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CORONAVIRUS
Contagiados en Navidad: “Bajar la guardia ha traído un regalo bastante desagradable”

Un grupo de amigos adelanta la Nochevieja, ante las restricciones impuestas por la pandemia, y se han tomado las uvas al sonar las doce del mediodía en el reloj del Ayuntamiento de Valencia. EFE/Manuel Bruque

Elena Cabrera

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La curva de contagios desde el día 10 de diciembre dibuja una trepidante cuesta ascendente, sobre todo la que refleja los casos comunicados de Nochevieja en adelante. Es el temido efecto navideño que comienza a asomarse a las gráficas de la árida contabilidad de la incidencia del coronavirus.

Pero los números reflejan lo que muchos han visto en la intimidad de los salones: las restricciones eran suaves y las familias se han juntado en pequeños núcleos, sin alardes, pero con concesiones. Así le ocurrió a la familia de A. V., actualmente en cuarentena y cuidando a su marido mientras pasa la COVID–19, tras una cena de Nochebuena de la que salieron todos contagiados excepto ella y su madre.

Como marcaban las normas eran seis comensales: los padres, A., sus dos hermanas y su marido. Habían tomado precauciones: ventilaron la casa antes de la cena —pero no durante—, guardaron la distancia de seguridad entre las personas y llevaron mascarilla, que se quitaron, lógicamente, para comer. Estuvieron menos de cuatro horas juntos, en un piso de un barrio madrileño. Era la primera vez que se veían en muchísimo tiempo. Necesitaban un momento de reunión, de sentirse unidos. No sabían si debían juntarse pero estaban tocados anímicamente porque al principio de la pandemia había fallecido el abuelo, no a causa de la COVID sino debido a un infarto que el médico y la familia interpretaron como un efecto colateral del sedentarismo del confinamiento. Se permitieron ese momento, bajaron la guardia porque necesitaban sentirse juntos aunque fuera brevemente. “El resultado ha sido un regalo bastante desagradable”, dice A.

Una o dos de las hermanas fueron las portadoras del virus (no está claro si una de ellas se había contagiado antes o fue durante la cena). Ambas juegan en un equipo de fútbol y habían estado tomando algo con las compañeras cerca ya de las fiestas. En esta reunión, afirman que llevaban mascarillas, guardaron distancias, pero el virus saltó de un cuerpo a otro (o a otros). El día 28 de diciembre recibieron la llamada de una de las jugadoras: se encontraba mal y una prueba rápida confirmó que se trataba de la COVID–19. Las hermanas fueron citadas para hacerse test de inmediato y una de ellas dio positivo. Esa misma tarde, el marido de A. comenzó a sentirse mal. En un test posterior la otra hermana futbolista también ha dado positivo, al igual que su padre.

Los cuatro casos en la familia de A. forman parte de los más de 30.100 que se han comunicado en la Comunidad de Madrid durante las dos semanas de festejos navideños (la última de 2020 y la primera de 2021), lo que supone 451 casos por cada cien mil habitantes, una cantidad al alza respecto a los dos semanas anteriores de diciembre. La tendencia es al alza en toda España, con una incidencia de 321 casos cada cien mil habitantes y 150.960 contagios notificados en las últimas dos semanas. A nivel epidemiológico, en la víspera de Nochevieja sonaron las alarmas de este incremento y los profesionales de enfermería advirtieron de que, después de las fiestas, las consecuencias serían “terribles”. Pero no hubo respuesta inmediata y el camino de polvorones llevó a los españoles a las campanadas, con sus sonoras fiestas ilegales, y la asistencia masiva a las tiendas de las calles comerciales de las principales ciudades, como cada año por estas fechas. Las restricciones no se endurecieron hasta los minutos finales de las fiestas, cuando ya estaba todo el pescado vendido. 

A pesar de que al día siguiente de la Nochebuena, los miembros de la familia de A. se dispersaron para juntarse con otros pequeños núcleos familiares, nadie más se contagió en esos tres días. Ni A. ni su madre han dado positivo, según la hipótesis médica, porque sus sistemas inmunológicos estaban fuertes en ese momento. “No esperaba cerrar el año así, ha sido muy duro. Hemos empezado 2021 cada uno en su habitación, sin poder vernos”, dice esta mujer.

El año también ha arrancado confinado dentro de las paredes que forman el piso en el que vive Alejandro M. con tres personas, en el centro de Valencia. Uno de sus compañeros se reunió con un grupo de amigos para hacer una merienda al aire libre el día de Navidad, en la terraza exterior de una casa. Una persona de ese grupo dio positivo el 29 y se lo hizo saber al resto. El compañero de Alejandro se hizo un test de antígenos y resultó positivo, lo que provocó que toda la casa se pusiera en cuarentena de inmediato. Una de las habitantes de este piso es enfermera de hospital en una planta de enfermos de COVID–19, por lo que supo exactamente qué había que hacer y cómo, de tal manera que pudieron contener los contagios y solo Alejandro y la persona que asistió a la celebración se infectaron, este último con dolor de garganta y pérdida de gusto y olfato. Alejandro está asintomático.

El 2 de enero, se hizo una prueba de antígenos y dio negativo, pero dos días después le realizaron una PCR que dio positivo. Desde que comenzó la cuarentena en su piso, el día 29, han mantenido la distancia en casa y pasaban el día con mascarillas FFP2, con la casa “ventilada constantemente, al punto de pasar frío” y desinfectando el baño cada vez que era usado. Pero desde que la PCR dio positiva, Alejandro está encerrado en su habitación y sus compañeros le preparan la comida y se la dejan con una bandeja en la puerta: “se da la circunstancia de que yo trabajo desde casa, desde mi cuarto, en el escritorio que tengo al lado de la cama, pero claro, en circunstancias normales puedo salir al resto de la casa o dar un paseo y, como ahora no, no estoy muy centrado”, admite.

¿Lo que estamos viendo en las gráficas de incidencia son esos momentos de las fiestas en los que la guardia ha bajado? “Claramente”, dice el epidemiólogo Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático y director de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Autónoma de Madrid. “Pero lo estamos subestimando porque en Navidad se han hecho menos pruebas. Para tener mejores datos habrá que esperar a mediados o finales de la semana del 11 de enero, cuando volveremos a un ritmo normal de pruebas y veremos también las manifestaciones clínicas en los ingresos de una parte de los que se han contagiado”.

Aunque los síntomas —fiebre alta, tos, flemas, mocos y malestar— en la familia de A. aparecieron a los cuatro días del contagio, Rodríguez Artalejo advierte de que lo habitual son cinco o seis días y en muchos casos hay quien necesita siete por lo que, para valorarlo apropiadamente habrá que esperar a los datos de la semana que viene.

Con las curvas en la mano, algunas comunidades autónomas, como Extremadura, La Rioja, Castilla–La Mancha o la Comunidad Valenciana ya han anunciado nuevas restricciones pero, para este experto en epidemiología, “lo sensato es esperar” a detectar el efecto completo de las medidas que se han tomado. No es solo una cuestión de los cinco hitos clásicos: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y el roscón; “es todo el periodo de vacaciones lo que hay que ver porque la gente no solo se junta en las fiestas señaladas sino que es un periodo en el que se ven con más frecuencia”, apunta.

La llegada de 2021 ha dejado bajo el abeto navideño los dos millones de contagios, más de 50.000 fallecidos y la amenaza de la inminente tercera ola. Aunque las vacunas ya han llegado, solo una pequeña parte de la población las han recibido como regalo de Reyes, por lo que no debe suponer un relajo de las restricciones ni de las recomendaciones, como señalan los expertos.

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