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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras voces: La depresión no es una discapacidad de pata negra

Depression by rousmorgoth at Deviant art

Deloxi

De todas las tonterías que se podrían decir, la única que no he oído es que esto se veía venir, y mira que es fácil decirlo ahora.

La primera llorera sobre el sentido de la vida me la pegué con ocho años.

Treinta años más tarde voy a mi médica a por otra cosa, y me derrumbo. Ella me manda al psiquiatra. Ahora, por primera vez en la vida, tengo diagnóstico: “trastorno ansioso-depresivo”.

Sin medicación ni terapia, estoy muy irritable, mi vida no tiene sentido, todo lo malo que pasa en el mundo es culpa mía, y me la voy a cargar cuando os deis cuenta. Dejo muchas cosas sin terminar, o las hago picoteando. Siempre me duele algo. Puedo trabajar. Muy mal, pero puedo. Me organizo fatal y sólo me da tiempo a trabajar y mantenerme viva (comer, lavarme...).

El lado positivo es que tomo una medicación que funciona y tengo una buena psicóloga. Sigo organizándome regular, más que nada porque cada vez que he salido de un episodio fuerte tengo que volver a aprender rutinas semiautomáticas como “aseo-ropa-desayuno-a la calle”, que hago en el triple de tiempo cuando estoy mal.

Tengo pocas limitaciones. Evito enterarme de las noticias, porque pueden darme ansiedad o hacerme sentir culpable. Que la gente se pelee o grite hace que me derrumbe y me eche a llorar incluso cuando la pelea no va conmigo. Me canso bastante, y creo que duermo más que la mayoría de la gente que conozco.

La medicación para enfermedades mentales suele tener efectos secundarios fastidiosos. En mi caso, los justitos. Problemas digestivos que se alivian en parte con más pastillas. Si bebiese alcohol, perdería el hígado. Si fumara hachís, podría volverme psicótica. También afectan al deseo sexual, pero eso es difícil de medir porque de todas maneras ya estaba bastante estropeadillo por la enfermedad. Lo peor para mí es que no debo quedarme embarazada, el feto podría tener muchos problemas. Cuando tengo que tomar antidepresivos y ansiolíticos a la vez, me amodorro de día y duermo mal de noche, por eso evito los ansiolíticos tanto como puedo.

El pronóstico: dentro de unos meses podría dejar la medicación y no tener más episodios.

Tengo suerte. Otros como yo, no.

Además, los enfermos mentales no somos discapacitados “de verdad de la buena” en la mayor parte de los casos. La ley piensa ante todo en la accesibilidad de los edificios y en la dificultad para trabajar (si tienes trabajo y la enfermedad viene después, en la dificultad para mantener ESE trabajo).

Supongamos que necesitas dormir 12 horas diarias y quieres trabajar a tiempo parcial. Que te pones peor en invierno y quieres irte a vivir a Canarias a ver si mejoras. Que tienes agorafobia. Que te deprimes de adolescente, eso te dificulta estudiar, y sabes que si haces una carrera no la terminarás hasta los treinta.

Te vendría bien una ayudita con esas cosas ¿no?

Pues no.

Así que una deprimida se jode, a menos que se le pudiera aplicar la Ley de Dependencia si otros cuidan de ella.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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