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La visión médica del cannabis

Plantas de marihuana.

Esther Samper

La planta Cannabis sativa es una vieja conocida del ser humano. Un libro chino publicado en el año 100 recogía supuestas propiedades medicinales del cannabis que se remontan hasta al año 2.727 a. C. En este texto, el emperador chino Shen-Nung promulgaba con entusiasmo los beneficios terapéuticos del cannabis como si se tratara de un antiguo bálsamo de Fierabrás. Aconsejaba el uso medicinal del cannabis para nada menos que más de 100 enfermedades diferentes (desde el estreñimiento hasta la gota, pasando por la malaria y el reumatismo).

Con el paso de miles de años, este vegetal fue distribuyéndose desde el lejano oriente hasta el resto del mundo. En la actualidad, el cannabis (más conocido como marihuana) es la droga psicoactiva ilegal más extendida del mundo para fines mayoritariamente recreativos y, en mucha menor medida, para fines terapéuticos. De hecho, en una reciente encuesta llevada a cabo en nuestro país, uno de cada tres españoles reconocía haber probado la marihuana al menos alguna vez en la vida. Según otra encuesta del Ministerio de Sanidad, un 7,3% de los españoles declaraba haber consumido marihuana en el último mes. Además, el Observatorio Español del Cannabis Medicinal estimaba que entre 50.000 y 100.000 de los consumidores lo son por fines terapéuticos.

El cannabis se trata de una planta muy compleja, pues contiene más de 500 compuestos químicos diferentes. Más de 150 de ellos son compuestos cannabinoides que tienen efectos específicos en el cerebro humano, al actuar sobre ciertos receptores (también llamados cannabinoides). Las dos principales moléculas que provocan los efectos típicos del cannabis (y sus drogas derivadas) son el tetrahidrocannabinol (THC) y, con un papel más secundario, el cannabidiol (CBD).

Estas moléculas se encuentran en su forma ácida en la planta y, en esas condiciones, no provocan efectos sobre el cuerpo humano. Es obligatorio calentar estos compuestos previamente para que su estructura química cambie ligeramente y actúen así sobre el cerebro humano. Por otra parte, tanto el THC como el CBD son muy solubles en grasa y se disuelven muy mal en agua. Esta propiedad química lleva a que, además de tener una afinidad especial por el cerebro (donde hay un porcentaje elevado de grasa) también se desplacen al tejido graso de las personas.

Así, alrededor de un 10% de estos cannabinoides van al cerebro y un 90% al tejido adiposo donde, además, se acumulan. Precisamente es esta acumulación en el tejido graso lo que lleva a que el THC y el CBD estén aún presentes en el organismo durante días/semanas incluso tras un uso puntual de cannabis. Por tanto, a diferencia de otras muchas drogas, la vida media de estos cannabinoides en el cuerpo humano es considerablemente larga.

Los efectos psicoactivos característicos de la marihuana se deben principalmente a los cambios que provoca sobre las neuronas del sistema endocannabinoide. Este sistema está implicado en la regulación de multitud de funciones (memoria, apetito, dolor, sueño, temperatura corporal, respuesta al estrés…). Lo que hacen moléculas como el THC y el CBD es funcionar como si fueran neurotransmisores cannabinoides presentes de forma natural en nuestros cerebros (la anandamida y la 2-AG) debido a similitudes en sus estructuras moleculares. Así, tanto el THC como el CBD se unen a los receptores a los que normalmente se unen nuestros propios neurotransmisores, sustituyendo su función y provocando diversos efectos. Aun así, el principal efecto del CBD está mediado por el incremento del 2-AG, ya que su afinidad por los receptores cannabinoides es baja y no se considera una molécula psicoactiva.

Además de las acciones de estas moléculas sobre el sistema endocannabinoide, también se produce una estimulación del sistema de recompensa cerebral (que nos aporta placer y bienestar) de forma indirecta. Se incrementa la liberación de dopamina mediante el bloqueo de la liberación de un neurotransmisor que inhibe la liberación de la dopamina, el GABA. Es esta estimulación del sistema de recompensa más la unión a los receptores cannabinoides (por la acción del THC, principalmente) lo que provoca el típico “colocón”, en el que se experimenta euforia y bienestar, además de otros efectos típicos que se explicarán con más detalle más adelante.

Las barreras en la investigación médica del cannabis

A pesar de que el ser humano ha cultivado y consumido cannabis durante miles y miles de años, la investigación científica de sus moléculas psicoactivas y sus propiedades farmacológicas comenzó muy tarde, concretamente a finales del siglo XIX. Por otra parte, la ilegalización generalizada del cannabis en múltiples partes del mundo en los años 30 del siglo pasado fue y sigue siendo un gran obstáculo para su investigación científica.

