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Cómo romper el silencio de los hombres que no son clientes de prostitución

Una manifestación por los derechos de las prostitutas.

Marta Borraz

“Tiene que hacer lo que ofrece. Da igual quién venga”. Santi, 19 años. “Las estoy probando de todos los colores y sabores”. Paco, 45 años. “La prostitución evita violaciones. Si los hombres no pueden consumir prostitución se verán forzados a violar a mujeres de verdad”. Jose, 34 años. Que los hombres que escuchan en sus entornos masculinos este tipo de comentarios sobre la prostitución intercedan y llamen la atención a sus autores. Es el objetivo de #SerPuteroNoMola, la campaña con la que Médicos del Mundo pretende poner el foco en el papel que juegan los hombres que no pagan dinero por sexo, pero sí son testigos de esta realidad.

“Todos los hombres nos hemos encontrado con que otros bromean, presumen o proponen acudir a prostitución. La reacción del resto, aunque no estén de acuerdo, es quedarse callados. Queremos animarles a que rompan el silencio”, explica Francisco Carrasco, director de Comunicación e Incidencia Política de la ONG, que se declara abolicionista. Son estos hombres, de hecho, una mayoría a la que “no queremos culpabilizar, sino concienciar”.

El estudio más reciente, de tres investigadores de la Universidad Pontificia Comillas, concluyó en base a 1.000 encuestas a hombres de entre 18 y 70 años que el 20,3% pagó por sexo en el último año. Las cifras oficiales, sin embargo, llevan años sin actualizarse. Según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre hábitos sexuales de la población, de 2003, 25,4% de los hombres había consumido prostitución alguna vez en su vida.

El resto, que escuchan habitualmente frases como las rescatadas por Médicos del Mundo de varios blogs y foros, “tienen un papel clave” incluso en los grupos de Whatsapp, donde “muchas veces se hacen chistes sobre prostitución”, señala la investigadora Beatriz Ranea. Para la socióloga, el consumo de prostitución está íntimamente relacionado con la socialización masculina, marcada por “la jerarquía de género, el poder y una serie de mandatos de la masculinidad que han de seguir para demostrar que son 'hombres de verdad”, reflexiona Ranea.

Comparte el análisis Silvia Pérez Freire, socióloga y docente de la Universidad de Vigo, que aclara que “no todos los hombres compran sexo”, pero sí “comparten una misma cultura en la que se es connivente con esa conducta y eso es lo que tiene que empezar a cambiar”. La coautora de El putero español (Editorial Catarata) apunta además al consumo de prostitución por parte de chicos jóvenes, aunque lamenta que no haya datos oficiales actualizados al respecto.

Cuestionar “la normalización” de la prostitución, sobre todo entre la juventud, es también un objetivo fundamental de Médicos del Mundo, que ha elegido el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, celebrado este 23 de septiembre, para visibilizar al máximo su campaña. “No podemos normalizar que los hombres se sientan con el derecho de acceder al cuerpo de las mujeres a cambio de dinero. No puede concebirse como un bien más de consumo”, incide Carrasco, que vincula la prostitución y la trata: “Sin una no existiría la otra”. Otras organizaciones, como Amnistía Internacional, reclaman diferenciar ambas realidades.

El perfil del cliente

Aunque no hay un perfil sociodemográfico concreto del cliente de prostitución, varias investigaciones han intentado detallar los diferentes tipos de clientes y los han clasificado en diferentes grupos. Así, el informe Explorando los motivos para pagar servicios sexuales desde las opiniones sobre la prostitución, publicado en 2018, catalogó a los usuarios en seis categorías en función de sus razones para pagar por mantener sexo.

La más numerosa, los llamados Funners –Ociosos– (24,1%), buscan ocio y diversión y acuden a la prostitución para pasárselo bien. Según las investigación, en este se incluyen grupos de jóvenes que pagan por sexo al final de una noche de fiesta como una forma de invertir su tiempo libre. La “experiencia grupal” también ha sido una de las tipologías frecuentes que se ha encontrado Beatriz Ranea en sus investigaciones: “Que haya otros hombres que propongan acudir a la prostitución y para demostrar que se es un hombre frente al grupo, hay que 'ir de putas' como hace el resto”, afirma.

Un 21,7% fue englobado en la categoría de los Thingers –Cosificadores–, que desean sexo sin implicación ni compromiso y conciben a las mujeres como instrumentos a su servicio. En tercer lugar, los Couple Seekers –Buscadores de pareja–, formada por un 21,7% de los hombres que recurren a servicios de prostitución. En este grupo, se integran aquellos que buscan sexo, pero también compañía e incluso una relación sentimental.

A los Riskers –Arriesgados– (19,8%) les atraen los comportamientos de riesgo asociados, consumen drogas o suelen pedir sexo sin protección, señala el estudio. En último lugar, los Personalizers –Personalizadores–, que representan al 12,6% de los clientes, y que serían aquellos que desean sexo con intimidad, pero también estar acompañados o ser escuchados.

La investigación señala que habría una sexta tipología formada por aquellos hombres que agreden a las mujeres, que recurren a la prostitución para ejercer violencia directa. Una realidad que también existe y que apenas se visibiliza ni se cifra. Según el informe El feminicidio en el sistema prostitucional del Estado español 2010-2015, elaborado a partir de publicaciones de medios de comunicación y sentencias, 22 mujeres que ejercían la prostitución fueron asesinadas por clientes durante ese lapso temporal.

En base a su experiencia, Ranea también ha entrevistado a muchos clientes que siguen viendo en la prostitución “la posibilidad de tener su primera experiencia sexual con mujeres”, a otros que quieren “probar” –palabra utilizada por ellos mismos– “mujeres con diferentes características físicas, orígenes o prácticas sexuales”, tal y como ejemplifica una de las frases recogidas por Médicos del Mundo –“Las estoy probando de todos los colores y sabores”–. Para Ranea, en el fondo, existe “un poder de decisión” de los hombres, es decir, pagan para decidir “cómo, dónde, cuándo y con quién”.

“Y esto no quiere decir que las mujeres en prostitución vayan a decir a todo que sí, pero ellos pagan esperando eso”, explica. Algo que provoca que “cuando las mujeres en prostitución ponen límites, las experiencias no son del todo satisfactorias” porque “esperan límites fuera de la prostitución, no dentro”. “Los límites que ponen las mujeres fuera de la prostitución se traspasan mediante el uso de la violencia explícita o la intimidación y a nivel social, hemos conseguido nombrarlo como violencia sexual”.

Sin embargo, el debate sobre qué hacer con los clientes de prostitución está todavía abierto. Las posiciones abolicionistas apuestan por establecer un sistema de multas y convertir el consumo de sexo por dinero en un delito. Algo con lo que actual Gobierno en funciones se ha mostrado de acuerdo y que el PSOE incluyó en el programa para las elecciones generales del pasado mes de abril.

En el otro lado, las voces regulacionistas y, en muchos casos, las propias prostitutas declinan esta opción por considerar que acabaría desplazando la actividad con el consiguiente riesgo de que se ejerza en lugares ocultos.

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