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Yehuda Glick, la cara más nacionalista de un Likud que aboga por un único estado

Yehuda Glick, la cara más nacionalista de un Likud que aboga por un único estado

EFE

Jerusalén —

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Yehuda Glick, recién incorporado al Parlamento israelí o “Kneset”, se erige en la cara más nacionalista de un Likud que va alejándose del centro-derecha liberal para alzar la bandera del tradicionalismo religioso y de un único estado al oeste del río Jordán.

“La mayoría de los miembros del Likud entienden que la solución de dos estados ya no es relevante”, dice este llamativo diputado pelirrojo en una entrevista con Efe tres semanas después de conseguir lo que ni él creía posible.

Su entrada en el Parlamento, el 25 de mayo pasado, la propició la dimisión del ministro de Defensa, Moshé Yaalón, tras la decisión del primer ministro Benjamín Netanyahu de ampliar su coalición con el partido “Israel es nuestro Hogar”, del político Avigdor Lieberman.

“Me sorprendió mucho y lo he lamentado. Le pedí incluso que se quedara”, dice sobre la dimisión de quien le ha facilitado la exclusiva posibilidad de alzar su voz dentro del Pleno israelí por primera vez a sus 50 años.

Paladín inquebrantable del derecho de los judíos a rezar en el “Monte del Templo” -la Explanada de las mezquitas de Jerusalén-, Glick ocupa el escaño de los colonos de Judea y Samaria, nombres bíblicos con los que Israel conoce el territorio ocupado de Cisjordania.

Pero, a diferencia del primer ministro, que oficialmente sigue abogando por la solución de dos estados, este destacado activista nacionalista de origen estadounidense cree que materializar esa idea es ya imposible, cuando más de 600.000 colonos viven en Cisjordania y Jerusalén Este.

“El objetivo de todos nosotros, y eso es lo que probablemente ocurra al final, es que la ley israelí se aplique toda Judea y Samaria”, sostiene antes de proclamar que “en este campo mis ideas son muy claras: no habrá aquí un Estado palestino”.

Como alternativa plantea la anexión del territorio que su país ocupó en 1967 y la concesión de plenos derechos civiles a la población palestina porque “no hay ninguna diferencia entre un árabe israelí de Haifa y otro de Nablus”.

Un planteamiento que, por mera cuestión demográfica, amedrenta a numerosos israelíes que temen la desaparición del “Estado judío”, entre ellos a quien fuera primer ministro Ariel Sharón, fallecido en 2014.

“Yo no sé a qué le temía Sharón. Yo le tengo un miedo de muerte a un Estado palestino porque ya hemos visto lo que ha habido con los Acuerdos de Oslo (1993-1998), con la Desconexión (de Gaza, en 2005)... ¡No queremos volver a vivir esas experiencias! ¡No estamos interesados en otros miles de muertos!”, advierte Glick sobre procesos que desembocaron en sangrientas olas de violencia.

El político, que en 2014 sufrió un grave atentado palestino en Jerusalén, no le teme al fantasma demográfico y cree que con la “inmigración de judíos” de la diáspora e “incentivos para que los palestinos se vayan”, Israel preservará siempre la mayoría judía.

Lo afirma sin tapujos desde unas convicciones políticas y religiosas casi mesiánicas que poco a poco van ganando adeptos dentro del gobernante Likud y de los partidos nacionalistas en el actual Gobierno de Netanyahu.

Para este sector, el principio de la “Tierra de Israel” está por encima de cualquier otro democrático o incluso de la solución de dos estados como vía hacia la paz.

Glick dice tener canales de diálogo a nivel religioso con líderes musulmanes de todo el mundo a los que ha expuesto abiertamente sus ideas, y no le preocupa en lo más mínimo la opinión de los palestinos sobre sus planteamientos unilaterales.

“¿Qué pasará si no quieren? La opción de 'si quieren' la intentamos en 1947 (con el Plan de Partición de la ONU) y no quisieron. Salieron a luchar y pagamos un alto precio: 6.000 israelíes muertos en una guerra que ellos perdieron. Y lo volvieron a intentar en 1967”, subraya.

“Las ilusiones (de los árabes) de echar atrás la rueda ya no existen. El mundo ha avanzado... ¿Se equivocaron? Pues uno paga el precio (por los errores que comete). ¡Han tenido muchas oportunidades de tener un Estado palestino, no las quisieron, prefirieron la guerra, y así seguirá siendo siempre!”, sostiene.

Rabino, hijo de médico y padre de ocho hijos, dos de ellos adoptados, sus extremas convicciones parecen suavizarse al apelar a la “unidad” y “solidaridad” dentro de Israel, con postulados que llegarían a sorprender a más de un progresista.

No se cierra a soluciones para que “dos personas puedan convivir de forma perfecta juntos, sin intervención del aparato religioso” -alusión al matrimonio civil en Israel-, y exige mayor “solidaridad interna” para resolver el que cree que es el problema más urgente de su país: “las grandes diferencias entre ricos y pobres”.

“Hay cosas en las que soy más conservador y cosas en las que me veo más reformador. No me levanto por la mañana y miro la etiqueta que tengo en el cajón para decidir qué voto”, concluye al asegurar que, para él, “el mosaico israelí se ha hecho demasiado individualista”.

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