Los investigadores en este campo se enfrentaron y se enfrentan a multitud de trabas administrativas, financieras, legales y políticas originadas por el carácter ilegal del cannabis. Como consecuencia, los conocimientos sobre los efectos del cannabis, tanto adversos como terapéuticos, son muy limitados con respecto a otras drogas debido a las trabas impuestas durante casi un siglo. De hecho, no hace ni 30 años que se descubrió el sistema endocannabinoide presente en los mamíferos (y, entre ellos, los seres humanos). Así pues, en la actualidad, existen multitud de detalles desconocidos acerca del cannabis y sus efectos sobre la salud humana.

La investigación médica del cannabis ha sufrido un peculiar círculo vicioso. Hasta hace muy poco, dado que las autoridades sanitarias como la Organización Mundial de la Salud (OMS) no disponían de suficientes evidencias científicas sobre los efectos adversos y terapéuticos del cannabis, estas no recomendaban la eliminación de la marihuana de la lista de drogas más peligrosas. A su vez, como se consideraba una droga peligrosa, las investigaciones científicas estaban llenas de impedimentos y limitaciones, que retrasaban considerablemente, a su vez, la obtención de nuevos conocimientos que pudieran aclarar la peligrosidad real de la marihuana.

Sin embargo, parece que este panorama está cambiando. Recientemente, la OMS ha anunciado una recomendación a los gobiernos para sacar a los cannabinoides THC y CBD de la lista de drogas más peligrosas (donde se encuentran otras como la heroína o el fentanilo). Además, respalda el “potencial terapéutico” de los preparados de cannabis para diferentes enfermedades y establece que el cannabis debe fiscalizarse para que se evite los daños causados por su consumo y, al mismo tiempo, no se creen barreras para el acceso y la investigación para su uso medicinal.

El lado recreativo del cannabis

El cannabis con fines recreativos se consume principalmente de tres formas: Como marihuana (hojas secas y flores), como hachís (preparado de resina) o como aceite de hachís (destilación de la planta). Cada uno de estos preparados tiene una concentración muy diferente de THC y CBD, siendo la marihuana el de menor concentración, el hachís con una concentración intermedia y el aceite de hachís con una concentración mucho más elevada. Además, el cannabis puede consumirse principalmente ingerida junto alimentos (mantequilla, galletas, bizcochos…) o inhalada mediante vaporización o combustión (fumada).

Es difícil establecer los riesgos específicos para la salud del cannabis para cada persona. ¿La razón? Los efectos dependen de múltiples factores: los hábitos y la forma de consumo, la concentración y el balance entre el THC y CBD, la edad y las características de la persona… Por un lado, cada planta de cannabis puede presentar concentraciones de THC y CBD muy diferentes que son determinantes en los efectos producidos en el cerebro. Por otro lado, cada persona tiene una predisposición diferente al cannabis que da como resultado patrones de absorción y efectos producidos muy distintos.

A nivel recreativo, los productores de cannabis han incrementado progresivamente la concentración de THC en sus cultivos. La explicación es bien sencilla, el THC es la molécula principal que provoca el subidón y el colocón. Por tanto, la población consumidora ha preferido esta molécula frente a otras como el CBD que no provoca estos síntomas, sino que es relajante. Sin embargo, un nivel elevado de THC con respecto al CBD incrementa también el riesgo de efectos negativos para la salud. Debido a ello, las plantas más seguras para consumir son aquellas que tienen concentraciones balanceadas de THC y CBD.

Los efectos agudos agradables y típicos del cannabis sobre el ser humano son, además de la euforia y la sensación de bienestar, la estimulación del apetito y del sueño, el alivio del dolor, la relajación y disminución del estrés y el incremento de la percepción de los sentidos.

En ocasiones y según la persona, pueden aparecer efectos neutrales como alucinaciones visuales, alteración en la percepción del tiempo, cambios en el estado de la conciencia, lentitud o pensamiento acelerado. Además, también pueden aparecer efectos negativos o desagradables, lo que se considera un “mal viaje”. Durante un mal viaje se puede experimentar ansiedad y ataques de pánico (entre un 20 y 30% de los usuarios lo han experimentado tras fumar cannabis), mareos, agitación, problemas de coordinación motora y equilibrio, pensamientos paranoides u obsesivos y confusión.

Sobre los potenciales efectos adversos del cannabis sobre la salud humana, es necesario aclarar que la cantidad de evidencias científicas disponibles y de consenso entre los investigadores para cada uno de estos efectos es muy diferente. Por ello, es recomendable desglosarlos según el nivel de pruebas existentes.

Niveles de evidencia científica

Elevado nivel de evidencias científicas:

Afectación de la concentración y la memoria a corto plazo

  • Deterioro del sueño.
  • Dependencia / adicción (aproximadamente en el 10% de los consumidores).
  • Síndrome de abstinencia.
  • Desencadenante de episodios psicóticos.

Nivel intermedio de evidencias científicas:

  • Peso reducido de los bebés por el consumo de cannabis durante el embarazo.
  • Incremento del riesgo de padecer ansiedad.
  • Empeoramiento de enfermedades pulmonares previas como el asma, la enfermedad pulmonar obstructiva o la fibrosis quística (cannabis fumado).
  • Cáncer de pulmón (elevado consumo de cannabis fumado).

