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Hiperconectados a la red, ¿adictos o comunicadores del futuro?

Lucía Taboada \ Foto: Alejandro Navarro Bustamante

Mónica Zas Marcos

Todas las etapas de la historia se podrían medir por generaciones, como una suerte imprecisa de cómputo temporal. Hemos presenciado durante años las rivalidades de los literatos con sus sucesores y estudiado las corrientes artísticas de aquellos jóvenes, primero locos y luego genios clarividentes. Rendimos pleitesía a Martin Luther King, Andy Warhol o Jimmy Hendrix, líderes de la Generación Silenciosa. Y rememoramos el París de principios de siglo buscando a la Generación Perdida. Incluso ahora, en España, protagonizamos nuestra propia versión precaria conocida como la generación mileurista.

Pero los que se rascan los bolsillos no llegarán a despuntar en los anales por culpa de una prole mucho más atractiva. La Generación Z, con nombre de patrulla de superhéroes, llega para poner patas arriba los estudios de mercado y convertirse en el nuevo target de Silicon Valley. Hasta hace poco menos de una década, los grandes gurús de la tecnología vivían por y para la millennial generationun grupo que ahora canta a sabor añejo y nostalgia de los '90. Este aire de obsolescencia lo explica de forma muy referencial el New York Times en su reportaje 'Move Over, Millennials, Here Comes Generation Z'Move Over, Millennials, Here Comes Generation Z. “Hannah Horvath, de Girls, sería el arquetipo millennial: nacida en los 80, egocéntrica, dependiente, económicamente inestable y con unas expectativas ensoñadoras de trabajo que chocan frontalmente con el mundo real. En cambio, Alex Dunphy, de Modern Family, es un verdadero Gen-Z: concienzuda, trabajadora, un poco ansiosa y obsesionada con el futuro”.

La diferencia entre los individuos de esta era cibernética radica en que los primeros cambiaron el Nokia 3210 por un smartphone y los segundos nacen directamente con una pantalla táctil pegada a la mano. Pero si les preguntasen, tanto Millennials como Gen-Z afirmarían encontrarse “en una relación estable con Internet”. La periodista Lucía Taboada prefiere deshacerse de términos futuristas y llamar a estas generaciones #Hiperconectados. En su nuevo manual, editado por Planeta de Libros, la elocuente tuitera abandona su elemento para descubrir las bondades y los demonios de las redes sociales más influyentes.

Si en lo que terminas de leer este artículo, el globo terráqueo de tu Facebook se queda en números rojos, un pájaro azul invade tu pantalla con el último tweet de Norcoreano, tu ansiedad aumenta al ritmo de la bandeja de entrada del Gmail, o el único palpitar que oyes es el de los corazones naranjas de tu Instagram, has llegado al lugar oportuno. Tú también eres un #hiperconectado.

Problemas del primer mundo 

Lucía llevaba años haciéndonos reír con una mezcla de humor costumbrista y bofetón de realidad desde su cuenta de Twitter. Allí, confesaba en clave personal esos miedos del primer mundo ante los que hemos sucumbido todos alguna vez. Mudarse y estar una semana robando el wifi al vecino, salir a la calle sin cargador y rascando las últimas rayas de batería o dar un 'Me gusta' accidental a una foto de tu ex.

En estas frívolas naderías, los expertos reconocen algunos síntomas para diagnosticar los graves problemas sociales del presente. La “wikialidad”, el “vértigo Facebook”, las “heterografías” (el mayor enemigo de la RAE) o el “exhibicionismo virtual”. Taboada recopila estas patologías en algunas páginas de su libro para, lejos de alimentar hipocondrías, hacer un llamado a la tranquilidad. “Estar hiperconectado no engloba esa visión apocalíptica donde la gente deja de hablarse por culpa de los móviles. Ni debemos esperar la destrucción de la humanidad por culpa de Internet”, afirma delante de un té y de su móvil.

Nos estamos rindiendo ante lo visual. Las aplicaciones con abanicos de filtros y los accesorios para convertir las fotos en una manualidad cada vez cuentan con más adeptos. Lucía se confiesa criatura de Twitter, y vaya si lo es. Sin embargo, la retina humana está preparada para rendirse ante los estímulos estéticos en todo tipo de soporte, incluido (especialmente) el papel. Por eso #Hiperconectados cuenta con las simpáticas ilustraciones y viñetas de Ester Córcoles, integrante de Las Rayadas y hermana de Moderna de Pueblo.

