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Una ética y una política que vayan de la mano: más allá del pujolismo

Jordi Mir Garcia

En los últimos años se han multiplicado las demandas de ética. Ha pasado a formar parte de un determinado sentido común, incluso de un discurso dominante, expresar la falta de ética en la que vivimos o hablar de una crisis ética. Hablamos mucho de ética, de la ética que falta, de la ética que no tenemos... Y hablamos de ella porque entendemos que esta falta o su perversión está en el origen de la crisis económica y política que vivimos. Hablamos de falta de ética en los comportamientos de los grandes fondos internacionales que especulan con materias primas o recursos básicos para la vida de las personas. Podemos hablar de falta de ética cuando conocimiento la manera de actuar de las entidades financieras en el caso de la comercialización de algunos productos como las preferentes o determinadas hipotecas. Podemos hablar de falta de ética cuando vemos que estamos rescatando con dinero público a las entidades financieras que han quebrado, pero estas están expulsando de sus casas a las personas a las que concedieron una hipoteca que ahora no pueden pagar...

¿Podemos decir que falta ética en nuestras sociedades? Si hablamos con propiedad, diría que no. Ética hay, pero el problema es que se fundamenta en valores y principios que quizás están bastante alejados de los que nos gustarían. La ética es reflexión, análisis, sobre los comportamientos que tenemos, sobre nuestra moral. Todo comportamiento acaba teniendo algún tipo de fundamento moral que lo guía. Y pensamos sobre qué actuaciones consideramos más adecuadas para nuestra vida personal o colectiva. En las actuaciones que criticamos por falta de ética o de moral muchas veces la hay, pero no la compartimos. Hay un comportamiento que se fundamenta en la moral del beneficio particular sin tener presente otros posibles efectos. Analizan los comportamientos morales posibles y optan. No se comportan como lo hacen por desconocimiento, por no saber cómo hacerlo de otro modo. Podrían optar por otros principios o valores. Escogen estos, tienen una moral y piensan éticamente. Es por todo ello que no considero oportuno hablar de falta ética o de moral. Lo que me parece más adecuado es hablar de qué moralidad consideramos necesaria desarrollar como personas individuales y como sociedad. Hacer una reflexión ética colectiva sobre cuáles deben ser los cimientos de nuestra sociedad y de nuestro comportamiento particular.

El presidente Pujol ha hablado tanto de la necesidad de valores como de la difícil relación entre la ética y la política. En una conferencia muy clarificadora hace pocos años recogió algunas de sus ideas principales. Pujol en un ejercicio loable aportaba complejidad y mostraba las dificultades de la unión de la ética y la política. La suya era una doble apuesta: por la llamada realpolitik desde las instituciones, que en muchas ocasiones no será compatible con los propios valores, y por la coherencia en la vida personal. Hoy, ante la comparecencia de esta tarde, asistimos a su falta de coherencia por no cumplir con los valores y principios que siempre ha defendido y promovido en la vida personal. Pero quizás la gran objeción a su trayectoria tiene más que ver con sus políticas que con su vida personal, no se quiere aceptar tener que hacer una política contraria a la propia ética. Si hoy hay una reivindicación de ética y de otras maneras de hacer política es porque la política institucional existente no ha conseguido unir bastante bien las dos esferas.

La reflexión ética tiene poco que hacer cuando decidimos explicita o implícitamente que lo que guía nuestro comportamiento individual o colectivo es el beneficio económico, la maximización de los beneficios sin atender a otros criterios. Asumir estos objetivos, estos comportamientos, significa una opción ética de las muchas posibles. Alguien dirá que en nuestra sociedad no hay alternativa. Que más allá de nuestras posiciones de moral individual no podemos enfrentarnos a un sistema, que nos lleva por estos caminos. Escuchamos personas que trabajaban en las entidades financieras diciendo que a pesar de saber que las preferentes se estaban colocando a personas que quizás no eran las más indicadas tenían obligaciones de la empresa con las que cumplir. Escuchamos periodistas que una vez ven peligrar su puesto o ya lo han perdido explican las directrices que condicionaban su labor... ¿Tenemos opciones para desarrollar un pensamiento ético y una política individual y colectiva que se enfrente a estas situaciones o sólo podemos aceptar nuestra subordinación?

Hoy crecen colectivos que buscan transformar la realidad lo hacen dando tanta importancia a los objetivos como a los medios. No se impone una política supuestamente real a la que hay que subordinar la propia ética. Se busca una manera de hacer que sea transformadora para lo que busca y también por los caminos que sigue para conseguirlo, una cosa no puede ir separada de la otra. No se puede hacer esta renuncia. ¿Será siempre posible? Ya se verá. De entrada, ni renuncias ni maximalismos. Propuestas prácticas, viables, y rupturistas. Surge una ética de las obligaciones, por los derechos que se quieren garantizar, y de la decisión, por todo aquello a lo que hay que enfrentarse para conseguirlo.

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