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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El logrado nuevo Estado fallido de la Unión Europea

Un bombero trabaja en la extinción de un incendio en un centro comercial tras un bombardeo en Donetsk, Ucrania, el 5 de junio.

Àngel Ferrero

Moscú —

El 25 de mayo fueron ejecutados en la Plaza de la Independencia de Kiev –más conocida como Maidán desde las protestas del año pasado– el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, su primer ministro, Arseni Yatseniuk, y el presidente de la Rada Suprema, Volodymyr Groysman. No en persona, por supuesto, sino en efigie. Con esta acción, los manifestantes protestaban por el drástico aumento del precio de la calefacción: un 66%.

No es la única cifra de la que los ucranianos tienen que preocuparse últimamente. Las exportaciones se desplomaron en 2014 un 16,6% –las exportaciones a Rusia, su principal comprador hasta hace muy poco, hasta un 35,2%–, la inversión externa cayó por debajo de los mil millones de dólares y la renta per cápita se sitúa en los 2.082 dólares, mil dólares menos que en 2014, cuando se encontraba en los 3.085 dólares (Bielorrusia: 8.042 dólares; Rusia: 12.926 dólares).

Una semana después se hacían públicas las previsiones del Fondo Monetario Internacional, según las cuales la economía ucraniana podría llegar a contraerse un 9% en 2015 -en el último trimestre de 2014 ya lo hizo un 15,2%- y la inflación podría dispararse hasta el 46%, con el precio de algunos productos duplicándose y hasta triplicándose en los últimos meses. Según informaba el New York Times el pasado 5 de junio, en los supermercados comienzan a pudrirse algunos frutos de importación: apenas queda quien pueda permitírselos.

Necesitada de fondos, Ucrania ha firmado un acuerdo de rescate con el FMI por valor de 17.500 millones de dólares sujeto a reformas. Entre otras medidas, el Parlamento aprobó a comienzos de marzo revisar el presupuesto para recortar las pensiones un 15% (en diciembre de 2014, un jubilado ucraniano podía cobrar una pensión de 68,75 dólares mensuales).

Periódicamente, cerca del edificio de la administración presidencial se reúnen decenas de personas para pedir un “Maidán 3.0”. El 2 de junio se les unió un grupo de madres que protestaba contra la guerra en Donbás y la situación de sus hijos en el frente. El 5 de junio, una manifestación nacionalista recorría las calles de Lviv tras una pancarta con el lema “Gas +280%, salarios -300%”. Un día después, 3.000 personas, según la agencia TASS, se manifestaban en contra del gobierno en Kiev con pancartas con lemas como “Fuera este gobierno incapaz”, “Elevad las pensiones”, “¡Tenemos hambre!” o “Señor, ¡sálvanos de este gobierno!”.

Pero estas protestas sociales ya no interesan mucho. Los ministros de Exteriores de la Unión Europea ya no vuelan en sus jets privados a estrechar la mano a los manifestantesjets, no hay funcionarios estadounidenses repartiendo panecillos ni saltimbanquis de la prensa internacional apuntando sus cámaras a las fotógenicas columnas de humo, cabezas vendadas y barricadas en llamas.

La “nueva Ucrania” se asemeja en muchos aspectos a la “nueva Rusia” de los noventa. Ambas comparten la terapia de shock neoliberal recomendada por el FMI y el silencio cómplice de gobiernos, think tanks y medios de comunicación occidentales, que omiten el fracaso de las políticas neoliberales del Ejecutivo de Poroshenko y lo atribuyen en exclusiva al conflicto en el Este del país. La guerra en Donbás supone, sin duda, un grave lastre para la economía ucraniana.

Pero no es menos cierto que este conflicto se debe, entre otros motivos, a la decisión de Poroshenko de atajar las protestas en el Este del país con una intervención militar –oficialmente denominada “operación antiterrorista” (ATO)– que inflamó el sentimiento nacionalista prorruso, y que entre los motivos de esta contundente respuesta del Ejecutivo ucraniano cabe presumir no solamente el temor a una nueva secesión tras la de Crimea, sino el control de esta importante cuenca minera. Ucrania se encuentra entre los diez primeros países en reservas mundiales de carbón, una materia prima que a pesar de estar mundialmente considerada como una fuente de energía sucia, es objeto de un renovado interés: el escaso desarrollo de las alternativas a los hidrocarburos ha llevado a algunos países a volver a prestar atención al carbón y a los procesos para convertirlo en combustible líquido sintético o gas (“coal-to-liquid” y “syngas”, respectivamente).

