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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Quién quiere unas nuevas elecciones?

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman su acuerdo de Gobierno

Carlos Elordi

Esperar es un verbo que no existe para los medios de comunicación de nuestros días. Todo lo que no ocurra o pueda ocurrir en el giro de un día, como mucho, no tiene cabida. Y, sin embargo, quien no quiera perderse por los intrincados vericuetos del actual momento político español está obligado a tener paciencia. Porque salvo sorpresas inimaginables, todo el pescado está vendido, todos los elementos que van a configurar el inmediato futuro están encima de la mesa. Y dentro de un par de semanas se terminarán articulando. En consecuencia, hay que esperar. Sin ansia.

Hay quien no puede. Sobre todo porque el signo bajo el cual se están configurando las cosas contradice abiertamente sus intereses. Y no tiene más remedio que golpear con todo lo que tiene a mano para tratar cuanto menos de confundir a la gente. El caso más claro de esa situación, no solo incómoda sino también peligrosa, es el del Partido Popular, que corre el riesgo de quedar muy mal colocado durante bastante tiempo si la coalición PSOE-Unidas Podemos termina haciéndose con el gobierno.

Pablo Casado está tan acosado por esa perspectiva que está diciendo tonterías. Como que si Pedro Sánchez logra ser investido “con los apoyos que sea” - ¿incluido el del para él demonio independentista ERC? -, el PP ofrecería al PSOE, y por tanto también a Unidas Podemos, un pacto presupuestario.

Es un sinsentido tan grande que no merece mucho comentario. No solo porque para qué iba a querer Sánchez ese pacto si lo normal sería que aprobara su presupuesto con los mismos partidos que han apoyado su investidura. Sino porque esa idea contradice todo el planteamiento sobre el que el PP basa su batalla contra su principal rival electoral, es decir, contra VOX. ¿Qué diría Santiago Abascal si Pablo Casado pactara con la izquierda y, por vía indirecta, aprobara que ERC le hubiera dado La Moncloa?

Son ocurrencias de alguien que no las debe tener todas consigo. Entre otras cosas porque una parte, y no precisamente despreciable, de su partido ha dejado de ocultar que no está para nada de acuerdo con cómo lo está haciendo su líder. Que Alberto Núñez Feijóo, el candidato más claro a quitarle el puesto, encabece esas críticas habla de la importancia de esas tensiones.

Y todo empieza porque Pablo Casado cometió un error de bulto en la misma noche electoral. Porque en lugar de ofrecerse a entenderse con el PSOE en el momento mismo en que se conocieron los resultados, se refugió en un “ya veremos” que permitió a Pedro Sánchez ganarle por la mano confirmando el pacto con Pablo Iglesias menos de venticuatro horas después. Después de esa metedura de pata, cualquier iniciativa para sacar la cabeza estaba condenada al fracaso. Ahora a Pablo Casado no queda sino rezar para que ERC no dé su brazo a torcer y el líder socialista se vea obligado a buscar otro camino. Eso partiendo de la base de que ni el PP ni el PSOE quieren nuevas elecciones. Porque a los dos les podrían ir muy mal.

Otros que no pueden permitir que Pedro Sánchez se salga con la suya son los componentes de la caverna socialista. Y no sólo por razones ideológicas sino también por una cuestión de supervivencia. Porque si sale el gobierno de coalición, su jubilación será definitiva y sin paliativos. No solo habrá dejado de existir su influencia en el espectro socialista, sino también el uso que hacen de ella en sus relaciones con los poderes fácticos de la economía y de no pocas instituciones que ya desde hace mucho tiempo son sus principales interlocutores.

En ese contexto es muy relevante la consulta interna socialista de este sábado. Es de suponer que Pedro Sánchez la ha convocado porque está seguro de que va a ganarla, de que la mayoría de los afiliados votará a favor de la coalición con Unidas Podemos. Sólo cabe esperar que esta vez su predicción acierte plenamente. Y si hacía falta un indicio de que por ahí deben de ir los tiros, José Bono ha anunciado que apoyará esa salida, distanciándose como nunca de Felipe González, Alfonso Guerra y Rafael

Ibarra.

¿Qué ha llevado a estos últimos a volver a enfrentarse abiertamente con Pedro Sánchez? Aparte de los motivos personales antes esbozados, algo muy importante para ellos y para quienes, en los más diversos ámbitos de la sociedad, con ellos coinciden. Que no pueden permitir que Pablo Iglesias y los suyos entren en el gobierno, que la izquierda menos conciliadora toque poder. Ese es un anatema que les ha guiado desde hace muchas décadas.

El horror de Alfonso Guerra ante el riesgo de que un partido independentista catalán sea un ingrediente decisivo del éxito de un Pedro Sánchez al que siempre han combatido, tiene seguramente menos peso que lo anterior. No porque la vieja guardia del PSOE, o cuando menos algunos de sus más destacados miembros, hayan dejado de ser tan centralistas como siempre o porque también ellos empiecen a reconocer, como ve cada vez más gente, que sin diálogo, o “negociación” que no es tanta la diferencia, del pantano catalán no se va a poder salir nunca. Sino porque su experiencia política -la de unos dirigentes que pactaron tanto con Jordi Pujol, que a la postre era tan soberanista como Puigdemont, solo que más listo y más serio- les debe sugerir que un acuerdo para que ERC se abstenga no puede ser el fin del mundo.

Llegados a este punto, y visto que ni el PP ni Felipe González y los suyos tienen una alternativa al planteamiento de Pedro Sánchez, queda la incógnita final. ¿Será Oriol Junqueras el único, aparte de Santiago Abascal, que terminará prefiriendo unas terceras elecciones con tal de no perder peso en la escena política independentista? No cabe hacer pronósticos, la lógica que hace pensar que Esquerra se abstendrá puede ser desmentida por una salida final inesperada. Habrá que esperar.

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