Controversia científica, nivel bajo de evidencias científicas (correlación sin demostración de causalidad):

  • Síndrome desmotivacional (desinterés en tareas productivas, conductas depresivas, pérdida de energía y motivación, falta de higiene).
  • “Puerta de entrada” a otras drogas.
  • Desarrollo de anomalías en fetos durante el embarazo.
  • Incremento del riesgo de padecer depresión o esquizofrenia.
  • Incremento del riesgo de suicidios.
  • Deterioro de las capacidades cognitivas (consumo en adolescentes).

En contexto con otras drogas

Todas las drogas tienen potenciales riesgos para la salud humana. Sin embargo, el grado de peligrosidad que posee cada una de ellas es muy diferente. A menudo, se suele pensar que las drogas legales (alcohol y tabaco) son más seguras por su aceptación legal y social. Nada más lejos de la realidad.

La marihuana, droga ilegal, es menos adictiva que el alcohol y el tabaco. Frente al 10% de las personas consumidoras que se vuelven adictas al cannabis, un 15% se vuelve adicta al alcohol y un 32% al tabaco. Además, no se han registrado sobredosis mortales por consumo de marihuana, cosa que sí ocurre con otras drogas como el alcohol. Por otro lado, los daños físicos asociados al tabaco (principalmente cáncer de pulmón e incremento del riesgo de enfermedades cardiovasculares) y al alcohol (principalmente enfermedades hepáticas e incremento del riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer) son también considerablemente mayores que los daños conocidos asociados al cannabis.

Ahora bien, también hay que tener en cuenta que son mucho mejor conocidos los efectos sobre la salud del alcohol y el tabaco comparado con el cannabis porque estas drogas legales cuentan con un volumen de estudios científicos a sus espaldas considerablemente mayor.

El lado medicinal del cannabis

Existen tres generaciones diferentes de medicamentos basados en el cannabis.

Primera generación: preparaciones de THC puro (Marinol) o de un análogo sintético del THC llamado nabilona (Cesamet). Segunda generación: medicamento con un balance controlado de THC/CBD (Sativex) que se administra en la boca mediante aerosol. Tercera generación: Cannabis vaporizado o en aceite a partir de plantas con ratios de THC/CBD controlados. Cada una de estas generaciones cuenta con ventajas y desventajas y la elección debe adaptarse al paciente y sus circunstancias.

Cuando se habla sobre las propiedades terapéuticas del cannabis en los medios de comunicación se tiende a la exageración. En realidad, si hay algo claro es este asunto es que sabemos muy poco y desconocemos mucho. De nuevo, el reducido número de estudios clínicos en este campo es el culpable de ello. Sin embargo, sí que existen en la actualidad ciertas aplicaciones terapéuticas respaldas hasta cierto punto por ensayos clínicos, que son, en general pocos, y no precisamente de elevada calidad.

En el campo de la neurología, se han demostrado beneficios del cannabis para el tratamiento de los espasmos musculares y el dolor en la esclerosis múltiple y para la inhibición de convulsiones en casos de epilepsias infantiles. En el área de la oncología, el cannabis puede ser útil para el tratamiento del dolor oncológico, para evitar las náuseas y vómitos desencadenados por la quimioterapia y para la estimulación del apetito en casos de pérdida de apetito y peso debido al cáncer… Y ya está.

Además, hay que tener en cuenta que el cannabis no es la panacea en las aplicaciones anteriormente comentadas. Existen fármacos usados de rutina que suelen ser más efectivos para el tratamiento de dichos problemas de salud. Así, el cannabis se presentaría como una opción más de tratamiento cuando las opciones estándar no han sido efectivas o no son toleradas por el paciente.

Muchos medios han difundido que el cannabis puede ser útil para el tratamiento del dolor crónico y neuropático. Una reciente revisión de los ensayos clínicos realizados en este tema mostraba que los potenciales beneficios de los medicamentos basados en cannabis eran inferiores a los efectos adversos provocados. Pese a todo, se encontró que una minoría de los pacientes sí que experimentaba alivios sustanciales de su dolor sin efectos adversos clínicamente relevantes.

En la actualidad, se están realizando ensayos clínicos y preclínicos que están valorando la utilidad del cannabis para el tratamiento de múltiples problemas de salud: enfermedades autoinmunes, trastorno del espectro autista, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, enfermedad de Crohn, trastornos por consumo de otras drogas, artrosis, enfermedad de Alzheimer, fibromialgia… y un largo etcétera.

La previsible eliminación de las barreras en la investigación médica del cannabis en los próximos años acelerará el conocimiento científico y aportarán mayor rigor a nuestra perspectiva sobre los riesgos y beneficios reales de la marihuana. Así, por fin, podremos conocer con mucha mayor profundidad una droga con una gran carga ideológica que ha sido tanto demonizada por sus detractores como idealizada por sus defensores.

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