La explosión de contagios entre los jóvenes complica el verano en España
Reclusos o niñatos. No ha existido un término medio para referirse a los jóvenes afectados por el macrobrote de Mallorca. Este ha sido el mayor foco registrado en España en toda la pandemia, que ha dejado más de 1.800 positivos, 5.000 viajeros en cuarentena, 14 hospitalizados y al menos un caso en la UCI. Además, los servicios de Atención Primaria tendrán que llevar el seguimiento de todos los contactos familiares y contagios, que están repuntando de forma clara. Una tendencia que no se debe exclusivamente al brote del archipiélago balear.
El caso más mediático del año ha coincidido con una subida abrupta de las infecciones entre los 10 y los 29 años. España ha registrado este jueves el peor dato de contagios desde el 18 de febrero, en plena tercera ola, con 12.345 nuevos positivos. El Ministerio de Sanidad ha empezado a publicar la incidencia por grupos de edad, algo que se llevaba solicitando desde hace meses y que ahora sirve para medir con más precisión el alcance de la pandemia. En solo tres días, los casos de la cohorte de 20-29 años han aumentado de 251 por cada 100.000 habitantes a 367. Lo mismo ha ocurrido con el grupo de edad inferior, de 12 a 19. El martes rondaba los 240 casos y ya alcanza los 345. Debido a esto, la incidencia nacional ha repuntado a 117 y ha provocado que sobrepasemos de nuevo la barrera psicológica de los 100 contagios.
Por suerte, la vacunación ha logrado que la ocupación hospitalaria y en UCI se mantenga estable, en un 2% y un 6,5% respectivamente. Desde hace meses sabemos que si los indicadores de presión asistencial bajan, la incidencia no es tan relevante como antes. Pero otra cosa es la impresión que ofrece de puertas para afuera. El mapa del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) pinta a España de rojo y naranja, dos colores que no favorecen la imagen externa de control de la pandemia en plena temporada turística. La multiplicación de contagios también perjudica a la Atención Primaria y vuelve a colocar a los centros de salud, mermados ya de por sí en verano, en la disyuntiva de normalizar la atención de otras patologías o hacer seguimiento de una cifra creciente de pacientes COVID.
El lunes el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, reconoció que los casos de Mallorca representaban un pequeño porcentaje de los totales: un 3% de la incidencia a 14 días. El resto es el efecto de la movilidad del verano, de la llegada de una cepa más contagiosa, de la relajación de las medidas y de que la población joven sigue sin vacunar. “Yo era partidario de una desescalada más tardía y de haber prorrogado el estado de alarma, pero con lo que tenemos, esta subida era previsible”, reconoce José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad y profesor de Salud Pública en la Universidad de Granada.
El experto recomienda no mirar la pandemia con “los mismos ojos” que hace unos meses y valorar el impacto en su justa medida. “En la práctica, está siendo un problema individual porque no ha repercutido en hospitalizados ni en muertes como en enero, cuando hubo una subida igual de abrupta”, compara Olmos. Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología y coautor del libro Epidemiocracia, piensa en cambio que la velocidad del aumento ha sido “abrumadora”, sobre todo entre jóvenes y adolescentes.
Una muestra de esto es que los brotes en el ámbito social con amigos ya superan a los de la familia, cuando normalmente habían ido a la par. Las razones de esta subida, para los expertos, se resumirían en tres: la movilidad, el ocio nocturno y la baja tasa de vacunación en estos grupos de edad. Se podría añadir uno más, que es el de la baja percepción del riesgo. Esta es la receta de un estallido que no ha pillado por sorpresa, pero ha superado la velocidad previsible y ha obligado a algunas regiones a tomar medidas.
Los retos de recuperar la movilidad y el ocio nocturno
“Sabíamos que la incidencia iba a crecer en ese grupo de edad, pero se han juntado muchos eventos supercontagiadores”, cree Gullón. Y no únicamente el macrobrote mallorquín, sino otros viajes de fin de curso en Sevilla, Tenerife, Menorca, Salou y Lloret de Mar, o el efecto de la propia dinámica social y de la relajación de las medidas al ocio nocturno en todas las regiones. Se suman las primeras fiestas de verano, como las que han multiplicado por diez la incidencia en una semana en la localidad vasca de Hernani. Algunas zonas como Pontevedra (Galicia) han procedido al cierre de todas las discotecas y a limitar el aforo de la hostelería. En Cantabria se plantean cerrar el ocio nocturno ante un estallido de casos que la han convertido en la comunidad con mayor incidencia de España. Catalunya, Andalucía y La Rioja también evalúan tomar medidas.
