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Todas, tod@s, todxs, todes: historia de la disidencia gramatical

Imagen de dos personas borrosas.

Elena Álvarez Mellado

No hay nada inherentemente femenino en una grúa, ni masculino en un botón. Aun así, decimos que en español grúa es femenino y botón es masculino. En realidad, cuando se trata de objetos, nada impediría que hablásemos de que las palabras tienen género A y B, en lugar de hablar de masculino y femenino. Pero cuando hablamos de personas, la cosa se complica. Es cierto que el género gramatical no tiene necesariamente por qué coincidir con el género social. Pedro puede ser una víctima y Mari Carmen un portento. Pero, en general y en la mayor parte de los casos, el género gramatical coincide con el género social y a los hombres se les denomina en masculino y a las mujeres en femenino. Sustantivos, adjetivos, pronombres: las frases están llenas de palabras que cuando van aplicadas a las personas exigen que nos decantemos entre masculino y femenino. Resulta complicado (por no decir imposible) expresarse en español sorteando los huecos de género que la gramática nos obliga a rellenar. ¿Y qué escapatoria tienen quienes no se identifican ni como hombre ni como mujer?

En los últimos años se ha popularizado la propuesta de utilizar la forma en -E (todes, elle, nosotres, misme) como género neutro en español. La propuesta es que este tercer género sirva para denominar a las personas de género no binario (personas que no son hombre ni mujer) y ya de paso ejerza además de neutro genérico (la función que tradicionalmente ha asumido el masculino, como cuando decimos “nosotros” para referirnos a un grupo mixto).

Y es que el género gramatical es una de las grandes fallas lingüísticas activas del español. Desde hace tiempo, distintos colectivos de hablantes ven limitante y conflictivo el uso convencional del masculino y el femenino y proponen formas de disidencia gramatical. El género neutro en -e (todes) es el último episodio en la sucesión de enmiendas y reformulaciones en torno al género gramatical que han surgido en el español de las últimas décadas.

En el comienzo fue el famoso “compañeros y compañeras”, que lleva trayendo cola lingüística desde los años noventa. El masculino, que en principio hacía las veces de neutro colectivo, comenzaba a ser percibido como invisibilizador más que genérico. Las críticas contra el desdoblamiento de género fueron feroces y hoy sigue siendo fácil encontrar hablantes de a pie, columnistas beligerantes o académicos ilustres que claman contra lo que consideran un desatino en el mejor de los casos o una monstruosidad lingüística que acabará con el castellano tal como lo conocemos en el peor. El desdoblamiento de género no es, sin embargo, tan reciente. En El Cantar del Mio Cid hay varios casos de desdoblamiento de género para incluir a todos y todas (“Salíanlo a ver mujeres y varones / Burgueses y burguesas por las ventanas son”). El clásico “damas y caballeros” es otro ejemplo de desdoblamiento habitual y nada sospechoso. A pesar de la ridiculización y el escándalo, el “compañeras y compañeros” prosperó hasta llegar a ser un recurso más del discurso y es hoy un habitual de las intervenciones políticas.

La popularidad del “todos y todas” llegó con el comienzo de los años 2000, cuando la burbuja inmobiliaria aún se llamaba milagro económico y teníamos fe en que la tecnología nos traería el progreso social. En pleno fervor por el advenimiento del tercer milenio se generalizó la forma tod@s como abreviatura para englobar a ambos géneros. Utilizar la arroba como símbolo para representar al mismo tiempo la O y A nos parecía el no va más de la modernidad. El futuro ya estaba aquí y se escribía con @. Pero el uso de la arroba fue entrando en decadencia junto con los cibercafés y el optimismo y hoy aquellas propuestas malogradas nos producen la misma ternura y nostalgia que cuando leemos a alguien que sigue utilizando el ya canoso salu2 como fórmula de despedida. La lengua, como todo acto social, tiene modas que causan furor en una época pero horrorizan a los hablantes de las generaciones siguientes.

Cayó en desgracia la arroba pero no el desdoblamiento de género, que siguió usándose aunque pasó a ser representado gráficamente por algunos colectivos con la x, todxs. Quizá porque esta forma no llegó a extenderse fuera del activismo, quizá porque resultaba chocante y generaba dudas de pronunciación, lo cierto es que todxs no llegó a alcanzar el tirón que su antecedente tod@s había tenido.

Pero fue entonces, cuando hasta las élites de los partidos políticos ya habían perdido el sonrojo y se habían subido al carro del desdoblamiento de género (algunos por convencimiento, otros por no parecer malquedas o carcas), cuando en los movimientos asamblearios y los colectivos quincemayistas empezó a generalizarse el uso del femenino para denominar a grupos mixtos. Si el masculino había tenido históricamente la capacidad de ejercer de neutro y englobar a todo el mundo, ¿por qué no subvertirlo y crear un femenino genérico bajo el que denominar a todas las personas? Las vecinas, las compañeras, las integrantes. Despatriarcalizar la vida política iba de la mano de la feminización gramatical del discurso. Nosotras frente a ellos.

Y llegamos hasta hoy y la irrupción de todes en el plano lingüístico reivindicando que la disyuntiva masculino versus femenino es excluyente. Y es que que la lengua obligue constantemente a escoger palabras y terminaciones que conllevan un género social que no se corresponde con el género de la persona es, como poco, conflictivo. Todes, nosotres, elle, amigues, guape. La propuesta de construir un género neutro en -e soluciona muchos de los escollos que las anteriores propuestas dejaban sin resolver: fácil de pronunciar, morfológicamente claro, lingüísticamente económico, socialmente inclusivo. Aunque en redes sociales está muy presente y se usa espontáneamente, está por ver aún si la propuesta arraigará o si el temblor sísmico será demasiado intenso. Al fin y al cabo, no estamos hablando de introducir una nueva palabra (que es un hecho de poca trascendencia dentro de la lógica general de un idioma), sino de un fenómeno que afecta a la estructura de los pilares gramaticales profundos. Es, en cualquier caso, uno de los fenómenos lingüísticos más interesantes de los últimos tiempos y de rabiosa actualidad. Merece la pena no perderlo de vista.

Para los legos, el género neutro en -e puede parecer una extravagancia gramatical sin futuro. Al fin y al cabo, nadie se lanzaría a proponer nuevos tiempos verbales de la nada o a reformar la contraposición entre singular/plural. Pero es que ni la conjugación verbal ni el número gramatical afectan a rasgos que determinan nuestra forma de habitar en sociedad y de ser reconocidos por nuestros congéneres. El género gramatical con el que alguien se refiere a sí mismo y con el que le tratan los demás sí tiene una inmensa trascendencia social e identitaria. Todes es ejemplo de que, en ocasiones, la realidad desborda la gramática. Y cuando la lengua no dispone (aún) de mecanismos para denominar con exactitud lo que necesita ser nombrado… vendrán los hablantes a crearlos.

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La imagen que ilustra este artículo es de Akio Takemoto.Akio Takemoto

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