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El honor perdido de Vicky Rosell

El juez Salvador Alba. (ALEJANDRO RAMOS)

Elisa Beni

“Katharina(...) preguntó si el Estado [...] no podía hacer nada para protegerla contra semejante inmundicia y para devolverle su buen nombre”

Heinrich Böll. El honor perdido de Katharina Blum

Este diario ya ha publicado que un magistrado canario, Salvador Alba, ha sido condenado a nada más y nada menos que seis años y seis meses de prisión por algunos de los peores delitos que puede cometer un juez cual son prevaricación judicial y falsedad en documento público. No he visto grandes alharacas sobre este caso bajo el que subyacen algunos de los peores vicios del sistema, la cara más fea del poder, la certidumbre de que se producen conjuras o conjunciones de intereses que prostituyen la Justicia para lograr la muerte por lo civil y por lo penal de personas. En este caso la víctima fue la magistrada Victoria Rosell en una oscura trama que entremezcla las fobias personales, las ambiciones, la rivalidad política y una, no por desconocida menos existente, dinámica de clanes. Una sombra densa y siniestra que llega hasta el Tribunal Supremo y que tuvo evidentes consecuencias políticas y personales para la magistrada que actualmente es diputada por Podemos y que se presentaba a sus primeras elecciones cuando todo esto acaecía.

Creo que es algo que no se puede pasar por alto. No he visto muchos hilos de jueces tuiteros explicando esta sentencia ni las circunstancias en las que se produjeron los hechos. Ellos, que se pronuncian sobre tantas cosas, no han tenido un huequecito para explicar a la ciudadanía cómo se ha llegado a que “uno di noi” tenga una sentencia que le expulsa de la carrera y le hará ingresar en prisión. Cierto que queda aún un recurso de casación pero la sentencia es solidísima, los hechos probados meridianos y el Tribunal Supremo... ahora hablamos del Supremo.

Según deja meridianamente claro la sentencia, el juez Salvador Alba corrió a postularse para ocupar en comisión de servicio la plaza de un juzgado de Instrucción de la que se ausentaba Rosell para presentarse a las elecciones como candidata de Podemos. Él lo haría mientras seguía en la Audiencia. Consideran los juzgadores ahora que es evidente que lo hizo con un interés concreto que no era otro que obtener información e intentar comprometer a Rosell. El juez para ello quedó a solas y casi a escondidas con un imputado en su despacho y se concertó con él para que este hiciera una nueva declaración en la que diera datos de sus relaciones con la pareja de Rosell y le prometió mejorar su situación procesal. Todo ello fue grabado por un dispositivo escondido que llevaba el imputado, que sería imputado pero no tonto. En esa conversación ya se avanzaba el interés por la repercusión que pudiera tener todo este tejemaneje en la querella contra la candidata Rosell que había interpuesto en Plaza de Castilla el ministro Soria a través de su abogado canario González-Cuellar.

Y aquí llegamos a los manejos del sistema en los que seguramente vio una oportunidad de medrar el magistrado Alba sin que para ello le importara delinquir. Alba soñaba con mudarse a Madrid. Había intentado ya varias veces, siendo por así decirlo un mindundi judicial, ser vocal del CGPJ o ser nombrado en comisión de servicio para irse de juez de Instrucción a la Audiencia Nacional. Sus próximos iban contando por Canarias que se iban a mudar a Madrid muy pronto. Los delitos que cometió Alba le servían como vendetta contra su odiada Victoria Rosell pero también para ayudar al también canario entonces ministro Soria. No sé si así traducido lo van viendo más claro.

La querella contra la cabeza de lista por Canarias de Podemos, circunscripción en la que también se presentaba Soria, se presentó en Plaza de Castilla por el abogado canario que escribe libros y presenta libros y cobra libros con el presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, el también canario Manuel Marchena. Unas semanas más tarde la querella llegaba al Supremo al convertirse en aforada Rosell. Aquí al íntimo González-Cuellar le sustituye otro abogado, Eligio Hernández. Sí, ese Eligio Hernández también canario que fue nombrado fiscal general del Estado y que se trajo a Madrid a un prometedor fiscalito llamado Marchena desde Canarias para tenerlo en su gabinete técnico.

La querella fue admitida en un auto escrito por Manuel Marchena tras dos informes en contra de la Fiscalía del Tribunal Supremo y, ojo, apoyándose en un informe que se pide desde la sala al magistrado ahora condenado por falsificar este documento, Salvador Alba. En su día publiqué que el día que se deliberó la admisión a trámite se oían gritos que traspasaban las sólidas puertas del tribunal. El escándalo obligó a Rosell a dejar su escaño para no perjudicar a su partido y volverse a Canarias para preparar su defensa. Tras varias peticiones, el TS acepta inhibirse al Tribunal Superior de Canarias que es el que acaba volviendo la tortilla y dándose cuenta de que el imputado debía ser Alba y no Rosell.

Todos los datos preparados y falsos que iba cociendo el magistrado condenado fueron pertinentemente filtrados a periodistas que los publicaron de modo y manera que los abogados canarios pudieran ir ampliando sus querellas y evitando así la sensación de que el corrupto Alba se los estaba dando directamente.

Supongo que los magistrados Marchena, Soriano, Monterde y Ferrer (el quinto era el difunto Maza) se pondrán ahora una camiseta bajo la toga con el meme “Emosido engañado” pero lo fueron tras dos informes de los fiscales en contra. También supongo que en el tribunal que se encargue de ver el recurso de casación sobre esta sentencia condenatoria de Alba en la que se ve parte del enjuague y se adivina otro, no estén presentes ninguno de ellos. Por vergüenza torera si no es por contaminación.

Mientras, sigamos con la información a full sobre un juicio por un desalmado asesinato. Los desalmados que mecen los hilos del poder y los delincuentes de la judicatura son demasiado lío para dar audiencias.

¿Y quién le devuelve el honor a Victoria Rosell?

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