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“Soy gay y sufrí acoso en la universidad por parte de un profesor, pero me costó verme como víctima”

Sudadera y oscuridad: un 'must' para representar a los 'hackers' (Imagen: Pixabay)

Marta Borraz

Tenía un expediente brillante, quería quedarse en la Universidad a dar clases y ya solo le quedaban unos meses de carrera. Carlos estudiaba 4º curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid cuando su vida dio un vuelco del que aún arrastra consecuencias. La vulnerabilidad y la angustia que le producía entonces el miedo al rechazo por ser homosexual se cruzó con un profesor que al principio le halagaba y le comprendía, pero que acabó pidiéndole que le mandara fotos desnudo.

Este madrileño de 26 años tenía entonces 22 y acababa de decidir, después de mucho tiempo de armario, que haría pública su homosexualidad: “Tuve muchísimos problemas para aceptarlo porque sufría al pensar cómo se lo tomarían mis amigos, mi familia y el entorno más cercano”, explica Carlos, que utiliza este nombre ficticio desde el otro lado del teléfono. Fue entonces cuando, poco después de iniciar el cuatrimestre, un profesor nuevo públicamente gay comenzó a acercarse cada vez más a él.

“Creo que él sabía lo que me preocupaba porque a veces el último en darte cuenta eres tú, así que un día me pilló por el pasillo y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí, pero después cuando llegué a casa le envíe un mail y se lo conté. Cuando piensas que tu vida es una mierda y que tu gente te va a dar de lado, encontrar a alguien que parecía que me iba a comprender era algo así como una necesidad. Yo al principio pensaba que me estaba ayudando”, explica.

Poco a poco la cosa empezó a cambiar, relata, y cuando Carlos se dio cuenta estaba atrapado en una tela de araña. El intercambio de correos electrónicos fue cada vez a más, siempre con la intención aparente de acompañarle en un proceso que a él le estaba costando asumir, cuenta. “Me fue mandando un e-mail cada dos días, luego uno al día...hasta llegar a los seis diarios”. Al principio le preguntaba qué tal estaba o le decía que si necesitaba algo, estaba ahí, pero el tono fue cambiando: “Luego pasó a 'qué chaqueta más bonita traías a clase' y 'me ha gustado mucho cómo venías hoy', hasta que empezó a reunirme en su despacho, a insistirme en que quedáramos fuera de las clases y a hacerme comentarios sexuales”.

“¿Cómo iba a denunciar?”

“El caso es que cuando te das cuenta estás tan metido que ya no sabes cómo salir”, esgrime Carlos desde un país, en el que vive ahora, del que prefiere no dar detalles. Así que, perdió el control que pensaba que tenía: “Atrapado entre el compromiso y el miedo, es como que algo me decía que tenía que cortar, pero no era capaz. El temor y la incomodidad se fueron incrementando cuando me empezó a decir cosas como que 'no se había podido concentrar en toda la clase por la camiseta de tirantes que llevaba'. Me llegó a preguntar por el tamaño de mi pene, a decirme cómo lo tenía él y a pedirme fotos desnudo que nunca le mandé”, recuerda.

Fue ahí cuando le dijo que no quería que le escribiera más. Él, sin embargo, siguió haciéndolo durante un tiempo, pero Carlos dejó de responder. “Supongo que tenía miedo a que yo contara algo y cuando se dio cuenta de que no lo iba a hacer, paró”. El acoso duró varios meses y se extendió incluso durante las vacaciones de verano, recuerda ahora. “Nunca me planteé en serio denunciar”, prosigue el joven, que tras ejercer un tiempo como profesor, dejó definitivamente la Filología. “Creo que lo que viví influyó en mi decisión”.

El miedo a que no le creyeran, a que pensaran que estaba haciéndolo por su propio interés y que lo había provocado para obtener buenas calificaciones o el temor a que su carrera profesional, que quería vincular a la Universidad, se truncara, fueron algunos de los motivos que le llevaron a no denunciar ni contárselo a nadie. Por eso, hacerlo ahora, dice, es liberador. Entonces era 2014 y la Universidad Complutense todavía no había puesto en marcha el protocolo contra el acoso sexual para prevenir y detectar este tipo de casos.

El centro lo aprobó a finales de 2016 y, además del acoso por razón de sexo, introdujo también el acoso por razón de orientación sexual o identidad de género por ser tipologías “íntimamente relacionadas con las desigualdades y discriminaciones de género”. Carlos lamenta que entonces no se diera esa visibilidad porque “al ser gay y sufrir acoso viví un doble estigma que hizo que me costara verme como víctima. ¿Cómo iba a denunciar el caso si ni siquiera mi familia sabía que era homosexual?”, se pregunta cuatro años después.

Las relaciones de poder

Carlos hace hincapié en la dificultad de percibir que estás siendo objeto de acoso, sobre todo si no pasa a algo físico, y pone el foco en lo complicado de despojarse de la culpa. “Todavía sigo sintiéndola, mucho menos, pero está ahí. Piensas que tenías que haberlo cortado antes, que tú te metiste ahí, que nunca tenías que haber respondido a ninguno de los correos...”. Al final, la terapia psicológica y el feminismo, afirma, se han convertido en dos de sus medicinas. “Por primera vez comprendí el terrible acoso diario y el sentimiento de culpa que sentían las mujeres. Y ahora, después de 22 años de fingida heterosexualidad, yo era parte del grupo acosado”.

El joven identifica una clara diferencia entre la vida que vivió como hombre heterosexual y sus relaciones con mujeres y como homosexual. Nunca, prosigue, “me sentí sexualizado u objetivizado de esta manera por ninguna mujer. Nunca tuve que enfrentarme con ellas a una situación así. Yo creo que los hombres ejercemos poder a través del acoso y este tipo de dinámicas y en las mujeres no lo he visto”.

Una situación que considera que se intensificó debido a la relación de poder y la jerarquía que se da en la Universidad, que “acaba convirtiéndose en un sistema que desprotege a unos y convierte a otros en intocables”.

Esta historia forma parte de la serieRompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio

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