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Clandestinidad y mujeres condenadas: el difícil camino que llevó a España a lograr el aborto libre

Feministas reclaman en Madrid que el aborto esté fuera del Código Penal

Marta Borraz

Cuando tenía 19 años Pilar le dijo a su familia que se iría a pasar el fin de semana a la sierra madrileña con una amiga, que hizo lo mismo con la suya. A los pocos días ambas estaban en un avión en dirección Londres casi sin poder creérselo. Viajaban a la capital británica para que la amiga de Pilar, un año menor que ella, pudiera abortar. Se había quedado embarazada de su jefe, que estaba casado. Así que con el dinero que él le dio se costeó el viaje y la interrupción de su embarazo. Era 1978 y el aborto era en España un delito castigado con penas de cárcel bajo cualquier circunstancia.

El Senado de Argentina acaba de tumbar la legalización del aborto en un país en el que se producen cientos de miles de abortos clandestinos al año. La pelea de las mujeres argentinas, con ecos de solidaridad en todo el mundo, recuerda, con sus diferencias y similitudes, a la batalla feminista que en España acabó logrando el aborto libre en 2010. Por el camino, mujeres condenadas, médicos perseguidos, cuerpos tutelados, abortos clandestinos en condiciones de insalubridad y viajes al extranjero.

La amiga de Pilar estaba muy asustada, así que a ella le tocaron el arrojo y los ánimos. “No hablábamos inglés, no conocíamos a nadie y además nos habían dado una dirección errónea. Tuvimos suerte de que preguntamos a unas mujeres por la calle, mediante señas, y nos llevaron a un local feminista –'¿pero me lo van a hacer aquí?', se preguntaba mi amiga–. Allí nos remitieron a una clínica y nos dieron cita al día siguiente. La intervención costaba unas 25.000 pesetas, era mucho para la época”.

A los dos días ambas estaban volviendo a Madrid –“en el avión se veía que muchas mujeres habíamos ido a lo mismo”–, pero no sería la última vez para Pilar. Volvió dos años después a Londres, esta vez para abortar ella después de quedarse embarazada del novio con el que estaba entonces. “No se lo dije a nadie, solo a él, que era mayor que yo y me lo pudo pagar. Me sentía fatal, pero tampoco era muy consciente de lo que estaba haciendo”. Un tiempo después, regresó de nuevo para acompañar a otra conocida.

En aquellos años, desde mediados de los 70 a principios de los 80, los abortos en el extranjero eran una realidad: si tenían dinero y pasaporte, muchas mujeres viajaban a Reino Unido, Francia u Holanda. Si no, estaban abocadas a un aborto clandestino que en ocasiones acababa en complicaciones médicas y una denuncia por abortar.

Al mismo tiempo, el feminismo intentaba colar en el debate público el derecho al aborto en el marco amplio de una sexualidad libre, no vinculada a la reproducción y el derecho al placer. “Ocupaba un lugar central en el movimiento feminista y fue un momento en el que tuvimos que enfrentarnos a un orden establecido muy férreo y a las ideas de la dictadura franquista”, explica la histórica activista feminista Justa Montero, que fue militante de la Comisión Pro Derecho al Aborto de Madrid, una especie de comités que se crearon en casi todas las ciudades.

Las once de Basauri

El punto de inflexión fue el proceso vivido contra 10 mujeres y un hombre que fueron detenidas en septiembre de 1976 en Basauri acusadas de haber practicado o haberse sometido a abortos. El caso llenó en 1979 las calles de un movimiento feminista que cada vez contaba con mayor empuje, y el aborto pasaba así a convertirse en una cuestión pública. “Fue clave. Por primera vez y en un momento muy duro en cuanto a la concepción social que se tenía, el movimiento pone en el centro –gracias a la valentía de estas mujeres– el tema del aborto. Fue útil que se encarnara en personas concretas lo que estábamos pidiendo”, explica Montero, hoy activista en la Asamblea Feminista de Madrid.

