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La plaza Sanllehy como síntoma

La plaza Sanllehy, en el barrio de Horta de Barcelona, es desde hace 8 años un pozo inmenso debido a la construcción de la L9 de metro. /CARMEN SECANELLA

Jordi Corominas i Julián

Hay una Barcelona oculta a los ojos de sus propios ciudadanos, demasiado acostumbrados a una serie de trayectos que configuran su rutina. El barcelonés es un ser perezoso que considera lejanas zonas que con el transporte público están a su alcance. Para los vecinos del Baix Guinardó es una suerte que su barrio sea un gran desconocido, pero en medio de esta ignorancia algunos puntos indican que está realidad está cerca de desaparecer.

La pasada primavera el Hospital de Sant Pau se llenó de personas deseosas de aprovechar la visita gratuita de sus instalaciones modernistas. La restauración de este importante legado actuará en el futuro cómo otra acumulación más de turistas que enlazarán la Sagrada Familia con la obra cumbre de Domènech i Montaner. La avenida Gaudí lo permite, así que no debemos sorprendernos en exceso. Más increíble sería que la masa de visitantes anónimos se molestará en ascender la calle Cartagena, acceder a Virgen de Montserrat y contemplar el Mas Ravetllat, aun oculto entre una tupida maleza que le confería un camuflaje destinado a ser un espacio público que insufle vida a un punto gris entre tráfico, suciedad de las fachadas y el desdén colectivo, normal hasta cierto punto si seguimos la ruta y miramos cariacontecidos la extraña plaza de la Font Castellana, horrible y precaria para la circulación de vehículos.

Si fuéramos un poco más abajo llegaríamos a Camelias, recordaríamos a Mercé Rodoreda y hasta podríamos alucinar con la Casa Josep Barnolas, edificio modernista de 1916 con un perro y un mono en su portal, ocultos porque nadie, y casi es una bendición que por desgracia rompo, se ha preocupado en dar importancia a la exuberante modestia de muchas construcciones fuera del circuito que llena de dinero las arcas condales.

Pero no nos desviemos. Quiero llegar a la plaza Sanllehy. Alguna vez paso por ella cuando me encamino al Delicias del Carmel. Es el inicio de una horrenda cuesta que para los extranjeros es la puerta de acceso del Parque Güell. Antes, para cualquier barcelonés, era un enclave peculiar al lado de la desaparecida Clínica Quirón. Ahora, como siempre, es una especie de frontera entre Can Baró, Gràcia, el Baix Guinardó y el barrio de la Salut, ya muy apartado de ese esplendor de villitas que tan bien reflejó Marsé en algunas de sus novelas como La oscura historia de la prima Montse.

El traslado del Hospital a las alturas supuso una pequeña muerte nada orgásmica que se completó con la creación del búnker acorazado de la plaza que homenajea al que fue alcalde de Barcelona entre 1906 y 1908. El actual ha decidido acelerar la reforma de la plaza, reivindicada como algo más que necesario para un grupo de vecinos que, entre otras cosas, reclaman eliminar el muro de la vergüenza repleto de pintadas, recuperar el uso público de la plaza y buscar trayectos alternativos para la miríada de autobuses que cada día pasan en su camino hacia Eldorado modernista de la cima, del que ya hablaremos en otro artículo dedicado a cómo el ticket de pago no es todo lo eficiente que debería.

Uno ve la plaza Sanllehy y siente pena. La resolución municipal huele a elecciones y a una legislatura donde las plazas, quién lo diría, tienen una importancia capital en la política urbanística del señor Trias. Lo vimos con las futuras, y lucrativas, del Paralelo y lo observamos desde otra perspectiva con el proyecto de las Glorias, herencia socialista que pretende ser la niña bonita del gobierno convergente entre Encantes, centros comerciales, el Disseny HUB y la eliminación del scalextric que los carteles llaman, muy a lo Ferran Adrià, deconstrucción.

