La segunda parte del encuentro de tres amigos invidentes que hace tiempo que no se ven... Y la conversación que tienen sobre ver o no ver. Podéis leer la primera parte aquí.aquí
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Miriam comienza a ponerse nerviosa. Consulta de nuevo la hora en su iPhone y una vez más, la voz sintetizada del teléfono le confirma lo evidente: Estela llega tarde. Desliza un dedo sobre la pantalla y desbloquea el aparato. De nuevo, deslizando suavemente la yema de su dedo índice sobre el cristal de la pantalla busca entre los iconos hasta que la voz femenina pronuncia “contactos”. Busca en el índice hasta la letra E para llamar a Estela.
Si hace unos meses alguien le hubiera dicho que manejaría un smartphone con tanta soltura, Miriam le habría respondido que estaba loco. Todavía le cuesta creer que Álvaro la haya convencido para empezar a usarlo. Pero desde que descubrió que a través de unos simples gestos de los dedos sobre la pantalla táctil y la voz sintetizada de Voice Over cualquier persona invidente podría usarlo, su vida ha dado un giro de ciento ochenta grados.
Está a punto de pulsar sobre el nombre de Estela para iniciar la llamada, cuando de pronto, nota como una cabeza peluda aparece bajo su brazo y le echa alegremente el aliento a modo de saludo.
-¡Delia! ¿Ya estás aquí?
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El camarero saca una silla y ayuda a la joven del perro a sentarse. Acaricia la cabeza del animal -que le devuelve el gesto con un alegre lametazo en la mano- y toma nota de las bebidas que van a tomar. Se dispone a regresar dentro y dejar que los tres amigos hablen tranquilamente, pero entonces recuerda algo.
-Disculpad, ¿queréis que le ponga un poco de agua al perro?
La joven que acaba de llegar, visiblemente sorprendida, le sonríe.
-Sí, por favor. Muchísimas gracias, eres muy amable.
Él se sonroja levemente -por suerte, ella no puede verlo- y responde:
-No es nada. Es que... Bueno, yo también tengo perro y sé el calor que pasan los pobres en verano. Además, siempre que viene algún cliente con su perro le ofrecemos agua. Es norma de la casa.
-¿De veras? ¡Es estupendo! No en todos los sitios hacen eso. Muchísimas gracias.
-No es nada. Ahora mismo se lo traigo.
El chico, absurdamente emocionado por la gratitud de la joven del perro, corre al interior en busca de algún recipiente para echarle el agua. En realidad, lo de la norma se lo acaba de inventar, pero como él es el encargado, a partir de ahora se ocupará de que todos los perros que vayan a su terraza tengan agua.
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Álvaro rasca con cariño la cabeza de Delia, quien se ha colocado sobre sus rodillas en busca de mimos. Le ha sorprendido gratamente la actitud del camarero. Cuando su Quentin vivía y acudían a algún bar, no siempre eran bien recibidos. Recuerda nostálgico aquella época de universidad, cuando caminaba junto a su pastor alemán como si las aceras les pertenecieran... ¡Qué tiempos! Y qué gran perro.
Se da cuenta de que le echa terriblemente de menos. Pero todavía no se plantea solicitar un segundo perro guía. Al menos, no hasta que Miriam y él estén más estabilizados en algún lugar. Lo que le recuerda aquello a lo que han venido y que aún no le han contado a Estela...
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-¡Ha pasado tanto tiempo! No puedo creer que haga ya dos años desde la última vez que nos vimos -Miriam aprieta con fuerza la mano de su amiga-. Cuéntanos, ¿qué tal estás?
-Bien, muy bien. Perdonadme por llegar tarde. Hoy en el trabajo ha sido un día de locos, os lo juro... Unos invitados al programa llegaron tarde. Se suponía que le tocaba a mi compañera grabar la entrevista, pero ella ya se había marchado y al final me ha tocado quedarme y grabarla yo.
-No te preocupes.
-¡Pero contadme vosotros! ¿Qué era eso que teníais que decirme? ¿A qué viene este viaje relámpago? ¿Al fin habéis decidido casaros?
