Foto ampliada de un beso que no era beso, era agresión
Una foto. Unos pocos segundos de vídeo. Llevamos una semana viendo en bucle la imagen de la agresión (dejemos de llamarlo beso) de Luis Rubiales a la futbolista Jenni Hermoso, y la seguiremos viendo durante mucho tiempo. Convertida ya en icono, se replicará con seguridad en carteles reivindicativos, pintadas callejeras, camisetas, parodias y memes. La foto del año, no busquéis más.
Muy diferente habría sido todo si la agresión se hubiera producido fuera de foco, sin una cámara cerca ni testigos, ¿verdad? Tal vez la joven futbolista no se habría atrevido a denunciar, conocedora del precio que tantas mujeres pagan cuando levantan la voz. Pero Rubiales se sentía tan impune, vivía y vive con tanta naturalidad la cultura machista -como demostró días después en su discurso mamarracho en la asamblea de la Federación-, que lo hizo delante de las cámaras, ante los ojos de millones de personas. No pensaba que estuviera haciendo nada malo. Sigue sin pensarlo. Un piquito.
¿Qué tiene esa foto, que por otra parte no muestra nada excepcional, una agresión como tantas que hemos conocido -de primera mano en el caso de quienes las sufrieron-? ¿Qué tiene de especial para que haya provocado esta respuesta social, esta revuelta feminista, esta reacción de políticos y medios -incluso de quienes en otras ocasiones titubeaban-, esta repercusión internacional? Para responder a la pregunta, podemos analizar la foto al detalle: ampliarla como el fotógrafo obsesionado de Blow-up, o como aquella escena de Blade Runner en que Harrison Ford escaneaba una foto y la ampliaba tanto que podía navegar por la imagen para descubrir detalles que pasaban desapercibidos a primera vista.
Si hacemos lo mismo con la foto del pasado domingo, si la examinamos con lente de aumento -o si, por no salirnos del fútbol, le aplicamos el VAR-, descubriremos los muchos significados contenidos en ella, lo que una sola imagen dice de nuestro tiempo, por qué tiene tanta fuerza y por qué marcará un antes y un después. Ni queriendo hubiésemos podido construir una imagen que representase de manera tan exacta y contundente algunas tensiones y esperanzas de nuestro tiempo. Así que venga, coged la foto, miradla bien otra vez, y acompañadme en este ejercicio de ampliación y despiece milimétrico, a ver qué encontramos en ella.
No lo llamemos beso
En primer lugar, la agresión, claro. El mal llamado beso. El “piquito”. La visión de un beso siempre nos activa ese rincón del cerebro donde guardamos la memoria sentimental de tantos besos que hemos dado, recibido, disfrutado, deseado, soñado, y todos aquellos besos cinematográficos con que hemos sido educados. Ninguno de ellos se parece a esa manera de agarrar la cabeza con las dos manos, con los dedos muy abiertos para sujetarla entera, y estampando con fuerza los labios, un beso más arrancado que dado. Lo vemos y nos da asco. No es un beso, es lo contrario a un beso, no querríamos recibirlo, tampoco darlo.
En ese no-beso, en ese anti-beso, están contenidos todos los que tantas mujeres han sufrido, y que estos días habrán recordado al verlo. Acorraladas en el pasillo de la oficina, en el baño, en un bar, en un despacho de la facultad, en una calle nocturna, en un coche o un ascensor, por un jefe, un compañero de trabajo, un amigo, un vecino, un conocido reciente o un completo desconocido que se sintieron con deseo y con derecho a besarlas. Si no nos ha pasado, preguntemos alrededor, nos sorprenderá comprobar cuántas mujeres han pasado por algo similar. Podemos leer los muchos testimonios de quienes sufrieron a otros Rubiales, y que estos días circulan en redes con el hashtag #SeAcabó.
Le pasó nada menos que a una diputada autonómica, ¿recordáis? Teresa Rodríguez. Lo habrá recordado ella al ver la foto de Rubiales: hace unos años, en un acto oficial y en un lugar público, un empresario “sin mediar palabra ni saludo previo, la rodeó con su brazo derecho, haciéndola retroceder contra un rincón, al tiempo que aproximaba su cuerpo al de ella y le ponía la otra mano sobre la boca besando a continuación su propia mano (…) mientras la sujetaba por la espalda o la nuca con la otra mano”. Una broma, se defendió el agresor, que fue condenado por un delito de abuso sexual.
