El 26 de julio de 2014 es una fecha que la familia de Okal no olvidará. Osama Okal, del campamento de refugiados de Palestina de Jabalia, en Gaza, recibió una llamada telefónica de su vecino: su casa había sido destruida en un ataque aéreo israelí. “Sentí que mi corazón se derrumbaba”.
El apartamento de Osama estaba ubicado en un segundo piso. El misil que atacó el edificio lo destruyó completamente y causó graves daños en otro, donde vivían su padre, madre y hermanos. Por suerte no estaban allí. En ese momento tuvieron que huir a una escuela cercana de la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina, UNRWA, para refugiarse.
Desde entonces su vida ha transcurrido mudándose de un apartamento a otro esperando sin éxito, volver a ver la suya reconstruida.
Rihab Okal, la esposa de Osama, recuerda como justo antes de perder su casa estaba planeando renovar la terraza. “Quería comprar algunas plantas y macetas. Arreglé todo yo sola. Me sentí desconsolada. Por suerte, mis hijos y mi esposo están vivos, que es lo más importante en esta situación”.
Tras la agresión, la familia que perdió todos sus muebles y ropa por el bombardeo, tuvo que buscar una residencia temporal. Pero el déficit de viviendas habitables en Gaza es preocupante. Las continuas ofensivas no dan tregua a las reconstrucciones: “Gaza sufre de un problema de vivienda debido a la continua destrucción”.
A la violenta y terrible ofensiva de 2014, le siguió la de 2021, con 261 muertos, incluidos 67 niños y niñas; el pasado mes de agosto se cumplió un año del horror que volvió a Gaza en 2022 con una nueva agresión que acabó con la vida de 46 personas, incluidas 17 niños y niñas; y la más reciente, se llevó por delante a 33, incluidos 6 niños y niñas.
A la brutalidad de las ofensivas se le suman los 16 años de bloqueo que sufre el enclave costero y sus gentes por tierra, mar y aire. Lo que provoca un déficit de abastecimiento de materiales de construcción que dificulta aún más la posibilidad de avanzar en la reconstrucción y rehabilitación de hogares.
Además, Osama tuvo que pedir un préstamo al banco para poder construir su hogar. Perdió su casa antes de poder devolverlo, por lo que a sus gastos de alquiler de su vivienda temporal, tenía que sumarle los del préstamo de la casa que bombardearon: “Apenas podía cubrir los gastos familiares”. Mientras los hijos de Osama crecían, él comenzó a preocuparse por el futuro: “Mi hija mayor llegará a la universidad en dos años. No sé qué hacer”.
Junto con docenas de familias, Osama todavía está esperando su turno en el proceso de reconstrucción. Se trata de familias en extrema vulnerabilidad que al no poder permitirse financiar las obras, solo les queda esperar la solidaridad y los fondos de donantes. “La reconstrucción de la ofensiva de 2014 es complicada. El retraso se debe al resto de ofensivas que han seguido a la de ese año, que no dan respiro y que agregan más carga sobre los hombros de donantes”.
“Esta es la tercera casa en los últimos dos años a la que nos mudamos. Vivimos como nómadas”, lamenta Rihab que vive preocupada por el estrés que sufren en la familia, ya que no sienten la estabilidad de un hogar permanente donde hacer amigos y sentir que pertenecen al lugar.
El total de viviendas dañadas durante la violenta agresión israelí de 2014 fueron cerca de 115.000, según UNRWA. El Banco Mundial estimó los daños en 570 millones de dólares. Hasta ahora, UNRWA cubría el 47% de la compensación de los daños, según el Centro Palestino de Estudios Estratégicos.
Osama y su esposa esperan que su turno en la reconstrucción llegue pronto. Mientras, la esperanza, el ojalá, siempre permanece: “Tengo la esperanza de tener mi casa reconstruida algún día”. Inshallah.