-Vaya, ¿por qué todo el mundo nos pregunta lo mismo? -Álvaro ríe de mala gana-. ¡Menuda obsesión!
-En realidad... -Miriam se retuerce las manos, algo nerviosa-. Hemos venido porque tenían que hacerme unas pruebas médicas.
-¡Oh, dios mío! -Estela salta de la silla- ¡Estás embarazada!
-No, dios... tampoco es eso -Esta vez, es Miriam la que suelta una carcajada-. Aún no podemos. Verás...
-¡Pues suéltalo de una vez, mujer! Vais a matarme...
Miriam toma aire y lo suelta sin más.
-Son unas pruebas médicas... de la vista. Van a operarme.
Estela está algo confusa. ¿Una operación? ¿De los ojos? ¿Otra vez? Por lo que sabe, a Miriam le han operado ya varias veces en los últimos años, realizándole diversos trasplantes y nada ha funcionado. Su amiga ha sufrido mucho en cada operación, y cada vez que pasaba por el quirófano, después sufría una pequeña depresión. ¿Por qué querría volver a pasar por todo eso?
-Pero... ¿Te han dado garantías? ¿Qué te van a hacer?
-Esta vez se trata de un ensayo con células madre. Quieren probar a implantarme algunas células de mi propio organismo en la córnea, para ver si por sí sola se regenera y ver si hay alguna posibilidad de recuperar algo de visión.
-Y... ¿Tú estás segura? Quiero decir, ya sé que la posibilidad de recuperar algo de vista siempre está ahí, pero... ¿has pensado en qué pasaría si algo sale mal?
En ese punto, Álvaro decide intervenir y tomar la palabra. Sabe que a Miriam le cuesta mucho hablar del tema.
-Verás, Estela, todo esto ya lo hemos hablado ella y yo durante horas. Todos sabemos que cualquier operación es un riesgo, y más tratándose de una cirugía de estas características.
-Por eso mismo. ¿Lo tenéis claro?
Miriam toma la mano de su amiga para tranquilizarla. O más bien, tranquilizarse a sí misma. sabía antes de ir a verla, que Estela se preocuparía por ella.
-En realidad, ¿qué podría perder? Quiero decir, ya he perdido toda la visión que me quedaba. Así que... ¿Qué puedo perder por intentarlo? -Se queda pensando unos segundos y pregunta- ¿Tú no lo harías?
-¿Yo? ¿Operarme?
-Sí. Es decir, ya sé que no has visto nunca, pero... Imagina que mañana te dijeran que existe una operación con la que podrías ver. ¿No lo harías?
Estela se toma unos instantes para reflexionar sobre el tema. En realidad, puede que Miriam tenga razón. Si le dieran la mínima garantía de que operándose pudiera ver algo, por poco que fuera... Tantas veces ha oído hablar del azul del cielo, o de la belleza del océano. De los cuadros de Van Gogh, la Mona Lisa de Da Vinci o la hermosura de los cerezos en flor... Que aunque su imaginación es potente y ha leído mucho acerca de todos esos temas, nunca sabrá del todo cómo son.
-Yo... Supongo que sí. Me gustaría saber lo que me estoy perdiendo. Y poder verle la carita a Delia. O a mi padre. O a mi madre. ¿Y tú, Álvaro?
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Álvaro ha seguido la conversación sin perder detalle. Sabe la ilusión y las ganas que tiene Miriam por esa operación, pero en realidad teme que ella tenga demasiadas esperanzas. No quiere que le hagan daño, otra vez. Cada operación que han pasado juntos, ella ha terminado hecha polvo y él siempre ha estado ahí para consolarla. Por eso no comprende por qué quiere pasar por ello otra vez.
Tal vez él no termine de entenderlo del todo. Como nació siendo ciego, nunca ha sentido la necesidad de ver el mundo que le rodea. Para él, siempre ha sido tan sencillo como tocar, oler, oír y sentirlo todo. Para él, la palabra “ver” tiene el mismo significado que las otras. NO necesita ver la cara de Miriam para saber que es hermosa. NI necesita ver a Delia para saber que es un animal noble e inteligente. NI necesita ver una naranja, porque puede degustar su sabor y su olor. Él es feliz así. NO echa de menos la vista, porque nunca la ha tenido.
