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El bosón de Rajoy

Manuel Saco / Manolo Saco

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Cuando, apenas estrenado el siglo XX, Albert Einstein garabateaba en una pizarra la fórmula mágica E=mc2, pocos intuían que tan escaso texto alcanzaría unos pocos años después tamaña repercusión para el futuro de la humanidad. De fórmula tan parca nacieron los hongos mortales de Hiroshima y Nagasaki y las centrales nucleares para el aprovechamiento pacífico de la energía descomunal encerrada en un lugar tan diminuto como el átomo. Eran tiempos en que los científicos solo escribían para científicos, pues la explicación del mundo para el resto de los mortales quedaba en manos de gente más experta y documentada: los curas de todas las religiones. Es mucho más fácil comprender que el mundo lo creó un dios en seis días, y que fabricó al hombre con un trozo de barro, al que le confirió un alma de un soplido, de cuya costilla salió el subproducto llamado mujer, que la explicación del Big Bang, la explosión de la que nació el Universo, o la teoría de la evolución de las especies, elaborada por Darwin, que alarga nuestro currículum genético hasta los primeros aminoácidos, proteínas y bacterias.more

La explicación científica del Universo tuvo muy mala prensa, más bien poca prensa, diría, mientras la Biblia, con el capítulo del Génesis al frente, continuaba siendo el libro más vendido de la historia. Tan solo la extensión masiva de los medios de comunicación, con sus últimos apéndices de la televisión por tierra, mar y aire, Internet y sus derivados, ha hecho posible que la curiosidad de alguien bien informado se contagie instantáneamente a millones de personas que, como Mariano Rajoy, hasta ahora estaban más preocupadas por la selección de fútbol que por el rescate de la economía española. En pocos años, los físicos teóricos como Roger Penrose o Stephen Hawking han convertido en best sellers sus libros de divulgación, compitiendo por atraer nuestra atención con Gran Hermano y los debates de Intereconomía.

Ahí está, sin más, en el comentario de tertulias y cafetería el bosón de Higgs, “la partícula de dios”, que a su vez es también un “campo de Higgs”, al igual que el único dios de los cristianos es algo más que uno. Cristo, el Padre y el Paráclito de la paloma son bosones por separado (a la Virgen la fecundó un bosón para que pariese un segundo bosón), pero juntos forman ya todo un “campo divino”. Así que no me vengas con reclamaciones tontas si no lo entiendes, pues antes de que llegaran Higgs y los experimentos del CERN te habías tragado lo de la trinidad sin pestañear. Tú no ves el bosón ese, pero has de saber que si tú mismo tienes masa es porque tropiezas con él. Algo invisible que nos aporta la masa que tenemos y que, de esa manera, conforma el comportamiento de todo el universo.

En política existe un campo de Higgs muy particular. Se llama nacionalismo. El bosón es la nación, algo inmaterial, invisible, que no consigues distinguir ni asomado a la estación orbital, pero que lo notas inmediatamente cuando la gente que tropieza con él adquiere masa, se transforma y presenta una inmediata predisposición a despreciarte, torturarte, encarcelarte, y matarte por su causa. Una vez más debo recordaros las palabras de Einstein: “Triste época la nuestra en que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. En Ginebra (gin, para los más borrachos) han hecho algo muy parecido a desintegrar no ya un átomo, sino un bosón, coincidiendo en el tiempo con la noticia de que Mariano Rajoy se proponía ejercer de patriota superhéroe entregando en mano, a un cardenal descuidado, el Códice Calixtino, como si hubiese sido él, con su olfato de sabueso, el que hubiese dado con la joya robada.

He oído por ahí que la gente que todavía no ha tropezado con el bosón nacionalista está agonizando de vergüenza ajena viendo cómo el presidente del gobierno hace el ridículo nacionalista devolviendo en mano (manoseándolo sin guantes) a la clerigalla un códice que hace siglos que el Estado debería haber recuperado de las garras de la Iglesia para mantenerlo bajo una custodia profesional. Y es que el Códice es todo un “campo de bosones” hipernacionalista: es, en palabras de Feijóo, que acompañaba a Rajoy en acto políticamente tan desvergonzado, poco menos que el acta fundacional de Europa, de la Europa cristiana con la que todavía sueñan, la super nación, un empacho de bosones ante el que es lógico que sucumba el más fuerte sentido de la decencia política.

Todo ello ocurría en Santiago de Compostela, un lugar que vive de la venta de la falsedad histórica de que un imposible apóstol de Cristo está enterrado allí donde descansan los huesos del pobre Prisciliano, un hereje para más inri, nacido cuatro siglos después del supuesto Santiago, hijo de Zebedeo. Todo un disparate monumental, científico, histórico y político, una farsa únicamente posible gracias al poderoso influjo de ese bosón misterioso, todo un campo de Higgs, tan difícil de desintegrar como un avemaría. Que ya es decir.

Meditación para hoy:

Según el Euskobarómetro recién cocinado, si hoy se convocaran elecciones en Euskadi, entre PNV (nacionalismo de derecha) y EHBildu (nacionalismo de izquierda) se llevarían 46 escaños del total de 75. Los nacionalistas del PP consideran que ello sería “la ruptura de España” porque se malician que el campo de influencia del euskobosón es más fuerte que el resto de las partículas elementales (incluida la del PP, una de las más elementales), hasta el punto de conseguir que por encima de la lucha de clases, del concepto de la distribución justa de la riqueza, del perfeccionamiento en las libertades personales y en la justicia social se encuentra la defensa de la nación. Primero la nación, y después vivir y filosofar.

¿Será el euskobosón, como se teme el PP, un adhesivo tan poderoso como para mantener en equilibrio estable a la materia y la antimateria en un próximo gobierno vasco?

Mira que es complicada la política. Con lo sencilla que es la física.

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