Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

¿Dónde está el negocio de las 'smart cities'? Presente y futuro del nuevo 'boom' español

Emprendedores y empresas comienzan a desarrollar productos y servicios 'smart city' en el Urban Lab

Analía Plaza

“El dinero europeo para puentes y autovías se ha acabado. Ahora va a desarrollos tecnológicos. Y aunque esté manejado por la administración local o regional, tiene mucho que ver con los empresarios”. El resumen es de Mariano Barroso, presidente del nuevo clúster de Andalucía Smart City, y es perfecto: Europa, que sigue preocupada por perder el carro de la innovación (recuerda que se la disputan entre EE.UU. y Asia), dice que de aquí a 2020 el continente tiene que ser “integrador, sostenible e inteligente”, y pone los fondos FEDER y los de I+D+i (con 80.000 millones de euros, el último programa es el más ambicioso de su historia) a disposición de quienes digan que cumplen esos objetivos.

“La UE ha encontrado un nicho para vender innovación y tecnología al resto del mundo”, añade Martín Fernández, concejal y responsable del proyecto Coruña Smart City. Como la experiencia financiando investigación demostraba que se quedaba en los cajones de la universidad, ahora el montante va para todos - investigadores, administraciones, grandes y pequeñas empresas, porque la innovación tiene que salir al mercado - y parte de esa “integración, sostenibilidad e inteligencia” se engloba bajo un mismo concepto: el sonado movimiento de las 'smart cities', que además tiene partida propia - 365 millones - para controlar que se cumple.

Si a estas alturas no has oído hablar de ello, el resumen es más o menos fácil: la 'smart city' es la ciudad optimizada con tecnología. La idea no es del todo nueva (poner semáforos también es optimizar con tecnología y se hace desde 1920), pero la explosión de las TIC sí. “Las primeras ideas surgen como una domotización, como se empezaba a hacer con las casas pero en la ciudad”, explica Adrián Fernánez, ingeniero de obras públicas y redactor de Ecomovilidad. “Aprovechando las tecnologías de la información, se trataba de interconectar y monitorizar todos los servicios públicos de cara a la gestión central y el ahorro. La iniciativa nace de empresas eléctricas o tecnológicas. Era la primera fase”.

Con la adopción de internet y del móvil y la apertura de datos, el ciclo se cierra (la ciudad produce información que se publica y a la que ciudadanos y empresas pueden acceder), y con su popularización en los últimos cinco años entra en el plano gubernamental.

“Se transforma en un movimiento más político que empresarial: ayuntamientos, comunidades autónomas y europeas empiezan a sembrar el discurso de 'smart city' como necesidad, vinculado al de las empresas. Se da la paradoja de que era un concepto poco definido. Aún no sabíamos muy bien qué se podía hacer con esa cantidad de información”.

Ningún ayuntamiento sin su 'smart city'

“La Red Española de Ciudades Inteligentes surgió hace cuatro años por iniciativa de varios alcaldes”, explica la coordinadora de su oficina técnica, May Escobar. “Ven una oportunidad en incorporar la tecnología a las ciudades, en un movimiento que empezaba entonces. Empieza con 25 ayuntamientos en junio de 2012 y ya hay 60. Somos el único país con una red tan importante de ciudades yendo hacia el enfoque de 'smart city'”.

¿En qué consiste el “enfoque de 'smart city'”? Siendo un campo tan amplio (y tan relevante en España), nos hemos tomado la molestia de revisar los proyectos de las 60 ciudades fijándonos en qué hacen, qué empresas participan y de dónde sacan el dinero. No todos dan la información online, pero entre los que sí, hay desde ambiciosos planes energéticos y de movilidad encabezados por eléctricas (Málaga, la ciudad inteligente por excelencia, con Endesa) hasta propuestas de turismo y 'marketing online' que incluyen gestionar blogs de cocina o amor por la ciudad (Almería).