Es un libro mimético que explica los inicios de las redes sociales o de “la era del fin de la privacidad”, como la describió el creador de Facebook. Todas estas transiciones se han dado en un periodo de tiempo récord que hace sudar hasta al mayor de los profetas. Lo que hoy es la aplicación de moda, mañana puede ser el olvido más sangrante del cementerio de la Play Store. Tras mucho documentarse, Taboada tiene claro cuál es la gran triunfadora del momento. “Ahora mismo Snapchat refleja un cambio de tendencia y socialmente se identifica con la dominación de la generación más joven. Tiene ese concepto de inmediatez y ‘privacidad’ que a los adolescentes les encanta. Yo me lo hice para escribir el libro y me perdí muchísimo, ¿qué locura es esta? ¿Quién me sigue, dónde están mis amigos, qué hago con mi cara?”.

Toda red social ha tenido sus años fastos y, como en la vida, nos rendiremos ante el evidente ‘renovarse o morir’. Además, ahora cuentan con el glitch de la privacidad, que condena el paraíso del trapicheo de datos de las grandes compañías. “Esa creo que va a ser la característica de la red social del futuro. Un plus de intimidad, que tus mensajes desaparezcan de manera instantánea creo que es a donde deberían dirigirse todas las empresas”, opina Lucía. Incluso asumiendo que, aunque nos la vendan, nunca contaremos con una protección total de nuestros perfiles. “El verdadero Apocalipsis llegará cuando alguien filtre los mensajes de Whatsapp que creemos borrados”.

El Don Draper de las redes sociales

“Somos defectuosos porque queremos demasiado”, espetaba Don Draper, el rey Midas de la publicidad de los años 60 en Mad Men. Claramente se refería a la vieja industria de Madison Square, porque si el magnate viviese en esta época dorada de Internet afirmaría lo radicalmente opuesto. A ojos de los transeúntes de la red, el perfil del ciudadano medio es pluscuamperfecto porque quiere demasiado y todavía más. “Una de las utilidades que permiten las redes sociales es convertirte en un producto y decidir cómo te vendes”, confirma la autora del libro.

Los límites están desdibujados. La fiebre de la influencia es un arma de doble filo que puede llevar al sesgo informativo en Internet. Ese resulta ser el problema más frecuente de la mercantilización de los ciber-usuarios. Lucía Taboada contabiliza más de 50.000 seguidores en Twitter y conoce la responsabilidad de usar una red que el público usa para informarse. “Mi cuenta tiene un perfil muy personal, la utilizo básicamente para hacer bromas. No me gusta hablar ahí sobre mi vida privada o hacer spam con mis proyectos. Uso Twitter para informarme y divertirme, pero no como herramienta de trabajo”.

En lo que sí coinciden Draper y Taboada es en que somos nuestro mejor vendedor, ya estemos controlados por la publicidad y los instintos sexuales, o genéticamente dispuestos a cumplir con todos los preceptos de la red, el universo más exigente y competitivo de todos. “Eliges las fotos en las que sales bien, qué información dar sobre tu trabajo y decides de quién te rodeas en las redes para moldear una figura a tu gusto”. Aunque, como en todo juego de tronos, el poder es adictivo y puede provocar una sobreexposición que roce lo presuntuoso. “Llega un momento en el que la gente se satura de ti, deja de seguirte y pasa de comprar tus libros”, concluye Lucía.

Otros riesgos de esta dictadura de la imagen cibernética son la pérdida de toda espontaneidad y el triunfo de la premeditación. “Cuantos más seguidores, más miedo tienes a ser políticamente incorrecta y más te autocensuras. Y quien te diga que no, miente”, asegura sobre su faceta tuitera. Los que no corren ese riesgo son los cada vez más predominantes perfiles anónimos. Se podría dar mil nombres y ejemplos que, curiosamente, participan de manera más activa en otras plataformas de opinión pública. Cada vez son más los periódicos o editoriales que cuentan entre sus filas con firmas enigmáticas que abanderan un fuerte mensaje. ¿Intrusismo? ¿Lacras de la libertad de expresión? Lucía se inclina hacia el argumento de que el anonimato goza de una tranquilidad que no tienen los que exponen su figura real. “Los medios de comunicación se aprovechan de las visitas que les aportan y se crea una doble influencia que favorece a ambas partes”.

En definitiva, toda generación, incluso la novísima Z y experta en marketing personal, está condenada al ostracismo. Llegarán las Alfa Generation, la Z 2.0 o los Y-Men para convertirse en el faro guía de las start-up del futuro y perpetuar este constante 'ocaso de los dioses' del ciberespacio.

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