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El PP admite que no cortó a tiempo con la extrema derecha: “Cada gilipollez de Vox era un punto para el PSOE”

Feijóo y la cúpula del PP la noche electoral.

Irene Castro / Daniel Cela

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Alberto Núñez Feijóo sigue digiriendo el resultado electoral. El líder del PP está acostumbrado a las mayorías absolutas de Galicia. Y se veía ya en la Moncloa. Se lo decían todas las encuestas. En Génova no se les pasaba por la cabeza sacar menos de 150 escaños y, tras el 'cara a cara' con Pedro Sánchez, se vinieron arriba. El candidato llegó a fantasear con un gobierno en solitario con el apoyo del PNV y algunas formaciones pequeñas para el que ya tenía nombres y parte de la estructura pensada. Fue antes de que su campaña entrara en barrena y la noche electoral tuviera que celebrar una victoria agridulce sabiendo que el objetivo por el que abandonó la Xunta tendrá que esperar.

“Con la misma intensidad que fallaron las encuestas no hemos alcanzado todas nuestras expectativas. No me arrepiento de exigirme ganar por mucho frente a los partidos que se conforman con perder por menos”, expresó Feijóo ante la Junta Directiva Nacional: “Hoy no podemos celebrar la victoria absoluta que queríamos, pero nos sentimos honrados por la victoria electoral incontestable que sí hemos conseguido”. 

Feijóo está aún noqueado y mantiene vivo el relato de que seguirá intentando formar Gobierno, pese a que la aritmética es tozuda. Y de su boca no ha salido un atisbo de autocrítica al dejarse como mínimo 14 diputados de los que esperaba. ¿Qué ha fallado? Desde Génova no sale, al menos públicamente, un análisis más allá de repetir que ha ganado las elecciones y lo máximo a lo que ha apuntado la número dos, Cuca Gamarra, es que se podría “haber necesitado una mayor movilización”. Pero en el PP hay dirigentes que sí hacen un análisis más exhaustivo de los errores de la campaña. 

“Es un cúmulo de circunstancias cuando estas cosas suceden o los resultados electorales en general responden a un cúmulo de circunstancias”, admitió el portavoz de la campaña, Borja Sémper, en una entrevista en Radio Nacional doce horas después de que se cerraran las urnas. Fue el primero en apuntar a que el PP se dio por vencedor antes de tiempo: “A lo mejor las expectativas eran demasiado altas y tanto las encuestas como nuestros propios cálculos estaban por encima de lo posible”. “El mayor error es pensar que íbamos a ganar las elecciones sin bajarnos del autobús”, expresa un barón regional. 

En esa crítica entra, por ejemplo, el reconocimiento que hacen algunos dirigentes de que no fue una buena idea desechar el debate a cuatro en RTVE, del que Feijóo prácticamente se mofó tras imponerse a Sánchez en el duelo de Atresmedia. 

Vender la piel del oso antes de cazarlo

“Nos ha faltado ser más cautelosos y no vender la piel del oso antes de cazarlo, nos ha sobrado el ruido de los pactos de Gobierno con Vox, eso nos ha alejado de la centralidad y ahí perdimos el voto moderado de descontentos con Sánchez”, resume un dirigente próximo al presidente andaluz, Juanma Moreno Bonilla. La falta de coordinación y las prisas por cerrar los acuerdos autonómicos que retrataron a un PP unido inexorablemente a la extrema derecha es el principal lastre que reconocen las fuentes consultadas. 

Las alianzas en los municipios eran impepinables porque la constitución de los ayuntamientos está tasada por ley, pero ¿era necesario retratarse con Vox allí donde no hay plazos? Para algunos dirigentes del PP no, pero sus compañeros de filas se dejaron llevar en buena medida por la presión de la derecha mediática de Madrid. Así explican el “pacto exprés en Valencia” o la “autoenmienda” en el caso de la extremeña María Guardiola, que se rebeló contra los de Santiago Abascal para acabar dando un giro de 180 grados metiéndoles en el ejecutivo y asumiendo que faltaba a su palabra antes incluso de ponerse a gobernar. 

Voces dentro del PP consideran que ese descontrol pasó factura, junto con la forma en la que se puso en evidencia el papel de Vox al proponer a sus perfiles más ultras o en sus primeros movimientos al llegar al poder: retirarse en las concentraciones por violencia de género, retirada de banderas LGTBI o censura cultural

“Cada gilipollez de Vox era un punto más para el PSOE”, expresan fuentes del PP andaluz, que consideran que el votante conservador no quiere “un Podemos de derechas” o un “Tea Party”, a pesar de que compiten por el mismo electorado: “El folclore de Vox nos ha hecho mucho daño”. Eso ha movilizado, a su juicio, a la izquierda en su contra sacándola del letargo en el que estuvo el 28 de mayo.

Como cara visible del sector más duro, sin embargo, ha alzado la voz Esperanza Aguirre, que reprochó a Feijóo que apuntara en la campaña “que prefería al PSOE” antes que al partido de Santiago Abascal: “Eso creo que es muy difícil de vender al electorado del PP, que en gran parte es el mismo de Vox”, apuntaló la expresidenta madrileña, que como colofón sugirió que el futuro del partido pasa por Isabel Díaz Ayuso y no por su actual jefe de filas. 

“Desde las elecciones ha habido mucho ruido –explicó Sémper–. De un extremo está Vox y en otro, otras formaciones o Sánchez jugando y retroalimentándose con Vox ha influido. Hoy en día apelar a la centralidad, apelar a espacios de encuentro hay una parte del electorado a la que tampoco le convence; tenemos un escenario político muy endiablado fruto de la polarización”.

En un discurso plagado de virajes, el PP se lanzó a por el electorado de Vox cuando, según algunas de las fuentes consultadas, aún no tenía garantizado el espectro de lo que denominan moderación, que es la estrategia que siguió Juan Manuel Moreno Bonilla en Andalucía. Pero sí era su intención seguir creciendo por ahí. “Cada voto que conseguimos en el centro son dos votos: uno para el PP y otro que le quitamos al PSOE”, señalaban en el equipo de Feijóo en el ecuador de la campaña. 

Pero no salió como esperaban. Tampoco logró el PP dar imagen de moderación cuando Feijóo retó a la periodista de RTVE Silvia Intxaurrondo a rectificar por frenar sus mentiras sobre la revalorización de las pensiones. El ataque se multiplicó después a través de dirigentes de tanto peso como el vicesecretario de Relaciones Institucionales, Esteban González Pons, para espanto de un sector del partido que cuestiona, además, que el equipo del líder del PP permitiera que repitiera aquellas afirmaciones falsas en más de una ocasión.

La culminación de esa ‘semana horribilis’ fue la gestión que hizo Feijóo de sus relaciones con el narcotraficante Marcial Dorado. Su máxima explicación fue que desconocía sus actividades delictivas, a pesar de las decenas de portadas que lo situaban como uno de los conocidos contrabandistas de Galicia e incluso había sido detenido tres años antes de que se fotografiaran en un yate. “Cuando yo le conocí había sido contrabandista, nunca narcotraficante”, trató de excusarse el último día de campaña en una entrevista en la Cadena Cope. Mientras que las fuentes más contemporizadoras con el líder del PP consideran que es un asunto “anecdótico” y que ninguno de sus errores fue “determinante” en el resultado, hay dirigentes del PP, según contó El País, que sí que consideran que tuvo influencia. Y eso, pese al mensaje que Feijóo ha repetido durante años de que Marcial Dorado no le había restado ni un solo voto en su carrera política.

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