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Mi padre y su grupo en Nepal, en tierra de nadie a 3.000 metros

Upper Manang, una zona a 3.300 metros de altura donde el terremoto ha durado una hora.

Pablo García

Bruselas —

Paseo la mañana del sábado 26 de abril en bicicleta cerca de la Grande-Place de Bruselas, una plaza que uno nunca se cansa de ver, y mi teléfono empieza a zumbar con los whatsapp entrantes. Gente que me pregunta que qué tal está mi padre. Así que acudo raudo con mi móvil a las cabeceras digitales y lo primero que veo en las portadas es un terremoto en Nepal con un centenar de muertos. Inmediatamente uno entiende que serán muchas más víctimas porque eso es lo que sucede siempre con este tipo de catástrofes.

Una semana antes aproximadamente había salido de Valladolid rumbo a Nepal una excursión organizada por la fundación Jesús Pereda, vinculada a Comisiones Obreras. En ella viajaban 21 personas, entre ellas mi padre Juan José, mi tío Salvador y mi primo Guillermo. Días atrás otro grupo organizado por la misma agencia ya había hollado el Thorong La, el paso de montaña más elevado del mundo (5.416 metros). Iban a hacer el cada vez más famoso trekking del Annapurna, ese ochomil en el que muere uno de cada tres alpinistas que intentan escalarlo. Pero el grupo de Valladolid marcharía por el valle, nada que ver con la escalada.

Era mediodía del sábado cuando mi hermano Jorge, a quien vería poco después después en Bruselas –él vive en Lille, a una hora en coche de la capital europea-, me informa de que todos están a salvo: al parecer alguien del viaje (19 vallisoletanos, dos segovianos) había conseguido hablar con un familiar. Lo supo por uno de tantos grupos de whatsapp creados estos días. Los 21 estaban a una altura entre 3.000 y 4.000 metros cuando sintieron el terremoto cuya magnitud fue de 7,9 (el de Haití de 2010 fue de 7.0 y causó más de 300.000 muertos).

Dentro de la maldición que supone visitar un país a punto de padecer una catástrofe natural, el encontrarse a más de 3.000 metros de altitud, en tierra de nadie, suena a bendición divina. Continúa el riesgo por los desprendimientos de roca y otros peligros que la montaña encierra –y no es una montaña cualquiera, es el Himalaya-, pero la amenaza real está en otros dos lugares: fundamentalmente en la gran urbe, Katmandú, y en las grandes cumbres, donde decenas de avezados alpinistas han caído sepultados.

Persisten diversos problemas que acechan a la excursión en el que tengo a tres familiares y numerosos amigos y conocidos. Luego volveremos a ellos.

El grupo había estado días atrás en Katmandú y Patan (antigua capital). Todo discurría con normalidad y mi padre nos iba enviando fotos: la impresionante estupa de Bodnath, un entierro en la capital similar a los que tienen lugar en el Ganges (India)… Afortunadamente pronto dejan la urbe. El 22 de abril mi padre celebra su cumpleaños a 2.600 metros. Siguen ganando metros y a los diez días de dejar España se produce el enorme temblor.

Pasamos el sábado 26 de abril relativamente tranquilos sabiendo que estaban bien y que, por otra parte, no podíamos hacer nada. En Castilla y León las cosas eran bien diferentes: varios familiares de los excursionistas, entre ellos mi madre y otro primo, se pusieron en contacto con la agencia que organizaba el viaje, con el Ministerio de Exteriores y con la embajada de España en Nueva Delhi. La confederación regional de CCOO, encabezada por el secretario general Ángel Hernández, habló con el delegado del Gobierno y con el presidente Juan Vicente Herrera, quien mostró su disposición para ayudar a sacar de Nepal a los 21. Parecía que la operación salida iba sobre ruedas, pero solo lo parecía.

El domingo 26 se produce otro temblor a escala 6,7. El grupo lo siente y mi padre, creo que desde la localidad de Upper Manang (3.300 metros), envía una serie de whatsapp. “Todo bien, gran susto, ahora de retirada. El paso está cortado. En Manang el terremoto ha durado una hora, la gente está en la calle”.

La réplica desata mucho nerviosismo. Me invitan a un grupo de whatsapp en el que hay más gente. Me entero que el grupo intenta llegar a Katmandú, y para eso tiene que desandar lo caminado. Ir de Manang a Pisang el domingo, el lunes llegar a Bahundanda y después alcanzar Besisahar. El objetivo es acabar en Pokhara, la segunda ciudad del país. Nombres de ciudades y pueblos que jamás he oído.

En la televisión el Ministerio de Asuntos Exteriores dice tener controlados a varios grupos de excursionistas, entre ellos el que nos afecta. “En realidad los que tenemos controlados a los 21 somos nosotros”, me explica una persona que está encargándose de contactar con el grupo de Nepal. El Gobierno, que ha establecido un raro dispositivo en Nueva Delhi –a 1.200 kilómetros de Katamandú-, da prioridad a los 159 españoles cuyo paradero aún se desconoce, lo cual es normal hasta cierto punto.

¿Dónde está el problema? Mientras los 21 permanecen en la falda de la montaña, la cosa marcha. Cuentan que las tiendas están abiertas, que no les falta comida. El problema es que llegar a Pokhara a pie toma 55 horas, así que necesitan confiar en los guías locales y encontrar alguna carretera. El temor a los derrumbes permanece aunque el epicentro del terremoto se localiza al sur. Y hay otro motivo para inquietarse: Katmandú está en muy mal estado, con miles de víctimas bajo los escombros y nadie sabe lo que se pueden encontrar.

A los 21 ya no les da tiempo a llegar al “avión de Margallo” (con esta fórmula extravagante han titulado algunos medios la noticia del Herculés que el ministerio fletará este lunes y con el que repatriará a unas pocas personas). Están en tierra de nadie, de momento.

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