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La paradoja del progreso en Japón: faxes y cedés conviven con trenes futuristas

En Japón conviven la tecnología de vanguardia y algunos sectores más tradicionales

Lucía Caballero

Hoy, son pocos los que en España sostienen algo distinto a un ‘smartphone’ mientras hacen llamadas o se comunican por WhatsApp. Un poco más al este, en Japón, la situación cambia. En el mismo país donde el tren MaglevMaglev de Central Japan Railway alcanzaba hace unos días los 603 kilómetros por hora utilizando un sistema de levitación magnética, los móviles plegables siguen frecuentando los bolsillos.

Según datos del Instituto de Investigación Multimedia del país asiático, las ventas de estos anticuados dispositivos se incrementaron en un 5,7% en 2014 (superando los 10 millones), frente a un descenso del 5,3% en las cifras de sus primos de Zumosol, los teléfonos inteligentes.

No es que los japoneses desprecien los móviles de última generación (con casi 28 millones de terminales vendidos el año pasado, siguen superando con creces a sus competidores más simples), pero los dispositivos carentes de pantalla táctil tienen una larga trayectoria que los mantiene en el mercado.

Además, tener un móvil de los de toda la vida no significa renunciar a internet: en 1999, los japoneses ya podían enviar correos electrónicos desde sus terminales, mientras que en Estados Unidos y Europa tuvimos que esperar a la llegada de Blackberry en 2004. “Los teléfonos tipo ‘smartphone’ no existían en Japón, pero ya había otros con servicio de datos”, explica a HojaDeRouter.com Artur Lozano, investigador del Área de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Barcelona.

La empresa nipona NTT DoCoMo es la creadora del i-mode, el primer sistema que conectó dispositivos móviles y que todavía utilizan 6,5 millones de usuarios. Aunque fue la primera, nunca supo exportar su producto con acierto, pese a su rápido éxito en el mercado nacional: en el país comenzaron a proliferar los servicios y desarrollos de ‘hardware’ adaptados a este sistema, pero incompatibles con el resto.

Este fenómeno de progreso aislado recibe el nombre de 'efecto Islas Galápagos' porque, como ha ocurrido con las especies del archipiélago según la teoría darwiniana de la evolución, el sector tecnológico se ha desarrollado sin influencias externas.

Los teléfonos móviles plegables no son las únicas reliquias tecnológicas que sobreviven en el país nipón. Según Lozano, existen dos aspectos que marcan una predisposición cultural al conservadurismo: “Tienen una cierta resistencia a adoptar novedades y a abandonar comodidades que ya conocen”, consecuencias a su vez del tradicional tejido socioeconómico del país.

Los cambios, mejor poco a poco

“Las empresas japonesas son un poco lentas a la hora de innovar, les falta esa capacidad de avance rápido”, añade el investigador de la UAB. Lozano cree que esta característica sirve para explicar por qué, además de terminales sin pantalla táctil, en el país del sol naciente abundan las máquinas de fax.

El uso de esta tecnología se expandió rápidamente por el archipiélago nipón a finales de los 70, mientras que los ordenadores no terminaron de generalizarse hasta la década de los 90. En esta época, se consiguieron integrar por fin los complicados símbolos y caracteres de su abecedario en un teclado.

En un país donde la presentación y la caligrafía de los escritos se consideran casi un arte (esta última continúa impartiéndose como asignatura en los colegios), los 'emails' y los documentos estándar generados mediante procesadores de texto aún tienen sus detractores. En 2012, una encuesta del Instituto de Investigación Multimedia japonés revelaba que el 87,5% de los empresarios japoneses consideraba las máquinas de fax un elemento imprescindible para su negocio. Como prueba de su posición destacada, los principales fabricantes mundiales de estos aparatos (como Brother, Sharp o Ricoh) se ubican en Japón.

También los desterrados CD tienen sitio en las estanterías de los japoneses. Según el último informe de la Asociación de la Industria Discográfica de Japón (RIAJ), Japón era el líder mundial en ventas de discos físicos en 2012. Aunque la cifra mantiene un continuo descenso (cayeron un 17% en 2014), el mercado se mantiene a flote.

Desde la RIAJ aportan dos razones principales para explicar el fenómeno. La primera es que “los japoneses aprecian la idea de posesión”, sostienen. En otras palabras, les gusta llevarse un objeto físico a casa. Allí, “el mercado musical premia especialmente al cliente que es coleccionista e intenta fidelizarlo”, nos confirma Lozano.

Un premio en cada compra

El segundo incentivo que remarcan los responsables de RIAJ es el envoltorio y contenido promocional que incluyen los discos. “Las tiendas tienen promociones de fidelización”, señala Lozano. Como los establecimientos nipones de Tower Records, que ofrecen un programa de puntos canjeables por diferentes artículos. Los grupos, por su parte, regalan entradas para conciertos o publican ediciones especiales de sus discos.

La ausencia de piratería también constituye un factor a tener en cuenta. En Japón no se ha extendido la fiebre de los 'torrents' ni de cualquier otro formato de descarga de contenido infringiendo una licencia. No obstante, iTunes sí ha calado: llegó a la isla en 2005, pero Sony Japan no cedió a Apple su repertorio de discos nacionales hasta 2012.

“El ocio japonés suele estar más focalizado y se suelen centrar en un cierto tipo de producto o artista”, indica Lozano. No les interesa demasiado conocer muchos más grupos ni tener acceso a una biblioteca inmensa de lanzamientos. También dan importancia a la atención al usuario, un servicio que no suele ser demasiado eficiente en internet: “Allí el cliente es un dios y merece un trato personalizado”.

De todas formas, el investigador cree que las diferencias cada vez son menores: “Sus costumbres tienen una inercia y quizá la progresión al consumo digital sea más lenta, pero, como en cualquier otro lugar, existen los ‘early adopters’ y los más tradicionales”.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Ryan Poplin, Dan Zen, Justin Taylor y RIAJ

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