'Amnistía' y otras reivindicaciones, porque hubo y habría más luchas, además de las generales de la transición: eliminar los pasos a nivel y las ominosas torres de alta tensión que atravesaban el barrio, la propia legalización de las Asociaciones de Vecinos –posterior incluso a la del PCE–, la consecución de una central térmica propia que abarata considerablemente la factura de la luz... Y quedan otras por librar: la llegada del Metro –que Aguirre eludió en su fiebre de los raíles, por falta de votos que rascar–, la retirada del amianto en colegios y edificios –en la que está especialmente empeñado López-Rey–, el alto desempleo y fracaso escolar, etcétera.

Y otros dos hitos en su historia: la “guerra del pan” y salir de la crisis de los años 80 que caracterizó a Orcasitas como ciudad sin ley. La “guerra del pan” la lideró el barrio y concluyó con la primera y mayor manifestación desde la guerra civil, 100.000 personas, en 1976, la liberalización del sector y la desaparición de la mafia panificadora franquista –a la que no era ajena Carmen Polo de Franco–, que vendía piezas de medio kilo que pesaban 350 gramos.

La crisis de los 80 supuso el desmantelamiento de las industrias del sur madrileño y dejó paso a las bandas del trapicheo de drogas, robos, violencia y demás 'virtudes' del paro. La amenaza de constituir piquetes de autoprotección ante la desidia policial, devolvió la tranquilidad poco a poco, pero la heroína se cobró un reguero de víctimas en la juventud orcasitense.

También lo hizo el terrorismo ultraderechista, ese del que no habla el PP. Arturo Pajuelo, 33 años, fundador de la Asociación de Vecinos de la calle Guetaria –en Orcasistas propiamente dicho abundan las calles con nombres de localidades vascas, quizás en homenaje a sus antiguos propietarios– fue asesinado cuando volvía de la manifestación del 1 de mayo de 1980 por Daniel Fernández Landa e Íñigo Guinea, falangistas del Batallón Vasco Español, uno de los gal antes del GAL. En la que fue su calle, una escultura homenaje y un Centro Mayores con su nombre lo siguen recordando.

Muchas luchas. Sin embargo, cuando hablas con los mayores del barrio, hay una añoranza de tiempos no obstante felices: “Recuerdo la guerra del pan, las duchas en la Asociación, los encierros en los que mi padre iba en la furgoneta a llevar mantas y comida, a las mujeres del barrio independientes e insumisas, la canción con la que terminábamos las manifestaciones: 'A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, tuya y de aquél'”.

En 2008, Orcasitas fue declarada Buena Práctica Mundial en Participación Ciudadana por la ONU. Los electores del 9-M esperaban que les hablaran de sus ciudades y el PP les ha hablado de suciedades: aquel día, algunos se fumaron la clase de Barrio Sésamo. Hoy, elecciones municipales y autonómicas, volverán a hacer gala de su buena práctica acudiendo a las urnas a decidir sus gobiernos del próximo cuatrienio.

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