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De los bosques y los nabos

Tribunal Supremo.

Elisa Beni

Me temo que otra vez nos la están colando. A las feministas en general y a todos en particular. Ya han conseguido engañarnos con los árboles. He oído respiros de alivio por la negativa de algunas catedráticas a integrarse en la Comisión de Codificación para un ratito y he visto que algunos hombres les han secundado para conseguir una comisión paritaria. Lo aplaudo, pero son los árboles. ¿Qué coño nos importa la Comisión de Codificación para todo lo que hemos reivindicado las mujeres en la calle y en los medios? Nada. Son los árboles. Los árboles con los que intentan tapar aprisa y corriendo el verdadero bosque, el bosque de nabos del poder. La Comisión de Codificación es una filfa. Una cosa inventada por el Ministerio que da prestigio a 20 cátedros, varones por supuesto, y que no ha sido llamada en un cuarto de siglo para consultarle nada. Todas las leyes penales hechas en veinticinco años se han hecho sin ni siquiera consultarles. Poder, cero.

No, que no nos tapen el verdadero bosque de nabos, el que concentra el poder y es origen y fuente de toda la jurisprudencia sobre los delitos sexuales que a la mayoría nos inquieta o nos escandaliza. La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, ese es el sancta sanctorum en el que la alquimia del patriarcado dirime nuestra libertad sexual. Quince nabos como quince soles durante toda la vida de Dios, hasta que hace muy poco llegó una única mujer. Eso es lo que hay que cambiar. Ese es el objetivo y no la Comisión fantasma que sólo existe tras el dedo poco inocente de Catalá (¡que le cesen de una vez, por favor!).

Sucede que ahora mismo todas los flujos magnéticos del poder se dirigen hacia la cobertura de las tres plazas que han quedado vacantes en esa Sala. Las influencias, la política y los manejos bullen y no precisamente para nombrar a tres mujeres que palien, al menos de forma parcial, la enorme injusticia que en su propia conformación lleva tal sala. Necesitan renovarlas rápido, así se lo ha hecho saber el presidente de la Sala, Manuel Marchena, al presidente del CGPJ, Carlos Lesmes. Las hachas están en alto y no es ajeno a todo ello el conflicto de Catalunya y el procedimiento por el procès. Hay quienes dicen que Marchena es el alma jurídica inspiradora de muchas cosas y que en su pecho español late, como es común a la raza, la ambición de llegar a la cima. Marchena inspirando la respuesta jurídica, como alma y apoyo de los magistrados de su Sala. Lesmes en la soledad del que termina su mandato en noviembre con una silla que se mueve y de compleja renovación. Catalá ya no es su amigo. Eso dicen. Catalá es más de Marchena y de Cospedal y de la cáscara amarga.

 El caso es que necesita más magistrados. Ya sólo son doce y no sólo se les acumula el trabajo sino que tendrán dificultades para formar una sala de enjuiciamiento que, por obligación, ha de estar no contaminada. La querella contra las catalanes la admitieron 5 magistrados (contaminados ya), la instruye Llarena (contaminado) y los recursos a sus resoluciones los han visto tres magistrados (contaminados también). Sumen. Para el enjuiciamiento precisan cubrir las tres plazas que han quedado o, lo que es lo mismo, los que sean nombrados entrarán con seguridad en ese juicio.

Ya estará meridianamente claro que lo de cubrirlas con mujeres no entra en los planes de nadie, pero es exactamente lo que debería suceder y lo que deberíamos exigir. No hay otra forma de equilibrar esa sala de una vez por todas sino lograr nombramientos seguidos y nutridos de mujeres hasta alcanzar algo similar a la paridad.

Ahora saldrán los que me digan que no quieren cuotas de mujeres sino a los mejores y tendré que contestarles que lo de los mejores hace mucho que se escurrió por la fosa séptica. Es, por otra parte, este un pensamiento que algunos, pero chocantemente algunas, formulan como una forma de neutralidad o de defensa de la igualdad. No nos engañemos, decir que no hacen falta las cuotas para cubrir los puestos en la cúspide de una carrera integrada mayoritariamente por mujeres y que está ayuna de ellas, es tanto como decir que las mujeres no son tan buenos juristas como los hombres y que sirven muy bien para la infantería pero poco para el generalato. Así se comportan y así siguen los jueces machos nombrando a otros machos en la lucha por el poder.

