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“En Internet somos a veces nuestros propios enemigos”

Noel Ceballos. Foto: Alejandro Cascallana

John Tones

Internet Safari, más que un ensayo sistematizado y ordenado sobre la Red, es un viaje en primerísima persona (arranca dejando claro qué relación tiene exactamente el autor con Internet, cómo arrancó y qué momentos la han marcado) sobre el impacto de lo digital en nuestras vidas. Noel Ceballos, excepcional analista de cómo la cultura pop se enmaraña con nuestro día a día, cubre un amplio espectro de temas, desde villanos de muy distintas categorías a experimentos sociales a través de redes sociales aparentemente inofensivas, ultimísimas innovaciones tecnológicas a partir de Google o la muerte de la ironía. Hablamos de todo ello, de cómo Internet nos manipula y como nos encanta dejarnos manipular.

Tu libro arranca contigo definiéndote de una manera muy específica: como alguien que no es un nativo digital, pero que vivió el nacimiento de Internet en plena adolescencia. ¿Qué caracteriza a las nuevas generaciones de usuarios de Internet?

Son gente que ha aprendido a relacionarse entre ellos de una forma basada en la imagen, y sobre todo en la imagen de sí mismos. Es algo que se vio con el fenómeno de las selfies en funerales, que a la gente le pareció mal por su punto chocante, pero es que quizás ahora esa es la manera que tiene una generación educada en la imagen de expresar que se siente triste. Yo creo que tanto eso como los emojis quieren hacer primar imagen sobre palabra.

Lo que se traduce en un empleo distinto de las redes sociales...

Sí. Según los últimos estudios, la red social que más usan los nativos digitales no es Twitter, sino Instagram y Vine, completamente basadas en la imagen. Reproducen de manera más fiel la conversación oral, porque Twitter es muy rara, un híbrido entre conversación y escritura. Otras como Snapchat, además, incluyen en su mecánica la propia fugacidad de la conversación habladas, ya que las cosas dichas en esa red desaparece al poco tiempo de haber sido expresadas.

Todo el libro transpira cierta fascinación por la cultura adolescente: cómo encuentra nuevas formas de expresarse, por ejemplo.

Lo que realmente encuentro fascinante son las carcajadas que provocan en los adultos, y que estos emplean para enmascarar una ansiedad, porque es una cultura les resulta incomprensible. A mí me gusta indagar en por qué los jóvenes hacen lo que hacen y no dejarlo en ese “son jóvenes y son idiotas” que está lleno de prejuicios. Se trata de una generación que está cambiando o que ya nació cambiada porque apareció con Internet.

Y eso te lleva a elogiar la sofisticación de algunas formas de agrupación adolescente, como los clubs de fans. En un caso concreto comparas estos clubs con la organización descentralizada de las células de un grupo terrorista...

En el documental del grupo musical One Direction, dirigido por Morgan Spurlock, aparece una infografía en la que se ven flechas saliendo de una ciudad a otra y multiplicándose con tentáculos, lo que recuerda a una organización terrorista. No sé si está hecho de forma voluntaria o simplemente querían dar la idea de que son redes globales, pero también es así como se organiza Anonymous. Es decir, esta organización descentralizada tanto sirve para grupos de fans de productos adolescentes como para protestas a escala mundial.

Hablando de Anonymous, en el libro lo mencionas tanto como una fuerza que equilibra la balanza del poder como sacas a colación la Fiesta Anonymous que montó Froilán de Borbón cuando era relaciones públicas de una discoteca. ¿Qué calado real crees que tiene Anonymous?

Lo fascinante de Anonymous es que puede ser lo que quieras y a la escala que quieras. Es como una metáfora a escala reducida de Internet, que puede servir para generar un cambio en el mundo o para difundir vídeos de gatitos. Es una herramienta que cada uno usa para lo que quiere, y Anonymous es eso en el fondo, un icono que ha pasado por distintas fases, muchas de ellas pre-Internet. Internet lo ha transformado en otra cosa, y puede llegar a ser, también, una fiesta en una discoteca que organizan niños bien y que se ponen esa máscara para no mezclarse con el pueblo. Eso es pervertir el icono, pero es que lo que me interesa es eso: cómo se transforma la identidad de un icono según quién lo manipule.