Con todo, el Estado fallido de Ucrania puede que sea, paradójicamente, el mayor éxito de la Unión Europea y EEUU. Stefan Meister, director del programa sobre Europa oriental, Rusia y Asia Central de la Fundación Robert Bosch, escribía a finales de febrero pasado un artículo donde sostenía que tanto Ucrania como la UE tendrían que aceptar no ya la pérdida de la península de Crimea, sino también de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk “para salvar al resto de Ucrania y prevenir una futura desestabilización del Estado” ucraniano, que depende enteramente de la capacidad negociadora de Bruselas. Sea cual fuere el resultado definitivo (secesión, congelación del conflicto, autonomía dentro del país), parece que Washington y Bruselas pueden convivir con la idea de una Ucrania convertida en una suerte de reactor nuclear averiado irradiando su hostilidad y sus problemas hacia Rusia.

Además, el estado de la economía ucraniana empujará a muchos ucranianos, especialmente los jóvenes, y entre éstos, los más cualificados, a la emigración hacia una Europa -particularmente Europa central- cada vez más envejecida y necesitada de mano de obra. No en vano la embajada alemana en Kiev publica desde enero en su página de Facebook anuncios como éste: “Trabajar en Alemania, ¿quién no ha soñado alguna vez con eso?”.

En el fondo se trataría de una versión de lo que el actual ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis denominó en 2013 “kosovarización de la periferia europea”: “Después de todo, Kosovo es un protectorado de la Unión Europea”, dijo Varoufakis en una entrevista al diario The Telegraph, “donde las decisiones más importantes (incluyendo las privatizaciones, la energía y la seguridad) las toma un funcionario en Bruselas, el euro es la moneda del país (sin que por descontado ningún oficial kosovar juegue ningún papel en las decisiones de política monetaria), el gobierno local está monopolizado por la cleptocracia local y, trágicamente, el desempleo es tan elevado que la mayor exportación del país son sus jóvenes”.

Ante esta situación, el gobierno en Kiev ha optado por intensificar su discurso nacionalista. El 5 de julio, Poroshenko llamó al país a prevenir la formación de una “quinta columna” y detener el avance electoral de las “fuerzas promoscovitas”. Mientras tanto, con la aplicación de la ley de “descomunistización” comienzan a desmantelarse las estatuas de Lenin y a retirarse los símbolos soviéticos de los espacios públicos, incluyendo los museos, donde su presencia se podía entender, al menos, por motivos históricos.

En la nueva Ucrania también se penaliza cuestionar el papel del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) en la Segunda Guerra Mundial, lo que ha pasado a considerarse una “profanación de su memoria”. Dado que la UPA cometió numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad contra ciudadanos polacos y rusos, muchos de ellos judíos, esta ley convierte nada menos que en delito criticar a criminales de guerra y corre un tupido velo sobre la limpieza étnica que la UPA realizó contra los polacos en Vohlynia y Galicia oriental, entre otros crímenes.

Aunque su representación parlamentaria es, efectivamente, marginal, todo este discurso nacionalista proporciona un balón de oxígeno a los partidos de extrema derecha para que sigan intimidando a potenciales opositores en las calles de las ciudades ucranianas, ayudando en última instancia al gobierno. Por otra parte, el nacionalismo retórico y simbólico contrasta con el escaso interés del gobierno ucraniano por el bienestar de sus propios ciudadanos y hasta soldados.

Hasta Ukraine Today, el canal de televisión creado en agosto de 2014 para apoyar al nuevo gobierno, se veía obligado a reconocer en una noticia del 15 de mayo la falta de interés de la administración y el público hacia los soldados heridos en Donetsk y Lugansk. Según un soldado y una enfermera entrevistados por este medio, en los hospitales escasean las medicinas, las sábanas y la ropa para los heridos, y los destacamentos en el frente carecen de alimentos, ropa e incluso hojas de afeitar y papel higiénico, que han de enviar familiares y organizaciones de apoyo.

Ucrania se adentra en una espiral de austeridad y tensión bélica cuyo resultado definitivo nadie es capaz de prever. Según la Fund for Peace, que todos los años publica un Índice de Estados fallidos, éstos se caracterizan por: a) una pérdida del control de su territorio o del monopolio del uso legítimo de la fuerza; b) erosión de la autoridad legitimada para tomar decisiones colectivas; c) incapacidad para proporcionar servicios públicos; d) incapacidad para interactuar con otros Estados como miembro de la comunidad internacional. Y si Ucrania no es eso, ¿entonces qué es?

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