Muchos proyectos están financiados por Europa. En estos casos, suele haber un consorcio liderado por una gran empresa y varias pequeñas y universidades porque así lo piden los pliegos. Burgos: gestión de aguas, 1 millón. Cáceres: rehabilitación de un edificio, 4,6 millones. Badajoz: eficiencia energética, 6 millones. A Coruña: proyecto integral, 12 millones. Málaga, también eficiencia energética, 54 millones. A los contratos que lideran Indra (A Coruña, Gijón, Rivas Vaciamadrid, Torrejón de Ardoz) y Endesa (Almería y Málaga) se suman IBM y Telefónica.

Madrid adjudicó el pasado mes de julio 14,7 millones a la primera (a ella sola y sin consorcio, porque la financiación no es europea), y Barcelona, donde se celebra el gran evento mundial de 'smart cities', 2 millones. Telefónica tiene a Ponferrada, Santander (junto a Málaga, otro de los grandes, financiado con 8,7 millones europeos) y se ha hecho recientemente con Valencia (4 millones). También con el liderazgo de un megaproyecto llamado Fiware (“plataforma europea para la internet del futuro”), que cuenta con 300 millones de la Unión Europea.

España se ha dado cuenta de que Europa tiene dinero para 'smart cities' y de que tanto empresas como administraciones pueden ir a por ello. Y las que no van, como Madrid, también se apuntan. La retórica de las 'smart cities' dice que, en diez años, el 50% de la población vivirá en áreas urbanas, que hay que reducir el consumo energético, proteger el medioambiente y optimizar; y los números apuntan que el mercado moverá 400.000 millones de dólares. Hay negocio, y Europa y nuestro país quieren posicionarse en él.

¿Dónde está? ¿A qué se dedican? Aunque las prácticas dependen del proyecto, hay una serie de patrones: primero se consigue el dinero, luego se crean infraestructuras para medirlo todo y después llegan los “laboratorios urbanos” para que otros experimenten. El ciclo 'smart' es así:

  • Crear consorcios para ir a por dinero europeo. “Casi todos los ayuntamientos, como han tenido apoyo de la UE, lo han hecho sectorialmente: Málaga es energía; Valladolid, movilidad; Santander, sensores... A Coruña es integral”, indica el concejal de esta última. En A Coruña, el consorcio lo formaban Indra y 20 empresas locales. En Málaga, Endesa y otras 11. Y en Andalucía, viendo el éxito de Málaga (“cuenta con gran prestigio social”) acaban de crear el clúster Andalucía Smart City, “una asociación empresarial con interés tecnológico. El interés es ver oportunidades de negocio para los empresarios: qué dice Europa que hay para ver dónde habrá fondos. No es 'hay fondos, a ver qué hago', es ver el potencial de cada uno y orientarlo”. Las ciudades que aún no los tienen, como Palencia y Valladolid, juntas en su propia asociación 'smart', buscan ahora financiación europea.

Meterle un “cerebro” a la ciudad. “Indra es el cerebro de la ciudad”, recalca el responsable de A Coruña. “Es la gran estructura que va a gestionar los proyectos piloto”. ¿Por ejemplo? Algo visible fue la “aplicación 'smart'” para seguir la cabalgata de reyes. “La gente tiene dudas de a qué hora pasa. Hubo 30.000 personas conectadas para saber dónde aparcar, un concurso de fotos...”, asegura su concejal. “Pero es una anécdota. Lo importante es que el ciudadano sepa que la información está en su 'smartphone'”.

  • Eso por un lado; por el otro, las empresas tienen en su mano poner orden en los departamentos públicos, que hasta ahora recogían datos pero no los conectaban. “El fin es que los departamentos del Ayuntamiento, que no estaban integrados, vean la ciudad como un ente”, apunta Olga Blanco, directora de sector público de IBM España, sobre el proyecto que la empresa lleva en Madrid. “Por ejemplo, con la coronación del rey. Tienen que coordinarse el departamento de limpieza con el de jardinería con los que van a poner gradas... Hasta ahora lo hacían con reuniones, 'excels', por teléfono, sin una visión global”. El 'software' de IBM “mejora el servicio”, aunque aún no está del todo implementado. El contrato empezó en julio y es de cuatro años.

