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'7 años', la amistad secuestrada en paraísos fiscales

Francesc Miró

Estrenar una película exclusivamente en Internet y que no pase por los cines ya no es el futuro, es el presente. Y con la llegada hace un año a nuestro país de Netflix, el gigante del VOD nortamericano, era cuestión de tiempo que anunciasen producciones propias que no se verán en la gran pantalla.

El primer proyecto en España fue a caer a las manos de Roger Gual, un realizador cuyo primer largometraje, con el que 7 años comparte el tono, mereció el premio a Mejor Guión en el Festival de Málaga, Mención Especial del Jurado en Karlovy Vary y Mejor Dirección Novel en los Goya de 2003. Se trataba de Smoking Room, una eficaz sátira socio-política que hablaba de una realidad española previa a la crisis de un vacío moral totalmente definitorio.

RemakeMenú degustación, sus siguientes filmes, ampliaban horizontes en cuanto al mero plano formal: la primera ataba mentalmente a los personajes a una masía, aunque el espacio cambiase. Y la segunda los llevaba hasta la cena en un restaurante de lujo, con resultados más que cuestionables según la crítica.

Parece que el ensayo y error le ha llevado hasta 7 años, un thriller en un único espacio que es la excusa perfecta para sacar la verdadera psicología de unos personajes perversos pero creíbles. Una película cuya principal habilidad es sacarle jugo a su vuelta de tuerca: si en Doce hombres sin piedad se buscaba al verdadero asesino, y en La Soga un cadáver en un arcón, en 7 años se busca a la persona más conveniente para ser señalada como culpable de un delito.

Cuentas en Suiza, cloacas en España

7 años cuenta la historia de cuatro amigos y exitosos emprendedores que fundaron una empresa de nuevas tecnologías y aplicaciones digitales hace años. Un día, se reúnen y se encierran en su oficina: la UDEF les ha pillado desviando fondos a un paraíso fiscal y va a por ellos. Para que no terminen los cuatro con sus huesos en la cárcel, uno de ellos debe asumir las responsabilidades. Así que tienen que decidir, entre los cuatro y por consenso quién va a pasar siete años de su vida en prisión.

“Pasa pocas veces que llegue a tus manos un guión que no puedas parar de leer”, nos cuenta el director de la película, “pero el material de partida era genial y supimos ver que había una gran historia”, dice Gual. Si conseguía financiación volvería al punto de partida que le reveló como cineasta: meter a unos personajes de arquetipos predeterminados en un solo espacio, para ir desmontando dichos arquetipos pieza por pieza. 

El resultado empieza siendo una batalla dialéctica en la que, durante su tedioso arranque, ninguno de sus actores parece realmente convincente. Pero eso es porque aún cumplen los roles que aparentan: cuando los trapos sucios empiezan a salir, las acusaciones desnudan psicológicamente a todos ellos hasta dejar sus oscuros secretos a la vista del público. “Todos los actores aportaron al guión. Yo siempre digo que un guión es una herramienta de trabajo, no un objeto que haya que idealizar, sirve para leerse durante el rodaje y se puede cambiar e incluso romper”, defiende Roger.

“Siempre pretendo no forzar las situaciones, es decir, no convertir a un actor en un personaje, sino dejar que el personaje se acerque al actor. De esa manera, tras algunos ensayos, ellos mismos comprendían y captaban cosas que a nosotros se nos escapaban”, explica el realizador catalán.

La limitación del espacio puede ser, para muchos, una imposición insuperable, pero para otros no es más que otro método para insuflar energía a la narrativa. Roger defiende que para rodar, su método le funciona: “Cada maestrillo tiene su librillo. Antes de rodar definimos la situación que escenificamos y cuando grabo, lo hago siempre en planos secuencia para que los actores estén en situación constantemente”, explica.

En 7 años, los grandes empresarios que defraudan y evaden pagan un alto precio. El delito económico revela la verdad: quienes pensabas que eran tus hermanos, tu familia, te apuñalarían por la espalda si de ello dependiese ahorrarse la cuchillada para sí mismos.

Aún así, Roger Gual no tiene claro que en nuestro país quien la haga la pague. “Creo que se está demostrando que no”, dice resignado. “Es así, no es una opinión: abres el periódico y ves que la impunidad es norma. Yo creo que la película da que pensar en este sentido, y si sirve para que pensemos en cuáles son nuestros valores morales y en porqué defendemos lo que defendemos, habrá cumplido su objetivo”, sentencia. “Vivimos y nos movemos en base a los principios éticos que nos han enseñado, pero hay algo más. Algo oculto. La gente debería preguntarse qué es”.

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