Así fue el megaterremoto de Chile que cambió el eje terrestre, generó numerosos tsunamis y despertó a un volcán

El terremoto principal del 22 de mayo tuvo una magnitud de 9,5, desplazó el eje terrestre, acortó la duración del día y provocó una destrucción que se extendió a través de miles de kilómetros

Héctor Farrés

22 de mayo de 2025 14:00 h

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La ola avanzó miles de kilómetros sin frenar. En Japón arrasó más de 1.600 casas. En Filipinas dejó decenas de muertos y desaparecidos. En Hawái los mareógrafos no daban abasto y el agua doblaba postes de acero. Había cruzado el Pacífico entero, empujada por una fuerza descomunal que se había desatado a más de 10.000 kilómetros, en la costa sur de Chile.

Allí, solo unas horas antes, el suelo se había quebrado con una violencia nunca antes medida. El reloj marcaba las 15:11 del 22 de mayo de 1960. Ese día, según el geofísico Richard Aster, se liberó una cuarta parte de toda la energía sísmica acumulada en el planeta durante el siglo XX.

Lo que ocurrió ese día todavía se estudia como referencia extrema. La ruptura de la placa de Nazca a lo largo de casi mil kilómetros generó un terremoto de magnitud 9,5, el mayor registrado instrumentalmente en la historia.

Un temblor que rompió todos los registros conocidos

La energía liberada equivalía a la detonación de 20.000 bombas como la de Hiroshima y el deslizamiento de falla alcanzó los 20 metros, algo que, según los científicos, se aproxima al límite de energía que el planeta puede soportar en un evento sísmico. Fue tan colosal que desplazó el eje terrestre y acortó el día en 1,26 microsegundos.

Las cifras hablan por sí solas: más de dos millones de personas quedaron sin hogar, miles murieron y otras tantas resultaron heridas, en una cadena de destrucción que se extendió por tierra, mar y aire. Valdivia quedó en ruinas. Pero antes, hubo otro epicentro.

A las seis de la mañana del 21 de mayo, cuando todavía no se habían encendido las radios ni abierto los periódicos, Concepción fue sacudida por un primer temblor que alcanzó los 7,25 grados. Era solo el inicio. Durante las siguientes dos semanas se registraron al menos nueve grandes terremotos entre el centro y el sur del país. El más violento llegó al día siguiente, justo cuando parecía que lo peor había pasado. En cuestión de segundos, el suelo se abrió bajo Valdivia. Solo quince minutos antes de ese último gran sismo, otro terremoto de magnitud 7,8 había sacudido la zona, completando una secuencia sísmica sin precedentes.

El tsunami generado por el sismo cruzó el Pacífico arrasando ciudades en Chile, Hawái y Japón

La ruptura submarina, a 60 kilómetros de profundidad, provocó una elevación de la corteza que a su vez desplazó millones de toneladas de agua. Lo que parecía una retirada tranquila del mar fue, en realidad, el aviso más peligroso. Minutos después, una ola gigantesca arrasó Puerto Saavedra, Queule y Corral. En este último, los remolcadores y barcos mercantes quedaron varados tierra adentro. El Carlos Haverbeck, el Prat y el Covadonga desaparecieron en medio del lodo y los escombros. La fuerza del agua fue tal que varias embarcaciones terminaron en el interior de la ciudad. La ciudad de Hilo, en Hawái, registró olas de diez metros que mataron a 61 personas, y en Japón, en la localidad de Shizugawa, murieron 41 más y se dañaron 50.000 edificios.

Entre los efectos colaterales más graves estuvo el bloqueo del desagüe del lago Riñihue, provocado por tres deslizamientos de tierra. Durante semanas se temió que Valdivia quedara completamente inundada. Para contener esa amenaza, se movilizaron operarios, ingenieros y soldados que trabajaron bajo presión constante. El ingeniero Raúl Sáez lideró el operativo. Leopoldo Castedo definió esa labor como la hazaña del Riñihue.

Fue uno de los pocos momentos en los que el país pudo celebrar algo. El taponamiento superó los 24 metros de altura y retuvo miles de millones de litros de agua. Tras dos meses de trabajo, se excavó un canal para evitar una nueva catástrofe río abajo.

Mientras tanto, en otras regiones, los daños eran ya irreparables. En Concepción se calculó que 2.000 casas quedaron destruidas. En Talcahuano se dañó el 90% del casco urbano. En Ancud, el agua llegó hasta la Plaza de Armas. Y en Puerto Montt, la población Modelo recién inaugurada fue arrasada por completo. Allí murieron treinta personas. El suministro de agua, luz y transporte quedó interrumpido durante días. La vía férrea se hundió, los puentes colapsaron, y el muelle de Angelmó desapareció. En Corral, donde se ubicaba el puerto más antiguo del país, cayeron 1.200 casas. En total, se estima que fueron arrasadas 40 ciudades y cientos de poblaciones.

Cuando parecía que nada más podía pasar, el volcán también despertó

A nivel geológico, el sismo se estudió con técnicas avanzadas que incluyeron la inversión de datos geodésicos y registros de tsunamis. La investigación más reciente, realizada mediante un sistema de doble inversión, estimó que el deslizamiento se extendió por 800 kilómetros de largo y unos 150 de ancho. Según los análisis publicados, “el resultado para los datos reales muestra una ruptura de unos 800 km con tres zonas de alta fricción”.

Estas concentraciones explican los elevados tsunamis observados incluso en zonas remotas del océano. Aquel terremoto, además, ayudó a confirmar la teoría de la tectónica de placas en 1968, cuando los estudios sobre la falla descubierta en Chile demostraron cómo una placa oceánica podía introducirse bajo un continente.

En ciudades como Talcahuano, Puerto Montt o Ancud, el agua y los temblores destruyeron viviendas, colapsaron infraestructuras y paralizaron servicios básicos

En paralelo a los temblores y las olas, se produjo un tercer fenómeno que completó el desastre: la erupción del volcán Cordón Caulle. Dos días después del gran terremoto, el macizo, inactivo durante casi cuatro décadas, expulsó cenizas y lava como reacción al cambio de presiones bajo tierra.

Chile vivía, en apenas 48 horas, un sismo, un maremoto y una erupción volcánica. La secuencia, inédita, marcó un antes y un después en la historia del país. Los científicos no tardaron en vincular los fenómenos, y los dieciocho cráteres activos del Cordón Caulle arrojaron lava durante semanas.

La reconstrucción fue larga. El impacto económico obligó a redirigir recursos del presupuesto nacional, y buena parte de las infraestructuras debieron ser levantadas desde cero. A más de 60 años del desastre, los efectos aún están presentes en la memoria de todo el país, en la configuración del paisaje y en los estudios científicos que siguen encontrando nuevas claves para entender lo que pasó aquel 22 de mayo de 1960. El terremoto cambió para siempre la forma en que Chile —y el mundo— comprendían los sismos. Dio pie a nuevas leyes de edificación, impulsó sistemas de alerta internacionales y revolucionó la sismología moderna.

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