¿Se parecen la COVID-19 y la gripe?
Desde que se inició la pandemia actual de la COVID-19 se ha vuelto la mirada hacia la grave crisis sanitaria de 1918-1919 producida por la gripe, tratando de buscar similitudes entre ambos episodios que ayuden a comprender mejor lo que está sucediendo e iluminen sobre su evolución futura.
Similitudes entre la gripe de 1918 y de la COVID-19
Se ha relacionado el surgimiento de la pandemia de gripe de 1918-1919 con la compleja coyuntura histórica presente. Aquella combinó el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y su impacto con la gran crisis económica y social registrada, de la que no escaparon ni los países que tomaron parte en la contienda ni los que no lo hicieron, como fue el caso de España.
Ligado al conflicto bélico hubo un gran desplazamiento de la población militar, pero también de la civil, que estuvieron expuestas al hacinamiento, la falta de higiene y a una alimentación precaria, como consecuencia de su escasez y carestía. Estos elementos contribuyeron a la expansión de la gripe y a su mayor gravedad. Las condiciones de las trincheras y la exposición de los soldados a sustancias tóxicas, como el gas mostaza, fueron también agravantes.
De hecho, la mayor virulencia del brote del otoño de 1918 con respecto al de la primavera ha sido atribuida por algunos científicos a la acción mutagénica de ese gas sobre el virus, aunque para otros estaría en conexión con la presencia de granjas de aves hacinadas en las cercanías de campamentos militares próximos al Canal de la Mancha. Ambas propuestas remiten al papel importante de las transformaciones del entorno en las crisis sanitarias y la segunda al de los animales en el desarrollo de las enfermedades víricas, factores que también han sido invocados como desencadenantes de la actual pandemia.
Aunque nuestro contexto actual sea diferente del correspondiente al bienio 1918-1919, compartimos también otros de los elementos comentados, como la gran movilidad de la población mundial por trabajo, ocio o buscando unas mejores condiciones de vida que en el país de origen.
Además, el hacinamiento es una condición muy presente. No solo ocurre entre las personas vulnerables, con pocos recursos y dificultad para acceder a una vivienda con las mínimas condiciones higiénicas, sino que es también fruto de nuestra sociedad actual, que ha privilegiado el desarrollo de ciudades enormes, que exige grandes desplazamientos diarios de la ciudadanía en un transporte colectivo insuficiente y saturado, con lo que se facilita la proliferación de enfermedades de transmisión respiratoria, como la gripe o la COVID-19.
Aún hay más similitudes derivadas de los efectos de la globalización, la generalización del neoliberalismo, el capitalismo sin control y el negativo impacto de la grave crisis económica de 2008, que han acentuado las desigualdades socioeconómicas, empeorado las condiciones de trabajo y la vulnerabilidad de la ciudadanía, han facilitado un incremento de la contaminación ambiental y acciones sobre el entorno más agresivo, que facilita la cercanía humana con animales que actúan como reservorios y/o transmisores de virus patógenos para el ser humano.
Paralelamente y ligado a lo anterior, se ha seguido adelgazando el sector público a nivel mundial, con un fuerte impacto negativo en el ámbito de la salud y la protección social, que ha adquirido y posee gran relevancia para enfrentarse a la actual pandemia.
De modo que, al igual que en 1918-1919, han faltado recursos sanitarios –personal, infraestructuras y equipamientos– en los sistemas sanitarios existentes, no solo por el aumento de la demanda, sino por su escasez mantenida en el tiempo que impide una buena atención en el día a día, sin que haya una situación de crisis.
Y las diferencias
Junto a estas similitudes se identifican diferencias relativas a las razones que pueden explicar esas deficiencias sanitarias. En 1918, en los países participantes en la guerra mundial, estuvieron relacionadas con la necesidad de mover y destinar parte de los recursos sanitarios para hacer frente a las patologías y accidentes del conflicto bélico, y, en España, que no participaba, se debió al retraso sanitario y penuria económica existentes.
Sin embargo, más de cien años después, las insuficiencias presentes no son explicables de igual modo, sino una consecuencia de la falta de inversión en la sanidad pública (infraestructuras, equipamiento y, sobre todo, personal) mantenida. Esta situación es especialmente grave cuando hoy sabemos lo importante que es disponer de una atención primaria bien dotada o el relevante papel de los epidemiólogos, y seguimos desatendiéndola después de la enseñanza que nos brindó la pandemia de gripe de 2009-2010.
En lugar de reforzar nuestros sistemas sanitarios públicos o plantearnos actuar para reducir las desigualdades socio-económicas y mejorar las condiciones de vida y trabajo, se prioriza como recursos terapéutico y profiláctico poder contar respectivamente con un antiviral y una vacuna específicos contra el coronavirus, como se trató de hacer durante la pandemia de 1918-1919 sin éxito probado, pese a las variadas iniciativas desarrolladas, pero no fue posible fijar cuál era el agente etiológico de la gripe por el laboratorio, ni llegar a un consenso entre los científicos. No fue hasta 1933 cuando se aisló el primer virus de la gripe y no se contó con las primeras vacunas hasta la década siguiente, aunque sin posibilidad de proporcionar una inmunidad total y de por vida, por los constantes cambios que se producen en el virus.