A una diputada en un lugar público, a una futbolista delante de las cámaras. Qué no sucederá en los espacios de sombra, espacios de impunidad donde solo queda la palabra de la víctima, que a menudo calla por miedo a sufrir represalias, perder su trabajo, enfrentar la incomprensión o ser culpabilizada tal como ha hecho Rubiales con Jenni Hermoso: “ella me cogió de las caderas”. El #MeToo en Estados Unidos, como el #Cuéntalo que surgió aquí tras la sentencia de la Manada y sirvió para visibilizar las violaciones. También ahora el #SeAcabó genera un espacio de seguridad donde sentirse con fuerzas y con respaldo para hablar. Tantas mujeres que estos días convierten su vivencia individual -y a menudo silenciada- en algo colectivo, que no les ha pasado a ellas, les ha pasado a todas. Y les ha pasado por ser mujeres.
De Nevenka a Jenni Hermoso
Volviendo a la foto ampliada, si miramos a la futbolista agredida podemos ver a tantas mujeres que sí denunciaron, y que fueron cuestionadas, acusadas de provocar la agresión o de actuar por afán vengativo, examinadas públicamente, linchadas en portadas y redes. De fondo, el caso no tan lejano de Nevenka Fernández, la concejala leonesa que sí denunció y sufrió tal calvario que, sin quererlo, pudo disuadir a otras mujeres de denunciar, nadie querría pasar por lo que ella. Eran otros tiempos, hoy Jenni Hermoso no está sola, y los intentos -que siguen existiendo- por cuestionarla y acusarla, chocan contra el enorme apoyo colectivo que ha encontrado entre sus compañeras, entre millones de mujeres de todo el mundo, y en una mayoría de hombres. Si la imagen desolada de Nevenka podía ser disuasoria, la imagen fuerte de Hermoso, rodeada y apoyada, puede ser decisiva para futuras denuncias. No estarás sola.
En la foto ampliada vemos también al agresor. Sus manos aferrando la cabeza, su anti-beso soltado como si diese un cabezazo en una pelea, su risotada satisfecha posterior, prolongada durante la semana con sus disculpas de boca pequeña y mirada hacia los lados en el primer vídeo, y rematada en su chulesco discurso del viernes. En Rubiales reconocemos a todos los agresores, y a quienes los respaldan, a quienes le aplaudieron el mismo viernes, a quienes siguen sin ver nada extraño en la foto y lo minimizan, lo disculpan, lo ven una exageración, linchamiento, cancelación, asesinato social, histeria feminista. El machismo victimista, el machismo resentido, el machismo revanchista.
Demasiados hombres que siguen sin entender nada. Algunos que no lo entendieron en las primeras horas, y que por fortuna, o tal vez empujados por la ola de rechazo, lo han acabado viendo, entre ellos periodistas deportivos que como Juanma Castaño han rectificado en público -y sus palabras hay que apreciarlas por la repercusión que tendrán en tantos oyentes de radio deportiva que tampoco veían nada malo en la foto-, y columnistas y tertulianos que esta vez han sido más contundentes de lo habitual, hay que reconocerlo.
Recuperamos la foto y, ampliando un poco más como quien hace el gesto de abrir los dedos en la pantalla, vemos con claridad la lucha feminista de la última década, reconcentrada en una sola imagen. La disputa política y legal por el consentimiento, el solo sí es sí, el rechazo y la burla machistas (“¿tendremos que firmar un contrato para ligar?”), la resistencia de algunos jueces, la trinchera mediática y política contra este avance, la campaña infame contra Irene Montero, el negacionismo de la ultraderecha. Todo aparece nítido en ese instante, sin necesidad de explicaciones jurídicas, debates parlamentarios ni controversias periodísticas. Ella no quería ser besada, él le estampó sus labios sujetándole la cabeza; ella dijo después que no fue consentido, mientras él insistía en el piquito. Una foto, mil palabras ahorradas, esta vez sí.
