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El cuñadismo navideño como forma de control social

El personaje de Torrente, un 'cuñao' avant la lettre

Violeta Assiego

Dice T. S. Eliot que la mayor parte de los problemas del mundo se deben a gente que quiere ser importante. La verdad es que creo que al poeta inglés no le falta razón. Esta claro que hay gente a la que no le gusta pasar desapercibida, que prefiere violentar al otro antes que perder un grado de razón y del poder que les da esta inflexibilidad. Encuentran en esa actitud disruptiva una especie de reconocimiento/respeto/atención por parte de los demás. Si este comportamiento es algo que no pueden o no quieren evitar habría que analizarlo caso por caso. Lo cierto es que, en Psicología, esta conducta, cuando llega a su grado extremo, puede llegar a valorarse como un trastorno de la personalidad, un desorden afectivo. Sea como sea, lo que está claro es que si una persona busca continua y compulsivamente autoafirmarse pasando por encima de los demás hay algo que en ella no va bien. Instrumentalizar el bienestar de los demás para la propia autoestima y autosatisfacción no solo es un tema de mala educación, es un síntoma de mala salud emocional.

El fenómeno del 'cuñadismo' que en los últimos años viene enrareciendo (e incluso reventando) celebraciones familiares también es un mal síntoma de la salud emocional de nuestra sociedad. Más allá de las discrepancias que pueden existir entre personas y del déficit de inteligencia emocional que refleja que estas diferencias no puedan resolverse desde el debate, la conversación, la receptividad y el respeto, existe un problema de esos que en las Ciencias Sociales llamamos estructurales. Claro que tiene que ver con el patriarcado y en nuestro caso con el patriarcado en su versión 'nacional catolicismo'.

El hecho de que, hasta hace unos años, en las reuniones familiares y de amigos la consigna fuese que de fútbol y de política no se hablaba ya refleja, de por sí, que esto que ahora nombramos como 'cuñadismo' no es algo nuevo. Llevamos muchos años sin asumir que, en nuestro país, hubo un tiempo nada lejano en que las discrepancias tenían consecuencias para una de las dos partes discrepantes. Si eras de clase obrera, de izquierdas, sindicalista, pobre, mujer, homosexual, trans, gitano, no católico... discutir implicaba un auto-señalamiento que conllevaba persecución. Para el “no-cuñado” disentir era represión. Así, con el tiempo, mejor no opinar si se opina diferente de esos temas que pueden suponer un conflicto difícil de reconducir.

Si lo pensamos con perspectiva histórica, no deja de ser dramático que el resultado de más de cuarenta años de Democracia sea que, si no queremos dar cancha al llamado 'cuñadismo' no solo no se pueda hablar de política ni de fútbol, sino que tampoco del tiempo que hace ni de qué canal de televisión poner. Parece que, sin darnos cuenta, aquella forma de control social (franquista) ha encontrado una forma de hacerse presente a través de ese 'cuñadismo' que impone un discurso que relativiza los derechos de los demás y muestra mucha preocupación por no perder los privilegios a los que puede acceder gracias a los suyos.

Tengo la impresión de que estas Navidades en muchos hogares se va a asistir a la puesta de largo, con la bendición de todos, del 'cuñadismo' como nuevo mecanismo de poder en el ámbito familiar. El 'cuñadismo' como discurso, como práctica social que excluirá a quienes disienten de lo que Vox llama 'sentido común', que velará por que las conversaciones se desarrollen dentro del orden patriarcal, que intentará homogenizar a los sujetos dentro de la normatividad tradicional. El 'cuñadismo' que incomodará a las y los rebeldes, a modo de sanción, con su negacionismo y una lista interminable de comentarios políticamente incorrectos y de fake news.

Estas Navidades debemos dar la bienvenida al 'cuñadismo' como apropiación simbólica de quienes necesitan sentirse alguien y llamar la atención. El 'cuñadismo' de los vencedores en las guerras y los perdedores en las democracias que puede convertir las celebraciones familiares en esos 'no-lugares' de paso y no vínculos, pero estéticamente perfectos. Sea como sea, tengamos las fiestas en paz, sabemos perfectamente cuál es nuestro lugar, quienes son nuestras hermanas y qué es lo que nos hace bien y lo que nos hace mal. Si estos días hay que estar de paso, lo estaremos, pero nuestra sola presencia ya sabemos que deja una huella de feminismo, ecologismo y antirracismo. Mientras, cultivemos los encuentros, las lecturas y experiencias que nos llenen de energía. Vamos a necesitarla para hacer frente a los nuevos dispositivos de control social que se nos vienen encima, desde la derecha y desde la falsa sororidad.

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