Sin duda, como en 1918, hoy también es necesario mejorar nuestro conocimiento sobre el coronavirus y la COVID-19 y disponer de una vacuna efectiva para prevenirla, pero eso no es suficiente, como lo vieron algunos médicos españoles durante aquella pandemia, que consideraron que para evitar una nueva situación tan grave como la que estaban viviendo era preciso introducir mejoras en la calidad y disponibilidad de las viviendas, facilitar el acceso a los alimentos de primera necesidad en buenas condiciones, mejorar las condiciones laborales, llevar a cabo reformas sanitarias, elevar el nivel científico de nuestro país, introducir los seguros sociales o, al menos, el seguro obligatorio de enfermedad.
Las respuestas dadas durante la gripe de 1918-1919 y la Covid-19
Las similitudes en el cuadro clínico de ambas enfermedades víricas y los planes de preparación ante una pandemia puestos a punto por los distintos países tras la gripe aviar de finales del siglo XX han propiciado la utilización del modelo de respuesta ante la gripe para la COVID-19. Veamos en qué medida coinciden o se alejan las medidas planteadas con más de 100 años de distancia.
Si en 1918 la censura militar ocultó la presencia de gripe entre los soldados de los bandos contendientes durante el brote de la primavera, y sólo se admitió su existencia cuando España dio cuenta de la epidemia iniciada en mayo en Madrid, la aparición de la COVID-19 en China se silenció también inicialmente y se registraron tensiones entre las autoridades de Beijing y Wuhan por el reconocimiento de la crisis sanitaria y las medidas a adoptar. Dificultades para admitir la llegada de la COVID-19 a otros países han sido comunes.
Al igual que en 1918, se dispone de un conocimiento científico limitado sobre el coronavirus y sus efectos, tampoco se cuenta con una vacuna ni con un antiviral específicos. Sin embargo, sí se posee sistemas sanitarios estructurados y mayor número de recursos personales y materiales, aunque el reparto y el acceso sean desiguales.
Ahora bien, las medidas profilácticas principales empleadas están siendo básicamente las mismas que en 1918 y desde los tiempos de la peste, que comprenden: el aislamiento de las personas enfermas y de sus contactos, la cuarentena, el confinamiento, interrupción de las actividades colectivas (cierre de centros escolares, teatros, cines, partidos de fútbol y otras actividades deportivas, y cualquier evento multitudinario), el lavado de manos, las desinfecciones y el uso de mascarillas.
Y a nivel terapéutico el control de los síntomas, junto a las medidas de soporte, está siendo vital, aunque se han experimentado viejos y nuevos remedios como en 1918. Con la diferencia de que los países desarrollados cuentan actualmente con más cantidad de infraestructuras, personal sanitario especializado y recursos farmacológicos, que siguen siendo limitados para aquellos países más pobres.
Al igual que hace algo más de cien años, ha sido preciso construir o habilitar nuevos espacios de atención sanitaria, movilizar personal y equipamiento entre países o internamente, para atender un gran número de personas enfermas en un corto espacio de tiempo. También ha sido común la imposibilidad de atender todas las necesidades o de poder enterrar a la velocidad que se producían las muertes.
Diferencias sí se advierten respecto del grupo de edad más afectado. Si en 1918 fue la población adulta joven la más afectada, ahora el protagonismo lo han alcanzado las personas mayores y con patologías previas.
Entonces y ahora han sido comunes la escasez y carestía para la población de los alimentos frescos y de los recursos más demandados (medicamentos más utilizados, mascarillas o geles desinfectantes). Ahora, además, la deslocalización de la producción europea y la conversión de China en la fábrica del mundo han provocado la falta de los equipos de protección individual (EPI) o de respiradores mecánicos y una fuerte elevación de su precio en los momentos álgidos de la pandemia.
Paralelamente se ha mantenido una respuesta de la sociedad similar, marcada primero por la incredulidad para dar paso progresivamente al miedo y conductas de pánico que se acompañaron del acaparamiento de alimentos y otros recursos básicos, de la búsqueda del chivo expiatorio. Así, inicialmente se estigmatizó la población china y sus comercios, seguido posteriormente del rechazo de poblaciones de otros países, como el veto impuesto recientemente por Gran Bretaña a las personas que lleguen de España.
Las similitudes advertidas en los factores desencadenantes y las respuestas de ambas pandemias nos deberían animar a trabajar para corregir las desigualdades socio-económicas, reflexionar sobre los cambios a llevar a cabo para lograr la sostenibilidad de nuestra sociedad y un tipo de vida que evite nuevos episodios como la COVID-19, más que cifrar la solución solo en contar con una vacuna o un antiviral específicos. Desde luego que el desarrollo científico-médico y tecnológico es necesario, pero no suficiente para evitar catástrofes como la actual crisis sanitaria.
María Isabel Porras Gallo es catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Castilla- La Mancha.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.
1