Según a quién le preguntes, Anonymous también funciona como una personificación de los villanos de Internet, un concepto que claramente te resulta muy interesante: cómo la Red despierta nuestro lado oscuro y se personifica en identidades carismáticas. ¿Están indivisiblemente unidos los villanos al medio?

Quizás la abundancia de villanos en Internet tenga que ver con dos cosas. Por un lado, el anonimato: hay gente que en la vida real no se atreve a dar rienda a determinados impulsos porque sabe que pueden tener consecuencias, pero en Internet encuentra vía libre. Y por otra parte, está la sensación (que se irá borrando con los años) de que Internet es una realidad alternativa, una sensación similar a la de un videojuego: si te matan no pasa nada. Creo que muchos de los problemas que estamos teniendo ahora, como todo lo relacionado con Ashley Madison, el celebgate, o tuits del pasado que salen ahora a la luz y fuerzan una dimisión, como pasó con Guillermo Zapata, es porque nos estamos dando cuenta de que las cosas que se dicen y se hacen en Internet sí que tienen peso e importancia en la vida real.

Pero durante los primeros años, o el periodo que trata el libro, que es a partir de 2001, sí que se dieron muchos supervillanos, algunos con intenciones nada megalómanas y algo cutres, pero otros que pasaban de ser un troll de base a convertirse en alguien que tenía el troleo como forma de vida. Y además son gente que acaba mal en la mayoría de las ocasiones. Forma todo parte del proceso de aprendizaje que estamos teniendo como sociedad: el medio está creciendo y poco a poco nos vamos dando cuenta de hasta dónde podemos llegar.

Uno de mis casos favoritos de villano internáutico, quizás por ser de tipo mixto al haber nacido en televisión, es el del tronista de Mujeres, hombres y viceversa, Rafa Mora ¿Ha nacido con Internet un tipo de fama que antes no se daba?Mujeres, hombres y viceversa

Telecinco y la productora de Gran hermano, Endemol, han sido precursores de este nuevo estilo de fama: gente que se hace famosa por sí misma, no por su obra. Estamos en una época donde los límites de la propia identidad se debaten continuamente, y gente como los youtubers se colocan en el centro de ese debate mostrándose naturales y sin ningún tipo de filtro, demostrando que eso es lo que busca ahora la gente joven, una identificación instantánea.

Rafa Mora es un producto de eso, porque es fruto de un programa de telerrealidad y además ha sabido aprovecharse de ello con redes sociales y en lo que él llama “el mundo de la noche”, donde dice que tiene un número indeterminado de negocios. Es un producto muy de nuestro tiempo, aunque no sé si tiene mucho más recorrido. Pero a mí me fascina su discurso, aunque ya no sea un pesonaje tan famoso, con esa frase suya de “tu envidia crea mi fama”, que es casi un contrato que firmamos con él: le vamos a odiar porque queremos un villano que en el fondo es inofensivo.

Rafa Mora es a veces el “superyo” de muchos de nosotros en Internet. Al final, Internet Safari parece decirnos que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos y nuestra vanidad.Internet Safari

Salió esta semana el caso de una chica que se hizo famosa por detener bruscamente su actividad en Internet, que básicamente era la de hacerse selfies sin parar. En su última actualización en Instagram para decir que lo dejaba, contaba que todo esto es mentira, que había perdido horas de su vida en hacer fotos que tenían que ser perfectas, se había hecho veinte mil fotos en busca de la pose ideal y había estado viviendo una mentira. Hubo un momento en el que se dio cuenta ella sola que había perdido mucho tiempo haciéndole creer a Internet que era más perfecta de lo que era en realidad, y acaba todo con un alegato en el que proclama que hay que detener este fingir continuo.

Esa chica es cualquiera de nosotros en una red social.

