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Irak: los muertos secretos del CNI

Los agentes del CNI asesinados en Irak en 2003 fotografiados por sus compañeros

Rosa María Artal

Se cumplen 15 años de la emboscada fatal a dos coches del CNI español en Latifiya, al sur de Irak. Siete agentes murieron, uno logró escapar con vida, otro más había sido asesinado a las puertas de su casa veinte días antes. Son muertos de la guerra que nunca existió para quien metió a España en ella: José María Aznar. Cualquier país les hubiera rendido honores, en EEUU hubieran hecho películas con su odisea, aquí se les tapó desde el primer momento. En este aniversario redondo ya solo quedan algunos ecos.

Llama la atención el resurgimiento de Aznar, dando lecciones hasta de constitucionalismo –cuando ni siquiera votó la Carta Magna- y excluyendo del concepto a PSOE y Podemos. Sus prósperos negocios en paraísos fiscales manejando millones de euros. La verborrea y altanería de su ministro de Defensa entonces, Federico Trillo, cuando por enésima vez se exculpó en el Congreso de toda responsabilidad y toda caja B hasta en el Yak 42 y en la Guerra de Irak cuando le preguntaba Noelia Vera de Podemos. Porque ahí está su desastrosa gestión con las fuerzas que defienden la seguridad del Estado, bien con el que se llena la boca toda derecha, casualmente. 

El periodista Fernando Rueda no deja de recordar estos días el aniversario, en las Redes, en su blog, en sus programas. Uno de los pocos. También Gervasio Sánchez con un hilo en Twitter pleno de datos. Es todo, prácticamente.  Pero la historia de esta tragedia, sus fatídicos e impunes errores, sus silencios, se ha ido tejiendo con los años pese a todo.

La invasión ilegal de Irak, gestada en las Azores, sin amparo de la ONU, se inicia el 20 de marzo de 2003. El 8 de abril es asesinado por fuego norteamericano el cámara de Telecinco José Couso que se encuentra en el Hotel Palestina junto con otros periodistas como Olga Rodríguez. Su muerte sigue impune. El 29 de Noviembre caen los agentes del CNI, en el mayor desastre contra los servicios de inteligencia españoles.

Han tenido que improvisar dos equipos al decidir Aznar el envío de 1.300 soldados como contribución a la invasión de Irak. El día de autos, cuatro de los agentes acaban de llegar para relevar a otros compañeros. Falta la preparación y el entrenamiento conjunto requeridos. Viajan en todorrenos sin blindaje. Y sin escolta. Así lo ha decidido el gobierno en Madrid.

Se añade otro grave error. Alberto Martínez González es conocido en Irak, él y su trabajo. Estuvo con los periodistas incluso en la muerte de Couso. Junto a su compañero José Antonio Bernal, ha enviado un informe afirmando que no hay armas de destrucción masiva. Ambos quedan muy expuestos con la radical postura del gobierno de Aznar. Más aún, Alberto Martínez consigue el traslado que ha venido pidiendo pero le obligan a regresar a Irak en agosto. Olga Rodríguez tuitea indignada  cuando escucha a Aznar, ante una comisión del Congreso, decir que España no participó en la guerra.

El resto es una encerrona mortal. Llamadas sin respuesta pidiendo helicópteros de evacuación a la base. A Madrid, que no son recogidas. Más de una hora de tiroteo. Y las imágenes grabadas por SkyNews dan la vuelta al mundo haciendo una cierta elipsis sobre España. Los cadáveres sufren un tratamiento denigrante, son pisoteados por una turba, hasta por niños. Al traductor Flayeh al Mayali, iraquí de 58 años, profesor de castellano en la Universidad de Bagdad, le espera un calvario de interrogatorios y amenazas. Del que sale libre y sin cargos.

Alberto Martínez González, Pravia (Asturias), 1960, tenía 43 años. El resto edades similares. Carlos Baró Ollero, Madrid, 1967. José Merino Olivera, Madrid, 1954. José Carlos Rodríguez Pérez, Zamora, 1962.  José Lucas Egea, Madrid, 1961. Alfonso Vega Calvo, Stuttgart, 1962. Luis Ignacio Zanón Tarazona, Quart de Poblet (Valencia), 1967. José Antonio Bernal que fue asesinado, a domicilio, veinte días antes, tenía 34. Y todos tenían además familia, hijos pequeños entonces, vida. José Manuel Sánchez Riera salió con vida y graves heridas visibles e invisibles.

Tiempo después, los periodistas Monica G. Prieto y Javier Espinosa encuentran al comando que reivindicó el asesinato de los agentes españoles. No confirmado. Mónica y Javier incluyen el relato en su libro “La semilla del odio”.  Allí, a continuación, dicen, vieron nacer al Estado Islámico. El ISIS, sí.  Aquella invasión tuvo un elevado precio. 

Nada se escucha hoy al patrioterismo de hojalata sobre este trágico episodio. Ni a los mandos de entonces, ni a sus herederos ideológicos. Aunque andan estos días electorales con España en la boca y una seguridad a su medida. Su España. Estos son muertos secretos, molestos. Inolvidables para sus familias, para sus compañeros, para quienes los mantienen vivos en el recuerdo y las imágenes.

Tremendo e injusto caos que lleva a un desastre. Murieron con una enorme dignidad de la que carecen quienes les fallaron. Quienes lo siguen haciendo. Su vida fue un enorme gesto de generosidad hacia el bien común. No todos pueden decir lo mismo.

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