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Menos policía y más filosofía

Estudiantes, en la huelga educativa

Víctor Bermúdez Torres

Los filósofos más optimistas piensan que todo el mundo actúa, siempre, bajo la creencia de que lo que hace es lo mejor que (a cada momento) puede hacer. Nadie hace el mal a sabiendas.

Incluso el que roba o mata cree que – dadas las circunstancias –  elige la mejor opción. Nadie es, pues, culpable de nada. Todos suponen comportarse lo mejor posible. Hasta el tirano más terrible cree estar haciendo el bien a sí mismo, a su Pueblo, a la Humanidad entera. El que perjudica a los demás con sus decisiones es el que está convencido de que el logro de sus fines particulares – cueste lo que cueste – es lo mejor que le puede pasar al mundo. Su razonamiento está probablemente equivocado; pero él no lo sabe

Ahora bien, si los “malos” no son sino ignorantes, lo que hay que hacer con ellos es persuadirles de que están equivocados, es decir, educarles, y no castigarles o vengarse de ellos.

Así, lo que hace falta para que reine la justicia no son policías ni cárceles, sino profesores (que no parezcan policías) y centros educativos (que no parezcan cárceles). El ser humano es un ser racional, por lo que solo cabe modificar su conducta con razones (y no con premios y castigos, como si fuera un animal al que adiestrar). 

Cuando cuento todo esto en clase, mis alumnos se escandalizan y ríen. Por no hablar de mis amigos más adultos (ya saben, esa gente que cree que sabe y que, además, por ser “adultos” – no digamos adultos y profesores – no admiten lecciones). Pero la verdad es que no hay un solo ejemplo que refute esta tesis (si encuentran alguno hagan el favor de remitirlo en los comentarios): todo mal es ignorancia; nadie es culpable de nada, ni siquiera de su ignorancia, pues el ignorante es el que cree que sabe (verbigracia: de nuevo los adultos, los profesores, etc). 

Podemos extraer varias consecuencias aún más estrafalarias (pero certeras) de esta insensata (pero irrefutable) tesis. La primera es que para armar una sociedad justa de individuos buenos y felices, no hay nada más necesario que la educación. Y, en concreto, la educación ética y filosófica.

Si la maldad y la injusticia no son más que ignorancia, la bondad y la justicia son equiparables a la sabiduría. Solo el sabio puede ser bueno y feliz. Y solo el sabio debe gobernar. Estas locas (pero clarividentes) tesis no se ajustan a la moderna creencia de que sobre moral o política no hay sabios ni razones que valgan y que, por eso, para dilucidar los asuntos prácticos lo que vale es la fuerza. La de los latidos del corazón (para los asuntos más personales) o la de los votos en la urna (para las cosas de la polis) – ya saben, el argumento de “somos más que tú” –. 

El otro extravagante (pero inevitable) corolario de la increíble (pero innegable) tesis de que siempre hacemos lo que creemos mejor, es que la disciplina, la fuerza de voluntad o el sacrificio – ya saben, las sagradas palabras del casticismo pedagógico – no son necesarios.

Es más: que son una perversión moral (como todo lo que es inhumano, como hacer algo mecánicamente, por pura y fiera fuerza, como si fuéramos máquinas o fieras). Si de verdad creemos que algo es bueno, querremos hacerlo, y lo haremos sin esfuerzo (o sin darnos cuenta de que nos esforzamos, que es lo mismo). Si hace falta disciplina, o “fuerza de voluntad”, esto es señal inequívoca de que no tenemos claro que lo que hacemos sea realmente bueno para nosotros – aunque tal vez sí lo sea (o eso creerán ellos) para quienes nos lo imponen –. 

Es por todo esto que a veces les pregunto a mis alumnos si, como pensaban Sócrates y otros alucinados (pero alucinantes) filósofos, el progreso de una sociedad ha de medirse en función del número de profesores y escuelas que tenga. Es decir: si es realmente deseable aquello que algunos de sus compañeros corean en las manifestaciones: que haya menos policía, y más filosofía

Otra cosa no (ni poder, ni futuro, ni muchos adultos que estén a su altura), pero razón la tienen, los alumnos que corean ese lema, más que un santo (o que un santón filosófico). Es innegable: a más tizas, menos porras; a más educación, menos leyes; a más pedagogía, menos disciplina ciega; a más sabiduría, mas bondad y justicia. Y a más profesores (y filosofía), menos policía. Siempre, claro está, que los profesores (especialmente los de filosofía) no utilicen la tiza como porra, ni confundan la educación con el reglamento de centro, ni adopten la disciplina como pedagogía, ni crean que la bondad y la justicia no entran en los planes de estudio. 

Alguno me tildará de romántico por decir todos estos disparates . Pero yo creo, como el pobre Sócrates, que es cosa de pura lógica. Y que los locos románticos, esos que apuestan por la sinrazón humana y la (consecuente) necesidad de la fuerza y la policía, son ellos. Piénselo antes de aporrearme por este artículo.

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