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“Tirar palante”, un concepto genuinamente español

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una imagen de archivo

Rosa María Artal

Se asombra el diario francés Le Monde, en su editorial, de cómo “la extrema derecha española ha obtenido un peso político y una ventana mediática que supera con creces sus resultados electorales”. Y al ver que un PP bajo mínimos ha revivido en los pactos y un partido que venía de centrista, Ciudadanos, forme trío inquebrantable ultra. Y se extraña de que un PSOE que ganó con ventaja las elecciones de abril haya sido incapaz de formar mayoría de gobierno y se plantee mandar a los españoles a las urnas por cuarta vez en cuatro años. El anuncio de este viernes de aplazar la reunión con Unidas Podemos a “finales de agosto o principios de septiembre”, se inscribe en el mismo contexto. Todo esto puede tener una explicación aún poco definida.

España posee una inaudita capacidad de querer mantener vivo lo que está muerto. Y no por altruismo o coraje alguno, sino por el empecinamiento en no torcer su camino aunque sea erróneo. No es arrojo, es ofuscación. En la Castilla antigua le llamaban al fenómeno “sostenella y no enmendalla”, un nombre que no se puede mantener en tiempos de “relato” y demás simplificaciones de etiqueta. El apelativo que mejor le cuadra es “tirar palante”, título poco refinado pero el más adecuado a la obcecación tosca y cutre de seguir y seguir por la senda equivocada contra toda lógica. Llegar al extremo del “patadón parriba” del término futbolero igual es pasarse.

El concepto español de “tirar palante” debería estudiarse como fenómeno. Viene de lejos, ahí tenemos al Cid Campeador que -en el caso de haber existido realmente- se tiró un par de siglos cabalgando después de muerto. Y muchos más siglos en las mentes pegadas a los tópicos. O a la Santa Inquisición, otro de los inventos españoles más significativos, que se resiste a desaparecer. Traído ahora por esa triple derecha que tapa mentes y cuerpos, y amordaza voces e ideas.

Nos invadió Napoleón y los españoles no se dieron por enterados. Me dirán que sí, que Agustina de Aragón y los madrileños castizos lo supieron y combatieron. Pero España no, al punto de mandar traer al trono al Rey felón Fernando VII que abolió todas las libertades como ejemplo de adónde conduce el sofisticado método de toma de decisiones de “tirar palante”.

El franquismo sigue muerto pero vivo en 2019, 44 años después de ser enterrado el titular. En honor y pompa, donde continúan también sus restos. Y su ideología fascista igual. Cuando los demás países, dando tumbos, acaban otra vez en esa fosa de la cordura, encuentran a la ultraderecha española como guardiana de sus esencias. Por eso prende tan pronto aquí. Porque está en la ideología de los partidos conservadores capaces de volver azul el naranja.

“Tirar palante” después de muerto implica volverse zombi. Y volver zombis aspectos fundamentales de la vida española. No es mérito alguno. Refleja una grave incapacidad porque cuando las cosas no pueden ser, han terminado, seguir y seguir no lleva más que a la frustración y a la desesperación.

Estamos viviendo un viacrucis. Una elección tras otra, sin mayorías –lo que no es un problema en otros países– nos mete en un túnel sin final. Andas, parece que se ve la luz de la salida, pero no, la meta se aleja de nuevo, una y otra vez. Lo peor es el cansancio, el agotamiento al que someten a la ciudadanía, mientras los protagonistas andan a pleno desvarío en insultos y hasta en chistes.

El PSOE recibió votos de ex electores de sus propias siglas que regresaron, de Unidas Podemos en aras del voto útil y de quienes no solían ni acercarse a las urnas. El objetivo común superaba todas las diferencias: había que evitar el triunfo de la triple derecha. Se vio la noche electoral pero parece que Sánchez ha preferido olvidarlo. Ir a unas nuevas elecciones con candidatos muertos por incapacidad no tiene ningún sentido. En el estado anímico que tienen a los votantes progresistas, los resultados pueden ser iguales o peores. Si un camino está agotado, hay que probar otro. Diferente.

Catalunya es ejemplo exacto de ese “tirar palante sin resolver en años, en décadas, en siglos, un problema que la cordura debería haber solucionado hace mucho tiempo. Y ahí sigue también enquistado en errores cada más graves.

Ufano anda Pablo Casado, “tirando palante” con su máster y carrera exprés bajo el brazo, que ya pasó a la historia de la atención mediática. Ayuso, en Madrid, pringada desde antes de llegar al cargo hasta las pestañas de esos ojos que reflejan la nada dentro. Como anduvo Esperanza Aguirre toda su carrera política y aún veremos qué pasa con su imputación.

Los Hernando reviven en Cayetanas Álvarez de Toledo, tan agotados sus cerebros como boyantes sus cinismos. Toda una caterva de zombis políticos para ciudadanos zombis. Unos sueltan carnaza, otros les escuchan y oyen, tragan y difunden aberraciones y bulos que no tienen cabida en mentes vitales.

Los científicos rectifican si la investigación registra errores. Los ratones o cualquier cobaya de laboratorio, cuando encuentran un camino cerrado, dan la vuelta y emprenden otro. Prueben a poner un obstáculo a una fila hormigas cargadas de comida: se girarán para evitarlo, en lugar de precipitarse todas encima. En cambio, un número significativo de españoles, como ya se dijo, se topan contra un muro y embisten. Lo peor es cuando son los dirigentes lo que nos llevan hasta él. Estamos ya exhaustos y doloridos.

No se trata de seguir en modo “palante” si no hay salida. Algo habrá qué cambiar para dar con el camino.

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