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Las campanas doblan por ti

Un policía deposita unas flores en el lugar del atentado perpetrado el pasado martes en Berlín.

Ibán García del Blanco / Farid Othman Bentría

Esta semana el terror volvió a sacudir Europa con el atentado en el mercado navideño de Berlín. Una vez más se muestra que no se necesitan medios muy sofisticados para matar, únicamente la terrible voluntad de causar dolor. Desgraciadamente solo es ante hechos como estos cuando nos enfrentamos a la cruda realidad de que las campanas doblan por nosotros, que eso que ocurre en Oriente Medio o en el Norte de África no es ajeno a nuestra propia realidad, que nos concierne. El terrorismo mata en Bagdad a quien va al mercado, asesina en Kabul mientras uno se pasea por la calle, secuestra a tu hija en Nigeria, o te mutila en Boston mientras corres una maratón; es un enemigo global que pretende poner de rodillas a quienes no sientan o piensen como él, independientemente del credo, origen o ideología.

El objetivo del terror es que nos rindamos. Y nos rendimos cuando abjuramos de nuestros principios fundamentales por el fin mayor de una “guerra contra el terror”. Lo hicimos con intervenciones como las de Irak, que abonaron los campos para el nacimiento de las serpientes de Al Qaeda o Daesh. Nos rendimos cuando desde Europa le decimos al mundo que abandone toda esperanza, que no hay consuelo para los débiles, como tristemente hemos hecho con la crisis de los refugiados.

Y nos rendimos también cuando nos dividimos y estigmatizamos a un grupo étnico, político o religioso. Acudir al concepto de “guerra de civilizaciones” para explicar la situación actual es un error estratégico –empuja a un lado de la trinchera opuesto a 1.500 millones de musulmanes/as– y una falacia absoluta que se destruye con solo observar que la abrumadora mayoría de las víctimas del terror son de origen musulmán. Justo después del suceso de Berlín, fue la popular Andrea Levy la que enarboló de la manera más frívola esa supuesta guerra de civilizaciones.

La respuesta no es la islamofobia, la respuesta es la alianza cívica. Alianza también con la ciudadanía española de confesión musulmana que comparte nuestros principios democráticos y que con su colaboración es la responsable, junto con la profesionalidad de nuestras fuerzas de seguridad, de los fenomenales resultados que el contraterrorismo ha tenido en España desde el 11M.

Pero nos estaríamos rindiendo asimismo si, tapándonos la nariz, convalidáramos lo inconvalidable en una mal entendida respuesta a un “enemigo común”. Lamentablemente no parece que ésta sea sólo una tentación de la derecha neocon sino que, cada vez más, tiene su reverso en una parte de la izquierda europea que parece haber retrocedido décadas en el tiempo. No se puede visitar uno de los campos de refugiados que escapan del terror, para luego entrevistarse con el “Lobo” que ha destruido sus vidas. No se puede normalizar un discurso bajo el cual se camuflan miles de asesinatos, no se puede legitimar a un carnicero como Al Assad. Alepo, es la mejor muestra.

Se movía estos días por las redes una viñeta en cuatro secuencias, que es un gran dibujo de lo que está pasando en Siria. En la primera aparecía Al Assad frente a una muchedumbre que sostenía carteles pidiendo libertad. En la segunda, Assad, con un palo, comenzaba a golpear a los disidentes. En la tercera se veía cómo remataba al último con un golpe en la cabeza mientras que, despejada la marabunta y todos yaciendo ensangrentados en el suelo, solo quedaba en pie un sujeto encapuchado al que antes no se veía, con un alfanje en la mano y un rifle a la espalda. Ya en la última escena el autócrata miraba directamente al lector y le decía : “¿Ahora cuál es tu elección, él o yo?”.

Seguir proclamando que “no existe oposición democrática en Siria, los únicos opositores al régimen son el Estado Islámico y Al Qaeda”, es competir en frivolidad y desconocimiento con quienes hablan de guerra de civilizaciones. Cuando hablamos de Siria no se puede reducir la ecuación a elegir entre Daesh o Bachar Al Assad, pues la realidad del país es más compleja y ambos extremos repugnan nuestros valores más esenciales. Por cierto, no legitimemos tampoco con nuestro lenguaje a un grupo terrorista como Daesh llamándolo “Estado Islámico”, porque ni es Estado, ni es Islámico.

Solo con una solución de concepción global, que forje una alianza internacional sobre principios esenciales compartidos y que ataque las raíces del problema, saldremos de esta pesadilla: la paz, la libertad, el respeto a la legalidad y la cooperación internacional, el reforzamiento de la interculturalidad en nuestras sociedades, la justicia social. La guerra contra el terror se gana con el arma de nuestros principios más elevados, solo ganaremos sacando lo mejor de nosotros mismos. Contando con todos quienes hacemos de ésta una sociedad más diversa y plural, contra nadie.

Ibán García del Blanco, exsecretario Federal de Cultura y de Movimientos Sociales y Diversidad del PSOE

Farid Othman Bentría, experto en materia de Derechos Humanos y Ciudadanía

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