Medir, medir y medir. Para ver la ciudad como un ente hacen falta muchos datos conectados y que los funcionarios (viéndolos) y los sistemas (mezclándolos) sepan reaccionar. Pero esos datos tendrán que salir de algún sitio. Por eso los ayuntamientos piden a las empresas que contratan (para recoger basuras, mantener jardines o poner bicicletas) que midan.

  • “Hemos hecho contratación 'smart'”, aseguran desde A Coruña. “Exigimos a las empresas que nos den determinados datos y que mantengan los sensores. El que va a hacer jardines tiene que decirme la humedad del jardín, a cuánto está de altura la hierba, la temperatura... Si se lleva el contrato, mantiene los sensores”. En Madrid, la medición cambia la forma de contratación. “Ahora se mide la calidad del servicio. Cada contrato tiene indicadores de calidad - por ejemplo, suciedad de una calle - que hay que cumplir” ¿De dónde vienen los datos para vigilar a la empresa del servicio? A diferencia de A Coruña o Santander que usan sensores, en Madrid apenas hay: los inspectores del Ayuntamiento llevan tabletas para hacer fotos y subir al “ente” cómo están las cosas.

¡Que midan ellos! Más medición: bicis públicas o contenedores de basura inteligentes. La empresa Contenur, española y tercer fabricante europeo de contenedores, los tiene en San Sebastián, Guadalajara y Getafe. Íñigo Querejeta, su director, explica que cuentan con dos tecnologías: control de acceso al contenedor (una tarjeta identifica al ciudadano, el contenedor almacena los datos de quienes lo han abierto y el número de aperturas y la Administración sabe a qué ciudadanos puede bonificar mediante su identificación con su bolsa) y de llenado (el contenedor emite una señal cuando está lleno).

  • ¿Y las bicis, que generan más datos que un coche – al que se mide por cámaras y gomas en la carretera – o el transporte público – que mide dónde te subes y, según el medio, dónde te bajas? “Todas las bicis públicas de España son privadas y generan unos datos bestiales: trazos de dónde ha ido, a qué hora, qué recorrido y qué persona, porque lo coges con un carné. No es intromisión de la intimidad, pero te interesa saber el perfil”, explica Fernández, de Ecomovilidad. ¿Lo comparten con los ayuntamientos? “No lo sé. Compartirán lo que les interesa. El Ayuntamiento necesita esos datos, pero hay un problema y es que el ayuntamiento tiene menos capacidad tecnológica que las empresas. Se apoyan en ellas, pero ellas buscan su beneficio. Compartirán lo que quieran”.

Instalar sensores en las ciudades y dejarlas como campo de pruebas. Santander puso 20.000: miden calidad del aire, humedad, iluminación o presencia de la gente. “Con 180.000 habitantes, es una densidad elevadísima. Lo que lo hace singular es la capacidad de soportar experimentación. Ahora podemos ver cómo se comporta en un entorno real una infraestructura de esas dimensiones. Hasta ahora solo se podía hacer en laboratorios”, explica José Manuel Hernández, de Telefónica y jefe del proyecto. ¿Y ahora qué? Ahora a experimentar.

“Desde que acabó, se habilita la experimentación en Santander. Hay empresas que quieren datos para probar sus sistemas de visualización en 3D y ver cómo, con esa información, venden productos a ayuntamientos o cooperan con otras universidades. Eso se sustancia en proyectos europeos. De momento, tiene que ver más con aspectos técnicos que sociales”. Lo tangible son algunos mapas con datos de los sensores y algunas aplicaciones (cuándo viene el bus o dónde están los comercios) hechas sobre esos datos.

  • En Málaga (Endesa) están igual. “El ayuntamiento apoya a 'startups' que vengan a probar sus soluciones 'smart city'. Es una excusa para traer a empresas”, afirma Daniel González, exdirector de la Red de Espacios Tecnológicos de Andalucía y director del clúster andaluz. El Urban Lab de la ciudad (o el que se plantea montar IBM en Madrid, o el que tiene Santander o los concursos que monta A Coruña...) son iniciativas para ello. El mensaje va al unísono: ahora que tenemos infraestructura y datos, venid a experimentar.

