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Jordi Corominas i Julián

El día, no descubriré la sopa de ajo, ha sido de nervios y por una vez histórico de verdad por la altísima participación. Esa ha sido la única victoria de Artur Mas, convertir unas elecciones autonómicas en unas plebiscitarias con un resultado pésimo para sus intereses.

Con el 99,9% escrutado Junts pel Sí saca 62 escaños, los mismos que CiU en 2010 y nueve menos que la suma de la antigua coalición junto a ERC en 2012. Por lo tanto una cierta idea nacionalista se ha difuminado a nivel electoral. Eso es indudable, pero sus líderes no parecen aceptarlo. Durante cinco años han apostado por un marco de realidad concreto que ha salido derrotado desde un análisis objetivo de los resultados. La no aceptación del batacazo ha sido visible en sus discursos de la victoria. Junqueras ha demostrado muy poco sentido político y sus pasos parecen caminar hacia una peligrosa y delirante cerrazón. Lo mismo puede decirse de las palabras de Artur Mas, quien ha seguido con el estribillo de identificar su candidatura con toda Catalunya, algo desmentido en estos comicios. La guinda la ha puesto Raül Romeva con su grito de un sol poble, peligroso por reminiscencias pasadas. ¿Durará Junts pel Sí o se disolverá como Solidaritat Catalana a principios del siglo pasado?

La otra cara del bando independentista ha triunfado relativamente. El notable aumento de la CUP más que a su candidato se debe a un desvío de un determinado sector de ERC descontento con su unión con Convergència, quizá no tan poco natural como se piensa pero sí extraña a partir de la Historia del Catalanismo, un juguete muerto por la brutal irrupción del Nacionalismo. Pese a ello el papel de Baños y los suyos será determinante. Pueden poner contra las cuerdas a Mas, dificultarle mucho la investidura presidencial y hasta imposibilitarla para precipitar una nueva cita en las urnas.

La suma de ambas formaciones suma un porcentaje cercano al 48% de los votos, insuficiente para enchufar el motor de una declaración unilateral de independencia, escasísimo para proclamar una victoria en las supuestas plebiscitarias. El recurso empleado para cantar el triunfo es la ambigüedad de Catalunya Sí que es pot, falsa porque una cosa es defender el referéndum y la otra sugerir a los ciudadanos una respuesta afirmativa en el mismo.

Catalunya sí que es pot tuvo sus opciones antes del anuncio de la candidatura de Junts pel Sí. En junio tenían treinta escaños en las encuestas, casi empatando con CDC. El desbarajuste posterior se ha debido al poco conocimiento que el electorado tenía de Rabell y, en mi modesta opinión, a una confusa campaña de comunicación donde también ha sido importante renunciar a la marca Podemos y ni siquiera contemplar que quizá les hubiera ido mejor, para aprovechar el efecto Colau de las municipales, llamarse Catalunya en Comú. Sus once escaños son un aviso para navegantes de cara a septiembre, aviso del que asimismo deben tomar nota los dos grandes partidos nacionales.

Entre baile y baile el PSC cree haberse salvado de la quema. Iceta ha sabido transmitir bien su mensaje federalista con una serie de propuestas creíbles. 18 escaños valen para mitigar pérdidas autonómicas, no así para las generales, donde para ganarlas el PSOE necesita tener unos resultados sobresalientes en Catalunya. Así lo avala la tradición.

El problema se plantea desde otra vertiente para el PP. Albiol no ha sido un revulsivo, y desde luego no puede ser el interlocutor del No con el bloque independentista. De cara a las legislativas de diciembre este batacazo no creo que sea tan decisivo. Quizá nos sorprendamos y el centro gravitatorio de las mismas, el espacio fundamental, se traslade a Andalucía dado el incremento de la atomización catalanas.

Los indiscutibles ganadores se encuentran en Ciudadanos. El mérito es tanto de Albert Rivera como de Inés Arrimadas, denostada por muchos pero que al final ha demostrado ser una candidata capaz de enarbolar un discurso propio muy útil desde el marco planteado por el Soberanismo. Han sabido captar la polarización y derivarla en beneficio desde la bandera de la nueva política. Su ascenso en estas autonómicas puede tener efecto de onda expansiva nacional por la proximidad con las legislativas, donde con toda probabilidad pueden ser decisivos ante el incierto panorama sin mayorías que planea en el horizonte.

De hecho es muy tentador leer estas elecciones con la mirada puesta en diciembre, entre otras cosas por la necesidad de hallar nuevas posibilidades de diálogo. La convocatoria ha demostrado un tope para el independentismo, frustrado en su anhelo de mayoría incontestable pese a todo el dinero invertido, el rotundo favor de una televisión pública entregada a la causa y una campaña impecable en principio por saber aunar una idea en un solo cuerpo. El fracaso, en mayúsculas, de su propuesta debería generar un replanteamiento. Quizá ha llegado la hora del adiós de Mas, como deseo llegue en breve la de Rajoy. Estos dos hombres son los dos rostros más visibles de un maniqueísmo insano. Para terminar con esta pesadilla conviene pactar de una maldita vez, convocar un referéndum, salir de dudas y negociar un nuevo marco constitucional. Todos estos pasos se enmarcan en la tan denigrada tercera vía. Tras el hundimiento, por empate técnico, de la polarización sería fantástico despejar el cielo y abrir, de verdad, un nuevo camino basado en el realismo desde la política

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