Tras las once de Basauri, el gobierno de Felipe González inició el difícil camino que tendría la ley socialista del aborto, que finalmente entraría en vigor en 1985 tras un recurso de inconstitucionalidad presentado por Alianza Popular. La norma despenalizaba la interrupción del embarazo en tres supuestos: riesgo para la madre, en caso de violación y malformación del feto. La ley fue para el movimiento feminista una luz al final del túnel, pero insuficiente. Su postura crítica auguraba que se trataba de una reforma que generaría inseguridad y vulnerabilidad para las mujeres y los profesionales, como así se demostró después.

Comenzó entonces una época de persecución, denuncias, incautación de expedientes, redadas en clínicas... Con el paso de los años, los abortos en el extranjero y de forma clandestina eran cada vez menos y se intentaba que el supuesto de riesgo para la vida de la madre fuera interpretado en un sentido amplio para que los posibles problemas psicológicos derivados de continuar con un embarazo fueran asumidos. “Aun así eran unas condiciones de inseguridad enormes y te podía denunciar cualquiera”, explica Begoña Piñero, portavoz de la Tertulia Feminista Les Comadres de Gijón, fundada en 1985.

El discurso a favor del derecho a decidir iba ganando más fuerza y el feminismo seguía reivindicando el aborto libre y gratuito, pero el movimiento antielección también se rearmaba con fuerza. El gobierno de Aznar (1996-2004) logró aplacar en parte la movilización porque los visos de aprobar una ley de plazos con los conservadores eran altamente improbables. Fue así hasta que en 2007 se recuperó el espíritu de las once de Basauri de 1979 y el “Yo he abortado” volvió a ocupar la agenda.

El intento restrictivo del PP

Así hasta que en 2010 el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero dio luz verde a la ley de plazos, que garantiza el aborto libre hasta la semana 14 y que rige actualmente en España. Sin embargo, las mujeres vieron tambalear su conquista con la mayoría absoluta del PP en las elecciones generales de 2011. Los conservadores llevaban en su programa la reforma de la ley del aborto del PSOE contra la que ya habían interpuesto un recurso ante el Tribunal Constitucional, aún sin resolver.

El entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, diseñó en 2013 una ley todavía más restrictiva que la de 1985, pero el rechazo social consiguió su retirada –aunque restringió el aborto de las menores de 16 y 17 años– e incluso su dimisión. “Sabíamos que por ahí no íbamos a volver a pasar. Habíamos luchado toda la vida por el aborto y de repente nos veíamos batallando contra la ley más retrógrada y restrictiva. Si algo le tenemos que agradecer a Gallardón es que unió a todas las generaciones de mujeres y demostró que el aborto ya no era tabú”, reflexiona Piñero.

Esta histórica del feminismo asturiano se refiere al Tren de la Libertad, la masiva movilización que logró canalizar con miles de mujeres llegadas a Madrid de todos los puntos de España la indignación contra la reforma de Gallardón. La protesta tuvo su origen en la Tertulia Feminista Les Comadres, donde Piñero era portavoz: “Pensábamos que no íbamos a ser demasiadas, pero superó las expectativas. De alguna manera, el Tren de la Libertad reactivó el feminismo en España”.

Desde entonces, la ola de movilizaciones masivas no ha dejado de sucederse. Desde la manifestación contra la violencia machista el 7N de 2015 a la huelga feminista del 8 de marzo pasando por las protestas de apoyo a la víctima de 'la manada'. Ahora, con Pablo Casado como presidente del PP y principal líder de la oposición, que ya ha admitido querer regresar a la ley de supuestos de 1985, el feminismo activa la alerta. “La ley de 2010 no es suficiente, hay cosas que mejorar, además de que es necesario garantizar los derechos sexuales y reproductivos en sentido amplio. El aborto es algo que toca en lo más nuclear del movimiento feminista y un tema ante el que nunca hay que bajar la guardia”, concluye Montero.

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