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Trumping: la post-democracia

Trump, un presidente obsesionado con su imagen

Javier Aroca

Cual matón arrabalero, bigman de la aldea global, lo tenemos cada día entre nosotros, omnipresente. Sus órdenes nos ocupan, a algunos nos preocupan, mucha gente las teme y se resiste; ha conseguido atraer la atención de todos, ese es su éxito; empezó, nació políticamente, en los platós, en los reallity shows. Casi nadie lo quiere recordar ahora, quizá por eso de no entrar en sus propias contradicciones: es Trump. En gerundio, demostrando que iba en serio.

Era lo que se esperaba, lo que prometió en campaña, engatusando a millones d americanos. No, no iba de farol. En estas mismas páginas lo escribí, sus formas son de un populista, se maneja bien con esa herramienta, pero los hechos lo están demostrando, Trump es un ultraderechista, así lo dije y lo mantengo. Es más, a medida que avanza en sus objetivos, su actitud es más rayana en el fascismo. Un fascismo nuevo, no son las condiciones de EEUU, las de la Europa de los años veinte y treinta, pero su camino recuerda a los peores momentos de nacimiento de los fascismos europeos.

La distinción entre viejo y nuevo fascismo, la ha argumentado, entre otras, mi colega antropóloga Judith Batler. Su momento fascista, dice, empieza cuando Trump se arroga para sí las deportaciones masivas de inmigrantes, cuando amenaza con meter en la cartel a su rival Clinton, cuando insulta a los gobiernos chino y mexicano , avisando con restablecer la tortura más atroz y la reapertura de las cárceles negras de la CIA, o anunciando que se  retirará unilateralmente de los tratados de comercio. Las amenazas a la prensa van en el paquete. Son la oposición, dice, constatación práctica de un desnutrido partido demócrata. Y lo hará él, con su solo poder.

Su racismo, misoginia, su bravuconería no pagando impuestos, el situarse por encima de la ley es, además, una incursión en las emociones de un electorado desengañado que, en cierto sentido, se quiere retratar en sus anhelos y sueños-realidad de transgresor. Todo ello, en su conjunto, sostiene Batler, es el fenómeno fascista.

Los primeros pasos van en esa línea, las órdenes ejecutivas, poder ejercido de manera acelerada, son prerrogativas presidenciales que, así utilizadas, se convierten en arbitrarias y abusivas, orillando las leyes en vigor y el papel de la Cámara de Representantes y el Senado. Incluso, desprecia a su propio partido, hoy mayoría republicana, en un alarde de poder autocrático, fuera de control. Su otra manera de gobernar son las filtraciones y los tuits, que recuerdan a aquel Queipo de Llano, terror radiofónico de sus víctimas. Lo tendrá difícil, una cosa es su arrogancia y otras las instituciones democráticas norteamericanas, entre las que están la calle y el ejercicio constitucional de los derechos de manifestación y expresión, ferozmente defendidos por la prensa; esperamos  que no se dejen intimidar por el “conducatore”.

La “equidistancia cagona del gobierno español”

Pero nada de hipocresía, Trump no es original; si releemos su discurso inaugural, los parecidos y reflexiones de su proyecto e ideas son muy familiares en Europa y ampliamente compartidos por la derecha más intensa, incluso en España. Léanlo y compárenlo con algunos de los textos de la FAES de Aznar o de la Fundación Valores y Sociedad de Mayor Oreja. El antiislamismo de Aznar o Aguirre, por poner solo algún ejemplo, casa  muy bien con el presidente. Un antiislamismo selectivo, por supuesto, que excluye a sus amigos saudíes, para ellos, demócratas y ecuménicos.

Empezando por lo primero, Estados Unidos, America first, España, lo único importante, el grito fundacional de Alianza Popular, seguido por sus herederos naturales. Dios por encima de todo,  también, pero el suyo, y un odio al otro de rasgos marcadamente xenófobos; los muros, las deportaciones son propios de su ideología más radical.

Los radicales de todo el mundo se sienten amparados por su exageración. A las pocas horas de la toma de posesión, un envalentonado Netanyahu anunciaba miles de nuevas viviendas en los territorios ocupados de Palestina, para, a renglón seguido,    posicionarse a favor del muro en México, poniendo de ejemplo la eficacia de la vergüenza del suyo propio. Por cierto, con una equidistancia cagona del gobierno español insoportable, incapaz siempre de ejercer algún tipo de liderazgo en la América hispana. Las costuras de la sensible diplomacia internacional y de la paz  se rompen y la inestabilidad mundial es una amenaza.

Trump va contra del espíritu y la letra de la propia Constitución americana, con escasísimas posibilidades de habérsela leído, pero también de los propios principios  inspiradores de la democracia y del sistema de valores de sus principales socios, entre ellos, quizá, los más importantes, los europeos, también indignados mientras mantienen hipócritamente una política migratoria excluyente y un acuerdo con Turquía ignominioso. Trump ya está aquí, y esto no es ya la post-verdad, que es la mentira, sino la post-democracia que es el fascismo. Tal vez vayan juntos.

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