-Yo... Creo que no lo haría. ¿Para qué? NO creo que supiera “ver”, tal y como vosotras lo entendéis.
Miriam y Estela se sorprenden al oírle.
-¿Qué quieres decir? ¿Cómo que no sabrías “ver”?
-Verás, es como la película del tío aquel, basada en un caso real. La del ciego al que operan para recuperar la vista, pero como no ha visto nunca, tiene que aprender a distinguir con los ojos lo que antes tocaba. Tiene que aprender a educar la vista, por así decirlo.
-Ah sí, la de Val Kilmer. Ya me acuerdo. Pero... -Miriam no comprende la postura de Álvaro-. ¿No tienes curiosidad por ver? ¿Saber cómo son las cosas?
Álvaro le sonríe.
-Las cosas son como son. No necesito verlas con los ojos, tal y como tú entiendes “ver”. A mí me basta con tocarlas, con olerlas. MI realidad y mi mundo lo he conformado así, desde niño. ¿Te imaginas que ahora a mi edad tuviera que cambiar todo el esquema mental? Tendría que volver a aprenderlo todo, a leer, a escribir, a interpretar los colores, las imágenes... ¡Qué pereza!
-Es interesante lo que dices -Estela interviene, muy sorprendida con el punto de vista de su amigo-. Y es curioso que pienses así. Yo tampoco he visto nunca, y sé que si mañana me operasen y pudiera ver, mi mundo cambiaría por completo. ¡Pero siento tanta curiosidad!
-Yo no. Es más, creo que me aterraría la idea. Porque yo soy como soy, mi personalidad es la que es, porque yo no he visto nunca. Si de pronto recuperase la vista, puede que mi forma de percibir las cosas y el mundo que me rodea cambiase por completo. ¿Y si de pronto lo que me gusta ahora dejara de gustarme?
-No tiene por qué... -Miriam sigue sin dar crédito, pero lo que dice Álvaro comienza a tener cierto sentido-. Si yo te gusto ahora, supongo que seguiría gustándote aunque me vieras, ¿no?
-Sí, supongo que sí. Pero ¿y si a ti no te gustase mi nuevo yo? La persona que sería yo viendo, puede que no tuviera nada que ver con mi yo ciego, ¿entiendes?
Estela acaricia distraídamente la cabeza de Delia, pensando en que si recuperase la visión, tal vez ya no necesitara a su querida perra guía. ¿Cuántas más cosas cambiarían en su vida? ¿Su trabajo? ¿su forma de vestir?
-Chicos, ¿os dais cuenta de que si los tres viéramos, ¿tal vez nunca nos hubiésemos conocido?
-Tienes razón -Miriam sonríe al recordar-. Si yo no me hubiera quedado ciega, tal vez nunca habría ido a aquel campamento de verano.
-O puede que nos hubieramos conocido, pero en otro sitio...
-Y tal vez, nunca nos habríamos hecho amigos.
-¿Un brindis por la ceguera?
-No, mejor un brindis por la amistad.
-¡Eso! ¡Por la amistad!
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Con este post me despido de vosotros. Por motivos personales y de incompatibilidad laboral no podré continuar escribiendo en el blog, pero os aseguro que para mí han sido unas semanas fantásticas compartiendo este espacio con Raúl Gay y todos vosotros. Leer vuestros comentarios me ha ayudado mucho, y aunque no lo creáis, anima conocer las opiniones de quienes estáis al otro lado, porque también aprendemos de vosotros. Así que os doy las gracias de corazón y os animo a que sigáis por aquí compartiendo vuestras reflexiones.
Si queréis, podéis seguir leyéndome ocasionalmente en mi blog, Viviendo a tientas o en Twitter, donde soy @viernescilla. Viviendo a tientas@viernescilla
Un abrazo.