Las otras plazas que han sufrido reformas dignas de elogio son las islas interiores del Eixample, donde hasta se ha querido quedar bien con la comunidad femenina porque la mayoría tienen nombres femeninos para que el nomenclátor se acerque a la paridad. Estas nuevas parcelas de convivencia cumplen un sueño conservador donde es fácil localizar a un sinfín de familias que las aprovechan desde su concepción inofensiva simbolizada por una entrada central que elimina el concepto de ágora con sus cuatro ingresos, iguales a los puntos cardinales de lugares como la plaza del Sol o la plaza Catalunya donde sí se cumplía, salvo cuando se tapona cualquier actividad con pistas de patinaje, la idea de plaza como espació de comunicación humana, algo cada vez más complicado entre carteles de prohibido jugar a pelota y otras indicaciones que convierten lo urbano en un territorio medio privatizado regido por normas que rozan lo surrealista.

Esto es palpable en el Raval, donde sí hay espacios para practicar deporte entre rejas, como si BCN quisiera ser Nueva York. Los chicos no protestan, pero verlos encerrados es una triste visión, sobre todo, como ocurre con quien escribe, si de pequeño has dado patadas a un balón en el Hospital de Sant Pau. Civisme al metro, si us plau.

Mi gran duda sobre la plaza Sanllehy es cómo será su nuevo diseño ahora que se han parado las obras de la línea nueve, esa kilométrica extensión subterránea que ha costado mucho más dinero del inicialmente previsto, lo que en los tiempos actuales suena a muy sospechoso. La pobre plaza era de arena y temo que ahora la conviertan en esa masa dura que uniformiza toda la ciudad, donde es muy difícil dar con alguna desprovista de ese asfalto que impulsó Oriol Bohigas, a quien se le reconocen aciertos y también muchos defectos, pues no me resulta agradable pisar siempre el mismo suelo porque uniformiza Barcelona desde la falsedad dado que cada barrio es un microcosmos independiente. Basta ver fotos antiguas para darse cuenta del despropósito. La plaça Nova de la Catedral queda bien, se crea un efecto a lo de Chirico, y lo mismo acaece con la del MACBA. La Barcelona metafísica de estos dos detalles contrasta con la esclavitud de lo duro en Gracia, donde sólo se salva la plaza Joanic, excepción marcada por una serie de condicionantes típicos y tópicos de lo contemporáneo: Parque infantil, parking para adultos, bancos proclives a la incomunicación, menos notorios que en otras partes del entramado, y unos cuantos árboles para arreglar bien el expediente, perquè el verd fa bonic i som sostenibles. No sé qué dirá la casa con esgrafiados de la esquina con Ramón y Cajal, una preciosidad de 1880 que se desmorona porque cuenta más lucir modernidad de marca que preservar el patrimonio popular.

Antes he olvidado comentar que muchas de las islas interiores del Eixample se cierran por la noche, otra prueba más de la voluntad privatizadora, presente también en la plaza de les Dones del 36 del barrio de Gracia,, inaugurada durante el verano de 2009 con mucha polémica entre sus barrotes, el horario que desentona con el espíritu local y promociones ideadas para gentrificarla mientras muchos residentes deben abandonar su lugar de origen por falta de medios. Pasearla es algo desolador por la diferencia de su diseño, la abundancia de carteles de se alquila en locales y domicilios y una profunda desafección de un sitio desangelado que hasta hace poco se llenaba de enormes agujeros porque su sistema de cloacas no evacuaba bien las aguas. Una chapuza, sí, como tantas otras entre las que figuran la reforma de la Diagonal, al final resultará que Hereu era un demócrata de los buenos y sensatas sus propuestas para esa arteria, y gastarse dinero en Rambla Catalunya cuando siempre ha sido espléndida, no como la pobre plaza del Poble Romaní, privada de uso desde hace más de un lustro al estar repleta de barracones escolares que esperan esfumarse para desarrollar sus actividades en la reclamada Escola de l’Univers, con hueco en la calle Bailén tras múltiples peticiones, finalmente atendidas.

El proceso de recuperación de lugares necesarios para el ciudadano es más dificultoso que la construcción del Coliseo de Roma. Se tardaron ocho años, muchos menos que en terminar la plaza Lesseps, donde quizá aun figure esa masa horizontal similar a una escultura del siglo XXI. Siga o no ahí está claro que el ciudadano debe esperar la convocatoria de comicios para resolver problemas esenciales mientras se le priva de conocer bien el lugar donde reside y le quitan foros de reunión naturales, útiles para legislar restricciones y ganar dinero entre susurros. Aquí hemos catalogado unos pocos, dejándonos muchos en el tintero. Ya verán cómo dentro de unos meses surgen nuevos. La rueda nunca deja de girar.

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