Y es un caso curioso, porque no tenía a nadie detrás que le obligara, no es una actriz ni una cantante, ni nadie que tenga una maquinaria detrás que le obligara a tener ese comportamiento. Lo hacía por los likes y por los nuevos seguidores. Esa es la única recompensa, un fin en sí misma. No tenía fans de su trabajo, sino fans de esa imagen que proyectaba. Y llegas a la conclusión de que nosotros somos a veces nuestros propios enemigos, somos esclavos de la máquina, por voluntad propia y sin darnos cuenta.

¿Crees que esta situación de narcisismo extremo en las redes sociales puede ir más allá de donde ya está?

No sé si se puede ir más allá del hecho de que el mismo test, el mismo algoritmo, dé resultados que interesan a Facebook y Buzzfeed, a OK Cupid y a las multinacionales, que con él deciden a quien contratan. Eso ya es directamente una distopía: un algoritmo que determina desde cuál va a ser trabajo hasta qué tipo de relaciones amorosas vas a tener, pasando por cómo te gusta invertir tu tiempo de ocio...

Hablas de algo muy inquietante sobre ese algoritmo: cuando las propias empresas que lo usaban lo falsearon por no se sabe muy bien qué motivos...

Sí: OK Cupid, justificándolo como un experimento sociológico, lo falseó, y comunicó resultados contrarios a los reales: a gente que tenía de 0 a 10% de compatibilidad se les informó de que tenían un 90-100%, y al revés. Gracias a eso muchas personas quedaron, tuvieron una relación estable durante un mes y luego se les informó de que se les había gastado una broma. Pero durante ese mes en la ignorancia se llevaron bien porque el algoritmo así se lo decía. Es muy inquietante que OK Cupid hiciera eso y lo reconociera como una gracieta.

Y no es la única red social que experimentó con las emociones de sus habituales manipulando los resultados de sus algoritmos, ¿no?

Facebook también lo hizo a menor escala, como un experimento de contagio emocional: poner solo noticias positivas en los muros de los usuarios, luego negativas... Y hay un caso excepcional de algoritmos arrojando resultados inquietantes: me da mucha rabia que todo lo de Ashley Madison pasara cuando el libro estaba ya a punto de ir a imprenta y solo pude poner una nota a pie de página sobre este tema, porque se descubrió algo que ya se sospechaba, que es que hay bots en estas páginas: la mayoría de las mujeres son bots. Pero es que en el caso de Ashley Madison, los bots de ligar empezaron a comunicarse y ligar entre ellos. Me parece muy bonito.

Esto enlaza un poco con un capítulo algo desolador de Internet Safari, el romántico. Empiezas hablando de OK Cupid y ligar en Twitter, pero acabas hablando de Cuando Alice subió a la mesa e Hidrogenesse. ¿Crees que Internet puede ayudarnos a entender nuestros sentimientos o lo está complicando todo? Cuando Alice subió a la mesa

Yo creo que este tipo de sentimientos son cosas que ya llevamos dentro de siempre y son complicadas de por sí. Internet es simplemente otra vía para expresarlas. La Red puede servir para que nos expliquemos sentimientos que siempre han estado ahí. Es posible que a veces lo haga más interesante y en algunos casos más frustrante, pero siempre va a ser complicadísimo.

Internet Safari oscila continuamente entre la tecnofilia más entregada y cierta tecnofobia moderada. Al final, ¿cuál crees que es la opción más adecuada para entender el libro?Internet Safari

Internet Safari pretende ser el más apocalíptico de los integrados. Estamos viviendo un periodo maravilloso y fascinante que no se va a repetir: hay un antes de Internet y un después, pero los albores los estamos experimentando nosotros, y eso es un periodo único. Estoy muy feliz de vivirlo, pero empezamos a detectar peligros que antes no sabíamos que existían, y todavía tenemos que inventar formas de combatirlos. Quizás la tecnología esté muy por delante de nuestra forma de enfrentarnos a ella a nivel moral, y eso es lo que lleva a estos pequeños shocks. Creo que hay que estar emocionados con el momento que estamos viviendo, pero también en estado de alerta.

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