La historia de un pequeño pueblo al que la pandemia le ha traído nuevos vecinos: “Me dijeron que estaba loca, pero aquí estoy”
“Cuando me vine de Sevilla para vivir en un pueblo tan chico me dijeron que estaba loca, pero aquí estoy”. Loli pasea cerca de su casa en la localidad sevillana de El Madroño, a donde se ha desplazado, igual que unas 25 personas en los últimos meses, buscando la tranquilidad de un pueblo sin Covid.
No es que sea una cantidad alta, pero hay que tener en cuenta que el pasado marzo, el pueblo rondaba los 280 habitantes y ahora supera los 300. Ese 12% aproximadamente supondría que la ciudad de Madrid aumentase en 384.000 habitantes en menos de un año. En El Madroño lo llevan con tranquilidad.
Loli decidió buscar la paz del pueblo “en el que tengo de todo, me apunto a todos los cursos, y si no podemos salir tengo un patio muy hermoso”, y, como ella, hay un puñado de personas que o bien han alquilado una casa o han acudido a la escasa pero económica oferta de casas en venta para echar raíces definitivamente en mitad de la sierra.
El Madroño es un pueblo de la provincia de Sevilla que para asuntos como el servicio de Guardia Civil depende de El Castillo de las Guardas, pero los solo ocho kilómetros que lo separan del municipio onubense de Nerva hacen que el pueblo tenga varias opciones para hacer gestiones en el caso de que alguna persona se vea desabastecida, “pero tenemos todo lo que necesitamos, y nuestro día a día está más que cubierto”, como explica el alcalde del municipio, Antonio López Rubiano.
El alcalde señala las impresionantes vistas desde su despacho para justificar que el censo del pueblo haya aumentado porcentualmente más que en ningún lugar de España. Porque los nuevos visitantes no han ido a pasar unos días, sino a quedarse para siempre.
Mari Ángeles Pichardo lo sabe bien. Probó a surtir de pan a los vecinos con una furgoneta y terminó siendo la proveedora de buena parte de la comarca y los pueblos de las estribaciones de la provincia de Huelva. Y canta las virtudes de la zona: “Tienes de todo, naturaleza, colegio, gimnasio, todo lo que puedes necesitar en una ciudad pero a la mano”.
“Todo es familiar, todo está cerca”, apostilla Fátima Baltasar. Es asistente de ayuda a domicilio, y en su día se mudó a Nerva, pero ha vuelto a su pueblo, cerca de sus padres, y las calles de El Madroño vuelven a ser, para ella, la rutina que busca cada día.
Más vecinos y un baby boom
Las causas del aumento poblacional son varias para el alcalde, que detalla que se han unido “un baby boom que hubo a principios del año pasado, con varios niños nacidos al mismo tiempo, y que algunas personas conocieron el pueblo por casualidad, o habían nacido en él y decidieron volver”, y ahora ya son más de 300 habitantes, una cifra no conocida en los últimos años.
Eso sí, El Madroño no solo es su núcleo principal, porque en sus más de 100 hectáreas de término municipal están las aldeas de El Álamo, Juan Antón, Juan Gallego y Villagordo.
En esas aldeas, precisamente, está uno de los dolores de cabeza del alcalde, que tiene pendiente reuniones con la Diputación y empresas de telefonía para que, cuanto antes, dote a todos sus vecinos de la suficiente cobertura móvil que necesiten para cualquier servicio, lo que sí está garantizado en el municipio base.
El pueblo donde la Covid no es tema de conversación
En El Madroño, la vida transcurre sin prisas, como señala Feliciano Ramírez, que a sus 87 años volvió a su pueblo cuando le llegó la jubilación en Cádiz tras toda su vida dedicada al Ejército, y “con una buena paga, como comandante de artillería que fui, no me puedo quejar de nada”.
“Hoy día tenemos de todo, desde jubilados que tienen segunda residencia y aprovechan porque hay calidad de vida hasta gente joven que se ha venido, no tenía trabajo, han encontrado en el pueblo y se han quedado a vivir entre nosotros”, apostilla el alcalde.
El Madroño, por cierto, “puede que sea el pueblo con más fiestas de la provincia de Sevilla”, dice el edil, que apostilla que “hemos conseguido incluso que la gente venga a veranear, que se haga turismo rural, porque antes solo venía el que tenía aquí su segunda residencia”.
En ese ambiente de tranquilidad, el pueblo solo ha tenido dos casos de Covid, ya olvidados, e incluso uno fue el de un vecino que se contagió en Madrid y no volvió hasta tener el alta, de modo que el coronavirus no es siquiera tema de conversación en alguno de sus tres bares, que son a la vez tiendas, donde la gente del pueblo pasa sus ratos de ocio oliendo a chimenea y pinares en mitad de un vergel ajeno a los problemas de la gran ciudad.
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