¿Dónde están todos esos datos?

“La sensorización da conciencia de sí misma a la ciudad: sabe cuánta agua pasa por sus tuberías, cuánta energía consume. La explotación de esos datos permite al gobierno local reaccionar”, continúa González. “Es el cierre del ciclo: su propia consciencia, de la que el ciudadano es capaz de beneficiarse”.

El siguiente paso en la teoría 'smart' es publicar los datos para que todos sepan si esa calle está sucia o ese jardín desatendido, si hay contaminación, si se gasta mucha luz o si una plaza de aparcamiento ha quedado libre; y monten sus propios estudios, empresas o servicios con ello. Pero por mucho que se midan, formatear y publicar datos no es un proceso sencillo y en España los portales aún parecen aeropuertos sin aviones. A Coruña, por ejemplo, no tiene. Así que algunas ideas se topan con que no están.

Ana Puertas tiene discapacidad física y usa aparcamientos para personas con movilidad reducida. “Hace dos años fuimos a una ciudad y no sabíamos dónde estaban las plazas. Nos tocó ir a un 'parking' y pensamos: ¿por qué no hay una 'app'?”. Así nació Disabled Park, que muestra las plazas de aparcamiento para discapacitados en España. ¿Todas? Según, porque no siempre hay datos. “Llamamos a los ayuntamientos. Algunos sí tienen la base de datos publicada, pero en otros hemos usado pdf”. Y como no siempre está actualizado, la 'app' permite a otros incorporar plazas. “Cada día se suben 25. Hay gente que sube todas las de su calle o asociaciones de discapacitados que quedan para subir plazas”.

La movilidad, quizá la pata del embrollo 'smart' que más llega al ciudadano, deja huecos para mejorar la ciudad. Ahora sólo falta que funcione: que no sea sólo local (la movilidad es entre ciudades), que use ideas inteligentes (semáforos inteligentes, como el de Zaragoza) y que dé datos. “Una solución serían las rutas en transporte público con disponibilidad de ascensores y escaleras mecánicas”, explica Marta Serrano, ingeniera y especialista en transporte e infraestructuras. “Esos datos existen. Metro de Madrid los tiene, pero no los cuenta”.

Barcelona, una noche cualquiera. Los taxis y las fotos que se suben a Instagram recorren la Rambla. Pablo Martínez, Mar Santamaría y Jordi Bari son arquitectos y creadores de AtNight, un proyecto que pinta con datos la Barcelona nocturna para entenderla mejor.

“El proyecto era cartografiar el uso de energía en horario nocturno, pero esos datos son imposibles de conseguir: qué barrio consume más, cuál menos, en qué franjas...”. Su propuesta es usar los datos en el diseño urbanístico de la ciudad: cuanto más sepamos de ella, más inteligentemente podremos organizarla. Sobre todo en una España 'posburbuja' en la que apenas se construirá.

“Lo solicitamos y nos fue negado argumentando problemas de privacidad, como si conocer el nivel de luz de una acera vulnerase la privacidad de alguien. Las empresas y la administración son las primeras en utilizar el argumento de la privacidad cuando no quieren que nadie les moleste o supervise”, explican. “Un buen 'open data' ayudaría a proyectos de investigación y a la administración. Pero tenemos que empezar a reclamar a las grandes empresas que compartan con sus clientes. Ellos lo utilizan para tomar decisiones estratégicas y copar el mercado, mientras que a nosotros (ciudadanos y administración) no nos lo ceden para diseñar mejor la ciudad”.

La economía de los datos

Llegados a este punto, y más allá del negocio montado en España aprovechando que hay dinero, surge el debate del propio concepto 'smart': si la ciudad produce datos, ¿en manos de quién quedan? ¿Para qué se van a usar?