En este caso la cuestión es especialmente sangrante, en términos de igualdad y en términos de calidad. Les resumo la pelea. Hay los que quieren colocar de nuevo a Enrique López. Sí, ese magistrado recusado por sus relaciones con el PP que fue lanzado al Tribunal Constitucional por los cojones de los populares y del que salió por el delito cometido al conducir borracho. Sí, ese magistrado que llegó a la Audiencia Nacional con trampas, no le llegaba el número, y sin haber puesto una sentencia por delito en su vida. Ese magistrado cuya calidad jurídica es tan proverbial que cualquiera puede encontrar sus magníficas e importantes sentencias en cualquier base de datos.

Lo quieren meter en el Tribunal Supremo y hemos de concluir que en el tribunal que enjuicie al procès. Para ello utilizarán la misma trampa que han usado hasta ahora para llevarlo a donde no podía: el cursito. Cuando López era juez, allí lejos en León, y aún no magistrado, alguien en el CGPJ sacó un curso por correspondencia de “especialización” en derecho penal. Sólo podían hacerlo los juececitos -la categoría inferior de la carrera- y no ninguno de los magistrados con los huevos pelados que ya estaban en Penal. Era una filfa así que se hizo ese año y ninguno más. De ese curioso “cursito” llevan viviendo años varios de los jueces que lo hicieron. Se ha utilizado como excusa para que López pudiera entrar en la Audiencia Nacional sin tener número de escalafón, para hacerle presidente de la Sala de Apelaciones de la AN y para llevar a esa sala a Eloy Velasco, así como para nombrar magistrado del Tribunal Supremo a Llarena. El cursito es la milonga más provechosa que los magistrados conservadores han encontrado para colocarse en los puestos de salida.

Ahora quieren usarlo de nuevo para ocupar las plazas vacantes del Tribunal Supremo obviando que en 2013 se realizaron, esta vez sí, unas pruebas durísimas entre los principales penalistas de la judicatura en las que fueron seleccionados 25. Los mejores. Lesmes, en su pelea particular, ha decidido que no se puede mantener la Sala Segunda abierta tan sólo a estos escasos magistrados del cursito -deben ser como seis- así que ha abierto el concurso a más magistrados y contará como mérito el haber obtenido la super especialidad de 2013. Esto no les ha molado a los acostumbrados a conseguir lo que no merecen. Eloy Velasco ha anunciado que impugnará la convocatoria: “las condiciones no son diferentes a las que produjeron el nombramiento de Llarena que también es especialista”, ha dicho poniendo en su sitio, mal sitio, aquel nombramiento también. ¡Ayy, quién ha visto que Conde-Pumpido, Maza y Sánchez-Melgar sean trocados en calidad jurídica por López y Velasco!

La cuestión es que hay mujeres suficientes que han solicitado esas plazas y que pueden cubrirlas. Mujeres con 25 años de experiencia en altos tribunales, mujeres que aprobaron la súper especialidad, mujeres que ya ponían sentencias y se jugaban la vida cuando López y Velasco aún jugaban a los cursitos por ordenador.

Hermanas, que no nos impidan ver el bosque. Los conceptos machistas y trasnochados que pueblan nuestra jurisprudencia no han sido revisados en años por una Sala poblada por machos de la especie jurídica que nunca se han visto llamados a adecuarlos  ex officio a la realidad social. A la mejora de la redacción del Código Penal hay que unir una jurisprudencia que rompa con ellos. Una Sala en la que haya mujeres. Esas tres plazas que ahora se disputan los machos alfa del poder deben ser para magistradas. Aún así serían 11 hombres versus cuatro mujeres dado que ahora sólo hay una.

Que los nabos no nos impidan ver el bosque ni ver dónde está el poder que debemos reclamar, hermanas.

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