“No soy de los que apuestan por volver a las restricciones de antes, pero quizá se puedan recuperar algunas donde aumente mucho la incidencia”, propone Gullón. Pero en destinos con alta presión turística “va a ser más complicado”, reconoce. De hecho, un tribunal ha tumbado la orden del Gobierno de Canarias de cerrar el interior de los locales en Tenerife, el primer punto donde empezó a dispararse la incidencia.
“Es como poner puertas al campo”, asume Martínez Olmos. “No hay estado de alarma, no hay apenas restricciones al ocio nocturno y no hay mascarillas, pero afortunadamente el impacto en la Sanidad no está siendo grande”, afirma. El profesor de Salud Pública propone usar el efecto mediático del brote de Mallorca para hacer pedagogía en cuatro grupos: los jóvenes, los padres y madres, las industrias del ocio y las autoridades. No comparte que se culpe a un único grupo de los contagios, puesto que “señalarles es lo más fácil, pero los padres también han incitado que se les desconfine, los empresarios nocturnos han organizado eventos sin vigilar las normas de seguridad y las autoridades han abierto la mano y no han evitado los botellones, que están prohibidos”.
Gullón tampoco cree que la confusión o el rechazo a hacer cuarentena sea una cuestión de edades, como ha quedado patente con los padres de los chavales de Mallorca. “Los que nos encargamos de informar debemos planteárnoslo: qué mal lo hemos explicado para que después de año y medio no se sepa que una PCR negativa no descarta cuarentena”, declara. Lo que subyace a esto, para algunos expertos como Olmos, es una banalización del virus y del riesgo de la enfermedad.
La banalización de la enfermedad
“La gente joven se siente inmune a la muerte”, expresa Martínez Olmos. La lejanía personal con las consecuencias de la enfermedad que muchos de ellos tienen y las bajas opciones de terminar en una UCI o un hospital son las causantes de la relajación con las normas. “Para hacer pedagogía desde Salud Pública tienes que adaptarte al colectivo al que quieres trasladar el mensaje. Trabajar con su propia lengua, su propio signo y sus propios valores”, resume.
El mensaje clave, para el experto, pasa por advertir del riesgo de que esos brotes acaben alcanzando a gente más mayor sin vacunar. “Sus padres son ahora mismo las personas más vulnerables, porque algunos no estarán vacunados con las dos dosis”, recordó Fernando Simón. De esta cohorte, entre 50 y 59 años, un 76% han recibido la pauta completa. Pero de 60 a 69 este porcentaje baja al 49%. También conviene alertar del peligro para los propios jóvenes. “El porcentaje de desenlace fatal disminuye si tenemos en cuenta las altas incidencias que están registrando”, matiza Gullón, “pero eso no quita que haya chavales que puedan acabar hospitalizados, en la UCI o falleciendo”.
También piden acordarse de Atención Primaria, cuya saturación no aparece en los indicadores de presión asistencial y es la que más sufre una subida abrupta de contagios. Ahora se tienen que volcar en los cribados, pruebas y seguimiento, y todo ello con las plantillas mermadas en pleno verano.
A vueltas con la vacunación de los adolescentes, ¿antes o después de los de 30?
Tal y como estaba previsto, hemos llegado al verano con la población vulnerable a punto de estar protegida completamente contra la COVID y los jóvenes esperando su turno. No es raro que los contagios se concentren en grupos de edad entre los 12 y los 29 años, pero sí que se hayan disparado de esta manera.
Ante este nuevo desafío, algunas comunidades como Cantabria han apostado por eliminar las cohortes y abrir las citas también a los más jóvenes. No obstante, es una estrategia que no comparten todos los Gobiernos autonómicos, que en general apuestan por seguir estrictamente la pioridad etaria, puesto que el grupo de 30 a 39 años puede presentar más complicaciones que los adolescentes o los veinteañeros. “Además, hasta dentro de mes y medio esa población no estará protegida y puede generar problemas en términos de equidad”, recuerda Pedro Gullón. El epidemiólogo se refiere a que las personas con más privilegios y más libertad de horarios puedan acceder antes a su cita.
“La estrategia de vacunación hasta ahora ha sido un éxito”, piensa el catedrático de Salud Pública, Martínez Olmos. Tampoco apuesta por cambiarla ahora, pero sí por terminar con las segundas dosis de los grupos más vulnerables antes de que la cosa se complique aún más.
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