Al bombardeo de iniciativas, proyectos y financiación empieza a salirle el discurso a la contra. Desde urbanistas - Rem Koolhas, premio Pritzker de Arquitectura, clama en Bruselas contra las ciudades en régimen comercial, dice que si nos obsesionamos con predecirla deja de ser ciudad y critica que la política infle desde lo público otra burbuja tecnológica – hasta escritores de ciencia ficción. Bruce Sterling, congreso Smart Cities Barcelona 2014: “Los consorcios de tecnológicas solucionando problemas suenan muy bien, casi como una campaña del ayuntamiento. ¿Qué van a hacer? ¡Dinero!”

La cuestión no es nueva ni sencilla ni está del todo resuelta. Primero, porque medir siempre se ha medido – para diseñar rutas de autobús, “antes de las soluciones tecnológicas se hacían encuestas domiciliarias para preguntar a la gente por su movilidad”, cuenta Serrano –; segundo, porque el espacio público siempre se ha vendido – hay ejemplos como Vodafone Sol o la publicidad en los autobuses, que va segmentada por línea –; y tercero, porque la fuente varía según los datos: o los genera la empresa privada, y comparte si le da la gana; o el ciudadano que usa los servicios; o la ciudad con su humedad, contaminación o luminosidad; o el Ayuntamiento, que permite a la empresa medir y además formatea y devuelve al público (si los abre, como dice la teoría) para que puedan explotarse.

Por encima de todo, la sombra del Gran Hermano, que en nombre de la seguridad y la optimización monitoriza todo. Si nos vamos más atrás, como recuerda Daniel Fernández, arquitecto, diseñador urbano y autor de DeConcrete; la invención de la estadística y de medir “lo normal” (el ciudadano medio, el suelo medio, el precio de la vivienda accesible medio) ya es una forma de control.

“Abriremos el portal de datos en febrero”, apunta el concejal coruñés. “Otra cosa será si esos datos tienen que ser gratis siempre. Yo tengo datos que son capital público de todos los ciudadanos. Si alguien va a hacer negocio, ¿por qué no puedo participar? Es como una concesión: hará negocio con el dinero de todos. Al que le dejo poner un quiosco, le cobro”. Como se entiende que las tecnológicas (o el discapacitado que crea una 'app' que le soluciona la vida al aparcar) pueden hacer mejor algo con él, se entiende que el dato debe ser público. “Si el ayuntamiento mercantilizara los datos que genera, tiraría piedras contra su propio tejado. Es un punto muy idealista”, consideran los ingenieros de Ecomovilidad. “Y no son del ayuntamiento. Para eso sirven los impuestos. Lo único que cuesta es su captación”.

A más herramientas de medición, menos sabemos lo que hay. O así lo considera el autor de Deconcrete (su doctorado estudia el límite entre tierra y mar, y cómo con la Ley de Costas se encargaban estudios científicos para delimitarlo: cuando la costa tiene valor económico, hay que medir hasta dónde construir), que cree que la solución ahora que hay tantos es ser crítico con ellos. “Es un tema perverso porque es una economía de datos. Hay gente que saca mapas de dónde se suben fotos a Instagram, y ves los sitios populares de la ciudad. Eso tiene un potencial económico a nivel urbanístico brutal. Es bueno acceder a los datos, pero es malo si se instrumentalizan con ciertos intereses”.

Y mientras se resuelve el dilema de los datos, públicos o privados, 'big' o 'small', ¿en qué queda la historia de las 'smart cities'? ¿Y su financiación, fascinación de los políticos, colaboraciones público-privadas, tecnología y medición hasta en tu cubo de basura? Con la crítica recién nacida, infraestructuras puestas y 'boom' en pleno auge, queda esperar. En la Europa preocupada, tenemos hasta 2020 para escribirla.

-----------------------------------

Las imágenes que aparecen en este artículo son propiedad de la Red Española de Ciudades Inteligentes, la Comisión Europea, Disabled Park y 'Cities at Night'

Etiquetas
stats