Fútbol femenino y feminista
Otro detalle de la foto que no pasa desapercibido: la equipación que viste la agredida, y el tiempo y lugar en que todo sucede. Una futbolista, una final de un mundial, un palco de autoridades en un estadio. El fútbol como contexto tan significado que se convierte en el texto mismo. El fútbol como uno de los últimos reductos del machismo en su desigualdad hacia las mujeres futbolistas, en sus costumbres todavía reflejo de una cierta idea -declinante- de masculinidad, en su homofobia y sus armarios cerrados, en sus cánticos de estadio, en sus insultos recurrentes a mujeres cuando arbitran o entrenan. En el silencio estruendoso de tantos profesionales durante demasiados días tras la agresión a una compañera. El fútbol decadente de los últimos tiempos, entregado al dinero venga de donde venga, lo mismo de países represores de los derechos humanos que de fabricantes de ludópatas; el fútbol al que se le van los jugadores, no ya solo las viejas glorias, a ligas exóticas sin prestigio pero con más dinero.
A ese fútbol agotado y acobardado, que va perdiendo el interés del público, se le enfrenta de pronto el pujante fútbol femenino que viene a recuperar las esencias del deporte, que reconcilia a las y los aficionados, que defiende sus derechos colectiva y solidariamente, que no tiene miedo a hablar de asuntos políticos, que estos días demuestra que es fútbol femenino y también feminista porque sus jóvenes jugadoras representan este nuevo tiempo, y no callan. Que se defienden juntas, en equipo y con un sindicato detrás.
Decisivo que una agresión como esta, y la respuesta posterior, se den en el ámbito del fútbol, con su gigantesca repercusión social, su condición de escuela de valores para los más jóvenes y de legitimación de comportamientos. Puede tener una gran fuerza pedagógica en materia de igualdad, y hacer que muchos de esos hombres, aficionados y jugadores, que en un primer momento no vieron nada anormal en el “beso”, se cuestionen algunas de sus convicciones y seguridades, y sean más permeables al nuevo lenguaje igualitario. Habrá también quienes, como Rubiales y sus palmeros, se resistan, se reafirmen en su victimismo y resentimiento, pero estarán cada vez más solos, comprobarán que son menos.
El país que somos
Otro detalle de la foto que no se nos escapa, y que le da más fuerza a la imagen: los colores de la camiseta que viste Jenni Hermoso. La selección española. El palco con la reina al lado. La escena de agresión va acompañada de bandera, escudo e himno. Somos nosotras, nosotros; es el país que somos. El país que por unas horas nos avergonzó profundamente, el país en el que sigue habiendo Rubiales en puestos de poder, el país señalado por medio mundo con la misma vergüenza que sentimos la mayoría.
El país que de inmediato responde, que aúna voces de condena al agresor y de solidaridad con la agredida; el país cuyos gobernantes no se ponen de perfil, el país cuya clase política se coloca mayoritariamente del lado de la víctima; el país donde la práctica totalidad de medios de comunicación, algunos con decisión y otros arrastrando los pies, rechazan el no-beso, el anti-beso, y exigen la dimisión del agresor. Un país que ha cambiado, que es capaz de sacudirse inercias del pasado, que tiene nuevas generaciones educadas por el feminismo, que no deja pasar ni una sola agresión, que no tolera a un Rubiales en un cargo público ni un minuto más. Un país que da ejemplo en el mundo. Un país cada vez más feminista. Un país del que sentirnos, sí, orgullosos, doblemente orgullosos tras la victoria en el mundial.
Si pudiésemos ampliar la foto no solo espacial sino también temporalmente, veríamos cómo la imagen se proyecta hacia el futuro: el no-beso, la agresión de Rubiales a Jenni Hermoso, acompañará a toda una generación, la de mis hijas, que cuando un día sean acorraladas, sujetadas y golpeadas con un no-beso, recordarán a aquella futbolista valiente y la manera en que fue acompañada y respaldada por tantas mujeres, y no se sentirán solas, no callarán.
No la dejarán de ver tampoco, tendrán la foto también muy presente, los Rubiales que en el futuro pretendan acorralar, sujetar y golpear con un no-beso a una mujer. Recordarán cómo cayó aquel impresentable presidente de la Federación, el del piquito, y se lo pensarán dos veces antes de adelantar las manos y el cuerpo contra quien no ha consentido.
La foto de la vergüenza que era en un primer momento, se ha resignificado con fuerza en las horas posteriores y hoy es la foto de un triunfo doble: el de la selección española, y el del feminismo sobre los Rubiales. Gracias.
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